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– ¿Porque no hay ningún recibo que lo justifique?

– Así es, no hay ninguna constancia. El dinero es negro, es, como decimos en términos empresariales, de la caja B. No existe ninguna constancia de los movimientos de este dinero en las cuentas del grupo.

Todo aquello era demasiado fácil, excesivamente simple: cuatrocientos millones que pasan de unas manos a otras y nadie sabe nada. Con los reflejos políticos que lo caracterizaban, Francesc Petit recordó el caso peruano, el asunto de los sobornos de Vladimiro Montesinos, la mano derecha de Fujimori. La prensa mundial había hecho pública la grabación de los sobornos. Entonces observó el techo del despacho, las paredes, la mesa, incluso el suelo, en busca de una cámara. El asesor se dio cuenta de su malestar. Lo cogió del brazo y se lo llevó hasta la mesa. Le enseñó los cajones. No había ninguna grabadora. Lloris escondió una caja de preservativos del cajón del centro.

– Francesc, conozco la mecánica -lo tranquilizó Marimon con aire resuelto, dispuesto a acabar con todos los quebraderos de cabeza de la tesorería del partido-. Muchas empresas, sobre todo de la construcción, tienen una caja B producto de los negocios de compra-venta de solares o edificios.

– Te lo explicaré -añadió el asesor-: a veces, Joan le compra un solar a una persona o empresa y se lo vende a otras antes de que la operación pase por notaría. Estas operaciones generan dinero negro. Es una práctica habitual. No hay ninguna constancia oficial de ese dinero.

– De acuerdo, de acuerdo, pero lo queráis o no estamos obligados a devolveros el favor.

– ¿Quieres hacernos un favor? -le preguntó Oriol.

– Hombre…

– Te lo pondré fáciclass="underline" si un día alguna de las empresas del grupo licita en una subasta en la que decidáis, os pedimos que, si nuestra oferta es igual a la mejor, nos la deis.

– Hecho -aceptó Marimon.

– Y otra cosa -añadió Oriol-: tened presente que las empresas valencianas dejamos la riqueza en el país y damos trabajo a la gente de aquí. Si la decisión es entre una empresa de fuera y una valenciana, tendría que intervenir el factor de la discriminación positiva. En otras autonomías lo hacen. Como también deberíais tener en cuenta, en mi opinión, que ha habido empresas de aquí que se han beneficiado descaradamente de los favores del gobierno de turno.

– Tienen razón, Francesc. Eso se debe tener en cuenta -se mostró de acuerdo Marimon.

– ¿Son ésas las cláusulas del favor?

– Sí -contestaron Lloris y Oriol.

– Pues aceptamos el dinero -dijo Petit.

– Pero -continuó el asesor- la auténtica cláusula, el verdadero favor, es el valencianismo de Joan. Esperamos y deseamos que hagáis buen uso político del dinero. El mejor rendimiento, tanto para vosotros como para nosotros, serían unos resultados fantásticos para el nacionalismo valenciano.

– No puedo decir que ganaremos…

– Tampoco os lo hemos exigido.

– No obstante, podéis estar seguros de que superaremos con mucho las expectativas.

Con un gesto casi ceremonioso, como si en la maleta estuviera el futuro de los valencianos, el empresario la cerró y se la entregó a Francesc Petit. El secretario general se la pasó, como si quemara, al secretario de finanzas.

– Gracias, Joan -Petit, emocionado.

– Estoy seguro de dejarla en buenas manos -el empresario lo dijo sin mucha seguridad.

Lloris y Oriol acompañaron a los dos responsables del Front hasta la puerta de la oficina. Aún dentro del piso, Petit y el empresario se abrazaron. El asesor hizo unas últimas recomendaciones:

– Francesc, como es normal esto tiene que quedar entre nosotros.

– No hace falta que me lo recuerdes. Máxima discreción, Oriol.

– Si coincidimos en algún acto público, podemos saludarnos pero debemos evitar cualquier gesto que delate nuestra amistad.

– Descuida.

– Tened en cuenta que, si conservadores y socialistas se enteraran, las empresas del grupo dedicadas a obras públicas se verían afectadas por ello. De hecho, aún estamos pagando el precio de nuestra independencia.

– Lo comprendemos, podéis dormir tranquilos. No lo sabrá ni la ejecutiva del partido. Ya encontraremos el modo de explicarlo si hay alguna pregunta. Pero si los resultados son buenos, la gente se olvida de todo. Hacen preguntas cuando las cosas van mal. Muchísimas gracias por todo.

Los cuatro se dieron la mano. El empresario y Petit volvieron a abrazarse. El inicio de una amistad incontestable. Lloris volvió a su despacho. Oriol no cerró la puerta del piso hasta que Petit y Marimon bajaron en el ascensor. Entonces el asesor se reunió con Lloris.

– Son buena gente -le dijo.

– Son idiotas. ¡Mira que ponerle pegas a una maleta con cuatrocientos millones! En fin, esperemos que tu estrategia funcione.

– Cualquier partido que hubiera recibido la maleta te estaría agradecido.

– Pero éstos, con tantas dudas…

– Es la falta de costumbre, Juan. Aún son extraparlamentarios.

Camino del parking, Petit y Marimon se sentían como dos trapecistas a punto de hacer un ejercicio que, además de peligroso, no habían ejecutado antes en público. Tendrían que estar contentos, pero estaban preocupados. Sobre todo el secretario general, responsable último. Necesitaban tiempo para asimilarlo. Francesc Petit caminaba y meditaba en silencio sobre el contenido de la maleta. Aún quedaba un problema que, ya dentro del coche, con las manos en el volante y mientras el encargado de finanzas contaba los fajos de billetes, se encargó de plantear:

– ¿Dónde dejamos la maleta?

– No lo sé -contestó Marimon de forma mecánica, distraído mientras contaba.

– ¿Quieres escucharme?

– Dime, dime -dejó de contar.

– He dicho que dónde coño dejamos la maleta. En el banco, imposible. Es dinero negro, sin contar que, si la llevamos allí, nos arrestarían cinco minutos después. Podríamos dejarla en tu casa.

– No, Francesc, no. El piso es pequeño y mi mujer o los niños acabarían descubriéndola. No hay espacio. ¿Por qué no en la tuya? Vives solo.

– No estoy allí nunca, sólo por las noches y no todas. El año pasado forzaron la puerta. ¿Te imaginas que encuentran una maleta así en mi casa?

– No creo que quien te la robe lo denuncie.

– Pero podría volver a ocurrir lo del año pasado, que me fuercen la puerta y que los vecinos avisen a la policía: el ladrón se va, pero la policía, observando si han robado, descubre la maleta.

– Un poco peliculero, ¿no?

– Como secretario general soy el responsable de evitar que el partido salga perjudicado.

– No querrás que me encargue yo…

– Eres el secretario de finanzas.

– Francesc, soy muy amigo tuyo. Me considero tu mejor amigo, pero no quiero ver esta maleta ni en pintura.

– Ahora el problema será que no sabemos qué hacer con la maleta.

– Es que ése es precisamente el problema.

– Tendríamos que haberles preguntado cómo resolverlo. Tú has dicho que conocías la mecánica.

– Claro que la conozco, pero hace falta tener una caja fuerte para las operaciones B y nosotros no tenemos cajas de ningún tipo.

– ¿Y si la dejamos en la Estación del Norte, en consigna?

– No digas bobadas, Francesc. Me ha venido a la cabeza aquella película de Kubrick.

– ¿Atraco perfecto?

– Sí. Al final la maleta se abre camino del avión y todos los billetes se esparcen por el suelo, delante de todos los pasajeros.

– Pues dime qué hacemos.

– Hablamos con el asesor de Lloris y que nos busquen un hueco en alguna de sus cajas B.

– Demasiado arriesgado. Podrían arrepentirse. Si la tenemos nosotros es nuestra. Recuerda que no hay constancia de que nos la han dado.

– Mira, lo primero que tenemos que hacer es pagar nuestras deudas. Hoy mismo. Así le sacamos algo de peso.