La trágica muerte de su hijo rescató a Miralles de su inconsciencia. A partir de aquel momento se esforzó todo lo que pudo para ganarse la indulgencia de una esposa que, dos años más tarde, murió de tristeza por la desaparición de su hijo y por el abandono de su esposo. Para Miralles todo aquello era una carga insoportable, tan sólo apaciguada por el alcohol y por la relación con su hija, estrictamente compasiva. Con todo, las desgracias acumuladas, la soledad a la que Inés y su madre se vieron arrojadas, le impedía mantener a su hija una actitud distinta a la que mantenía.
Cada semana Miralles comía en casa de Inés. Iría a visitarla más a menudo, pero su yerno evitaba encontrarse con él. Desde el día del funeral de su hijo, no se habían visto; ni siquiera en Navidad, temporada que Inés pasaba junto a la familia del marido. Autoinculpándose, Miralles lo asumía todo. Sin embargo, albergaba la esperanza de que el nacimiento de su nieto cambiaría las cosas.
Cuando iba, su hija le preparaba un arroz caldoso de pescado, el plato favorito de Miralles. No le gustaba nada el aspecto de su padre. Quizá el alcohol y el comer poco y siempre fuera de casa estaban echando a perder su salud. Era lo único que podía hacer por él, atenderlo al menos con comida. Otro tipo de relación con su padre, más estable y afectuosa, le hubiera causado problemas con su marido, hombre de rígida moral que le impedía reconciliarse con el suegro.
Inés dejó la ensalada sobre la mesa y, acto seguido, llevó los dos platos de arroz. Para beber, agua. En aquella casa el alcohol, incluso el vino, estaba prohibido.
– ¿Cómo llevas el embarazo?
– Bien.
La conversación entre padre e hija no era fluida, pero el embarazo de Inés introducía un tema nuevo. Ahora tenían algo de qué hablar durante unos minutos, sin necesidad de encender el televisor justo cuando empezaban a comer. Sin embargo, Inés tenía aquel día un tema personal que comunicarle.
– Papá, Héctor y yo hemos decidido comprarnos una casa en Llíria.
– ¿En Llíria?
– Sí. En realidad ya la hemos comprado.
– ¿En el pueblo mismo?
– No. Héctor ha encontrado un chalet en una urbanización. Es nueva, está un poco lejos del pueblo, pero dispone de todos los servicios. Este piso es muy pequeño y el niño necesitará más espacio.
¿Cuántos quilómetros había entre Valencia y Llíria? Jesús Miralles no se acordaba, hacía tantos años que no iba por allí que le resultaba imposible evocar una imagen del pueblo. La idea de comprar una casa en Llíria había sido, con toda seguridad, del yerno. Héctor no hacía más que poner obstáculos a la relación entre padre e hija. El hecho de no verse jamás con él, la imposición a su mujer para que pasara la Navidad lejos de su padre, la compra de la casa en Llíria… Todo parecía calculado para que el nieto no conociera al descastado de su abuelo. Los pueblos que había alrededor de la ciudad tenían cientos de casas en venta. Pueblos cercanos, bien comunicados con Valencia y con la empresa del yerno. Si la situación familiar fuera normal, Miralles hubiera intentado persuadirlos. Ella no se imaginaba cuánto necesitaba su padre aquellas visitas, aunque eran fugaces y apenas hablaban. La compañía esporádica de su hija aliviaba el peso de la culpa, le acogía en un sentimiento de cierta reconciliación, aunque él era consciente de que se trataba, únicamente, de una actitud misericordiosa.
– ¿Ya sabéis cómo se llamará el niño?
– Si es niño, Héctor; si es niña, Teresa.
Si era niño, le pondrían el nombre de su padre; en cambio, le pondrían el nombre de la esposa de Miralles si era niña. No esperaba el nombre de Jesús, por supuesto, pero resultaba muy revelador que hubieran pensado en el nombre de su mujer. Inés se dio cuenta de que no había sido oportuna, pero eso es lo que había decidido su marido. Más que nunca, Miralles se sentía fuera del único ámbito en el que hacía esfuerzos por sentirse integrado. Comprendió, sin embargo, que aquello sólo era una ilusión. El hecho de que su hija encendiera la televisión se lo dejó bien claro.
Jesús Miralles llegó a la redacción del diario antes de lo normal. Solía llegar alrededor de las cinco y se iba a eso de las nueve de la noche. Nunca pasaba allí más de cuatro horas, no soportaba hacerlo, pero le bastaba y le sobraba para hacer todo lo que le correspondía. Cuando entró se dirigió a la sala de las máquinas de café y refrescos. Se sirvió un café y se sentó, como siempre, junto a la mesa del rincón. No había nadie en la sala. Abrió el diario. Mientras leía se sacó de un bolsillo de la chaqueta la petaca de coñac y vertió un poco en su café.
El director, Pere Mas, entró a la sala hablando con el jefe de deportes. Habían comido juntos para planificar el suplemento que dedicarían al Valencia C. F. en caso de que este año, como el anterior, el equipo de la ciudad alcanzara la final de la Champions. Se hicieron un café de pie, al lado de la máquina. Cuando ambos volvían a la redacción, Pere se dio cuenta de la presencia de Miralles y se despidió del jefe de deportes. Sacó otro café y se acercó a Miralles.
– Si llego a saber que comías aquí lo hubiéramos hecho juntos -le dijo.
– He comido con mi hija.
– Eso está muy bien. ¿Cómo está Inés?
– Embarazada de cuatro meses.
– Magnífico. Tenemos que celebrar que pronto serás abuelo. Venga, ahora que no nos ve nadie, ponme algo de coñac.
Como gesto de complicidad hacia Miralles, Pere se saltó la prohibición estricta de no beber alcohol en la redacción. El director se sirvió un poco con el café. Bebió un sorbo y observó la cara del redactor de sucesos, más bien de circunstancias.
– ¿Puedo preguntarte cómo van las cosas con tu hija?
– Mal.
– ¿Habéis discutido?
– Ojalá, por lo menos tendríamos algún tipo de relación. Se van a vivir a Llíria.
– No está muy lejos.
– Para mí sí. No es un problema de quilómetros, sino de que cada vez se distancian más de mí. Parecen interesados en ponérmelo más difícil. Podrían comprar una casa en cualquiera de los pueblos que hay justo al lado de la ciudad, pero se van a Llíria. Es una manera de decirme que si no voy mejor para ellos.
– No te lo tomes así. Seguro que las relaciones cambiarán cuando tengan al niño.
– No cambiarán nunca, pero da igual.
Lo dijo con tal firmeza y autoridad que cortó de cuajo los argumentos de Pere. El director hacía todo lo que podía para ayudarlo, como si tuviera una responsabilidad paternal hacia él, pero no daba con la forma de hacerlo.
– Jesús, ya sabes que no me importa que estés en sucesos haciendo lo que haces, pero no es trabajo para un periodista como tú. Deberías comprometerte más, eso te evitaría pensar en los problemas. No es bueno que te encierres en ti mismo.
– No me apetece hacer otra cosa.
– Tendrías que intentarlo.
– ¿Qué quieres que haga?
– ¿Te gustaría viajar?
– ¿Viajar? ¿Adónde?
– Con el Valencia. Está jugando la copa, la liga, la Champions…
– No me gusta el fútbol.
– El Valencia genera mucha información. Nos hace falta gente. Viajar te distraería.
– Déjalo ya. No tengo ganas de moverme. Ahora bien, si mi situación laboral te trae problemas pediré la jubilación anticipada.
Su situación laboral le causaba problemas. Las dos redactoras de sucesos se habían quejado al respecto. Es cierto que, ante la negativa del director a tratar el tema Miralles, ya no lo hacían, pero había un inevitable mal ambiente en la sección.
– Si te jubilas será peor. Te irá bien estar ocupado.
Entró en la sala Jordi Baulenas, jefe de la sección de economía. Buscaba a Pere Mas. Al ver que estaba con Miralles, le hizo una señal desde la puerta reclamando su atención. Pero el director le dijo que se acercara a la mesa. Baulenas saludó a Miralles.