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XV

Hasta que una tarde sucedió algo asombroso: en la esquina de Leandro Alem y Cangallo, mientras esperaba el troley, al detenerse el tráfico vio a Alejandra con aquel hombre, en un Cadillac sport.

Ellos también lo vieron y Alejandra palideció.

Bordenave le dijo que subiera y ella se corrió al medio.

– La encontré a su amiga también esperando el ómnibus. Qué coincidencia. ¿A dónde va?

Martín le explicó que iba a la Boca, a su pieza.

– Bueno, entonces lo dejaremos a usted primero.

¿Por qué?, se preguntó como en vértigo Martín. Aquel "primero" sería una palabra que abriría angustiosos interrogantes.

– No -dijo Alejandra-, yo bajaré antes. Aquí nomás en Avenida de Mayo.

Bordenave la miró sorprendido; o al menos así le pareció a Martín cuando más tarde cavilaba sobre aquel encuentro, notando que la sorpresa de Bordenave era, a su vez, sorprendente.

Cuando Alejandra bajó, Martín le preguntó si quería que la acompañase, pero ella le dijo que estaba muy apurada y que mejor se veían en otro momento. Pero en el momento de alejarse vaciló, se dio vuelta y le dijo que lo esperaría en el Jockey Club al día siguiente, a las seis de la tarde.

Bordenave se mantuvo silencioso y casi hosco el resto del viaje hasta la Boca, mientras Martín trataba de analizar aquel curioso encuentro. Sí, era posible que aquel hombre hubiera encontrado a Alejandra por casualidad. ¿No lo había encontrado a él mismo por casualidad? Tampoco resultaba raro que al reconocerla por la calle la hubiese invitado a subir, dado su carácter mundano. Nada de eso era en definitiva sorprendente. Lo asombroso es que Alejandra hubiese aceptado. Por otra parte ¿por qué Bordenave se había sorprendido cuando ella dijo que bajaría en la Aveni da de Mayo? Esa reacción podía indicar que iban juntos deliberadamente y no por un encuentro fortuito, y ella había decidido bajar antes como para demostrarle a Martín que nada había con aquel individuo fuera de ese encuentro por azar; resolución que tenía que sorprender a Bordenave hasta el punto de no poder evitar aquel gesto revelador. Martín sintió que algo se derrumbaba en su espíritu, pero trató de no abandonarse a la desesperación, y con una empecinada lucidez siguió analizando el suceso. Con cierto alivio, pensó entonces que la sorpresa de Bordenave podía deberse a otro motivo: al subir al auto ella le había dicho que iba a su casa, en Barracas (como efectivamente lo probaba el que fueran por Leandro Alem hacia el sur), pero, ante la idea de que Martín pudiera sospechar algo al permanecer con Bordenave después que él bajara en la Boca, decidió bajar en la Avenida de Mayo; y esa repentina y contradictoria resolución llamó la atención de Bordenave. Estaba bien, pero ¿por qué este hombre había quedado hosco y disgustado? Bueno, porque sin duda se había hecho el propósito de flirtear con Alejandra una vez a solas y aquella resolución malograba su proyecto. Existía, sin embargo, un motivo de dudas: ¿por qué Alejandra se había negado a que Martín la acompañara? ¿No se encontraría con Bordenave más tarde, en el sitio donde seguramente iban? Detalle tranquilizador: ¿cómo podía haberse puesto Alejandra en contacto con Bordenave sino por casualidad? No lo conocía, ignoraba su domicilio, y, en cuanto a Bordenave, ni siquiera sabía el nombre de Alejandra.

Y sin embargo, una turbia sensación lo llevaba reiteradamente a analizar aquella entrevista al parecer trivial pero que ahora, a la luz de este nuevo encuentro, adquiría una singular importancia. Años después de la muerte de Alejandra tuvo la certeza de lo que en aquel momento apenas fue un insidioso chispazo: Bordenave tenía algo que ver con aquel impulso de mandarlo a Molinari que Alejandra tuvo después de la entrevista con Bordenave en el Plaza. Los acontecimientos que llevaron a su suicidio y la última conversación con Bordenave le iban a mostrar un día el papel desempeñado por aquel hombre en el drama. Y cuando años después hablase con Bruno, no podía menos que ironizar tristemente sobre el detalle de haber sido él, Martín, quien lo había colocado en el camino de Alejandra. Y recordaría una vez más, con maniática minuciosidad los detalles de aquella primera entrevista en el Plaza, aquella trivial entrevista que habría desaparecido totalmente en la nada de los episodios sin significación si los acontecimientos finales no hubieran echado una inesperada y horrenda luz sobre esa especie de manuscrito olvidado.