– Tu madre calla porque te quiere, pero estoy seguro de que tus escándalos tampoco le hacen ninguna gracia. Es una mujer muy ponderada.
– En el fondo las disputas familiares le vienen bien. Si yo estoy de por medio, tiene la ocasión de enfrentarse a mi padre. Lleva años callada, aguantando la vida que él le hace aguantar.
– Lluís, prefiero que no me comentes los asuntos internos de la familia.
– Si has venido a convencerme, tendrás que escucharme.
– De acuerdo.
– Quizá te vendrá bien saber para qué clase de individuo trabajas -acabó con la cerveza de la botella-. Mi padre es un malnacido, una persona sin escrúpulos. No ha superado la fase de nuevo rico. ¿Te ha contado alguna vez su historia?
– Muy por encima. Sé que tuvo que trabajar desde muy joven.
– Son los peores. Quizá tienen miedo de volver a ser pobres y tratan a la gente como esclavos. Él no ha tenido esposa e hijo, sólo tiene propiedades.
– Es una actitud inconsciente, es su forma de ser.
– Su forma de ser no debería hacerle olvidar que si es algo se lo debe a mi madre, que era de buena familia cuando él no tenía dónde caerse muerto. Es cierto que trabajó como un mulo, pero utilizó a mi madre y a su patrimonio como trampolín.
– Me parece que eres excesivamente duro.
– ¿Duro? -se le escapó una sonrisa de sarcasmo-. Pídeme otra cerveza.
La camarera trajo la cerveza. Lluís Lloris se sacó del bolsillo un cigarro de hachís.
– No deberías fumarte eso aquí. El olor se notará y me pondrás en evidencia.
– Qué obsesión con las formas. De acuerdo, no me lo fumaré -echó un largo trago de la otra cerveza. Después se limpió los labios con la manga de la chaqueta-. Una Nochebuena, yo tenía nueve años, mi padre no vino a cenar. Estábamos en Alzira, en casa de mis abuelos maternos. Pensábamos que quizá había tenido un accidente. Mi madre y mis abuelos llamaron a los hospitales, por si había sido ingresado. Se presentó borracho, a las dos de la madrugada. Mis abuelos se fueron a dormir. Ni te imaginas la vergüenza que pasó mi madre, que ante sus padres siempre lo había defendido como persona honesta. Cuando mi madre le pidió explicaciones, su respuesta fue que si no le gustaba podía divorciarse. Era rico y ya no la necesitaba. Dio media vuelta y se fue a la habitación. Mi madre estuvo llorando toda la noche. A partir de ese día empecé a odiarle.
– No se puede juzgar a una persona por un error.
– ¿Un error? Entiendo que tengas que defenderle, pero no ha sido un solo error. Jamás he visto que se preocupara por mí, por mis estudios, por mi salud. Jamás he visto que fuera delicado con mi madre, que tuviera un detalle con ella. Al contrario, la ha despreciado continuamente. Toda Valencia sabe qué vida matrimonial ha llevado. Ni siquiera ha tenido la delicadeza de ser discreto. ¿Quieres que te lo cuente?
– No.
– Mi madre es una mujer chapada la antigua, educada en la sumisión. Una persona que ha tenido que sufrir al crápula de su marido pensando que así evitaría el escándalo público, sin darse cuenta de que ha sido el hazmerreír de todo el mundo. No pienso pasar por el aro.
– Lluís, los escándalos que salpiquen a tu padre también la afectarán a ella.
– En eso tienes razón.
– Pues hazlo por tu madre.
– ¿Por mi madre o por ti? Si transijo el éxito será tuyo a ojos de mi padre.
– ¿Te preocupan mis éxitos?
– No tengo nada en tu contra, al fin y al cabo te ganas la vida así.
– Aunque no te lo creas, me preocupa la imagen de tu madre. Le tengo mucho aprecio.
Oriol sabía cómo llegar a la sensibilidad de Lluís. Había pronunciado las palabras definitivas, las que guardaba como último recurso.
– Ignoro si eres sincero o no, pero en el fondo es cierto: los fracasos de mi padre también tendrá que pagarlos mi madre.
– Celebro que seas razonable.
– No tan deprisa, Oriol. Estaré callado durante unos meses, pero después volveré a hacer lo que me dé la gana.
– Sólo te pido un poco de tiempo.
– Lo tendrás, pero dile que si lo hago es por respeto a mi madre. Estoy en deuda con ella.
14
En el salón de plenos de la Cámara de Comercio, José Luis Pérez formalizaba ante la prensa la nueva junta directiva que presidía. Además de a los nuevos miembros, Pérez había invitado a los empresarios que habían formado parte de la anterior junta y, como gesto de agradecimiento, también a Juan Lloris. La participación electoral entre los empresarios había sido muy baja, de modo que el presidente electo evitó referirse a aquel detalle, limitándose a dar gracias a los electores. Acto seguido, y tras añadir que la nueva junta trabajaría codo a codo con la Administración, sobre todo en lo referente a infraestructuras, resumió las líneas maestras del programa que llevaría a cabo.
Juan Lloris esperaba que, en público, Pérez le agradeciera la retirada, a última hora, de su candidatura. Pero el presidente de la Cámara remitió a los periodistas a Lloris, para que el empresario, si lo consideraba adecuado, les diera las explicaciones oportunas. Sin embargo, el único periodista que se interesó por la actitud en principio sorprendente del empresario fue Jordi Baulenas, de El Liberal, que estaba allí por esa cuestión. Apenas acabó la conferencia de prensa, buscó a Oriol Martí, ya que Lloris, junto a los demás empresarios, pasó a una sala contigua. Consciente de que Baulenas le pediría explicaciones, Oriol Martí se adelantó al periodista:
– Ayer por la mañana te llamé por teléfono para hablar contigo.
– Cuando quieres encontrarme sabes cómo hacerlo.
– Te pido disculpas, pero he ido de cabeza.
– Oriol, mi director está bastante cabreado. Cree que Lloris me ha utilizado.
– En absoluto, Jordi. Ha habido un cambio de planes a última hora.
– Necesito una razón convincente.
– Te la daré: ya sabes que Juan no tenía ninguna posibilidad de ganar las elecciones.
– Oye, eso ya lo sabíais. Es más: me dijiste que utilizaríais la derrota para denunciar la injerencia de la Generalitat en el proceso electoral.
– En efecto, te lo dije. Pero debo reconocer que era una táctica equivocada.
– ¿Cómo has llegado a esa conclusión?
– Por varios caminos. En primer lugar porque, ante una derrota tan abrumadora, hubiera sido ridículo intentar justificarla echándole las culpas a la Administración. En segundo lugar, porque era quemar innecesariamente a Lloris. Y finalmente, los empresarios que estaban dispuestos a prestarle su apoyo se hubieran sentido decepcionados con el resultado.
– ¿Quieres hacerme creer que no tenías todo eso previsto?
– Como no disponíamos de tiempo, no calculé las consecuencias como debía. No he podido preparar las elecciones. Todo ha sido muy precipitado. La próxima vez será distinto.
– De modo que Lloris se erige en líder visible de la oposición.
– Sí, pero me gustaría que no lo publicaras todavía.
– Necesito una información para justificarme ante el director.
– Entiendo tus razones, pero nosotros necesitamos tiempo para compulsar la opinión de los empresarios, a fin de saber con qué fuerza contamos.
– El problema que tengo ahora es que no me fío. Además, Lloris me aseguró que hoy hablaría. De hecho, si publiqué la entrevista fue porque esperaba después unas declaraciones.
– Ya sabes lo impetuoso que es. No conviene que se vuelva a precipitar.
– Mi director y yo pensamos que ha recibido algún favor a cambio de retirar la candidatura.
– Puedes estar seguro de que no.
– ¿No está Júlia Aleixandre detrás de todo?
– ¿Por qué negociaría unas elecciones que su candidato ya tenía ganadas? Lloris no era un enemigo serio, por lo tanto no hacía falta que se moviera.
– Por mínimo que sea, cualquier escándalo les molesta. Están obsesionados por controlarlo todo.