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– Muchas gracias por llamar.

– De nada. Ah, espere. Esto podría ser una anécdota divertida para un álbum de recuerdos.

– ¿Qué?

– En cuanto al bolo de Allaw en Manchester, fueron teloneros de Still Night.

Oleadas de peatones pasaban a su lado. Grace se apretó contra una pared, intentando evitar a la muchedumbre.

– No conozco a Still Night.

– Bueno, supongo que sólo los conocerían los muy entendidos. Still Night tampoco duró mucho. Al menos no con esa formación. -Se oyó una ráfaga de estática, pero las siguientes palabras de Crazy Davey llegaron a Grace con absoluta claridad-: El cantante era Jimmy X.

Grace sintió que sus dedos languidecían en torno al teléfono.

– ¿Oiga?

– Sigo aquí -dijo Grace.

– Ya sabe quién es Jimmy X, ¿no? ¿Pale Ink? ¿ La Matanza de Boston?

– Sí. -Su voz parecía muy lejana-. Ya me acuerdo.

Cram salió del aparcamiento. Al percibir la expresión de Grace, apretó el paso. Grace dio las gracias a Crazy Davey y colgó. Ya tenía su número de teléfono en el móvil. Siempre podía volver a llamarlo.

– ¿Pasa algo?

Grace intentó en vano sacudirse aquella sensación de frío que la había invadido. Consiguió contestar:

– No.

– ¿Quién era?

– ¿Acaso es mi secretario?

– Tranquila. -Levantó las manos-. Sólo preguntaba.

Entraron en el Crowne Plaza. Grace trató de asimilar lo que acababa de oír. Una coincidencia. Sólo era eso. Una extraña coincidencia. Su marido había tocado en un grupo de música en la universidad. Igual que muchas otras personas. Resultaba que una vez coincidió con Jimmy X en un local. Y una vez más ¿qué importancia tenía eso? Estaban los dos simultáneamente en el mismo lugar. Debió de suceder al menos un año, quizá dos, antes de la Matanza de Boston. Y tal vez Jack no le había comentado nada porque pensó que era irrelevante y, en cualquier caso, tal vez perturbador para su mujer. Estaba traumatizada por culpa de un concierto de Jimmy X. La había dejado parcialmente lisiada. Así que a lo mejor no le había parecido conveniente mencionarle esa relación superficial.

No tenía la menor importancia, ¿no?

Sólo que Jack nunca había mencionado que había tocado en un grupo. Sólo que los miembros de Allaw estaban todos muertos o habían desaparecido.

Intentó reunir algunas de las piezas. En primer lugar, ¿cuándo habían asesinado a Geri Duncan exactamente? Grace estaba en rehabilitación cuando leyó el artículo sobre el incendio. Eso significaba que debió de suceder pocos meses después de la matanza. Grace tendría que comprobar la fecha. Tendría que comprobar toda la línea cronológica porque -debía admitir- era imposible que la conexión Allaw-Jimmy X fuera casualidad.

Pero ¿cuál era la relación? Nada tenía sentido.

Lo repasó todo una vez más. Su marido toca en un grupo. Un día, el grupo coincide con otro en el que canta Jimmy X. Un año o dos después -según si Jack estaba en primero o segundo-, el entonces famoso Jimmy X toca en un concierto al que asiste ella, la joven Grace. Esa noche, ella resulta herida en un tumulto. Pasan tres años. Ella conoce a Jack Lawson en otro continente y los dos se enamoran.

No concordaba.

Sonó una campanilla al detenerse el ascensor en la planta baja.

– ¿Seguro que está bien?

– De fábula -contestó ella.

– Todavía faltan veinte minutos para que empiece la rueda de prensa. He pensado que quizá sería mejor que fuese usted sola e intentase abordar antes a su cuñada.

– Es usted una fuente de ideas, Cram.

Las puertas se abrieron.

– Tercera planta -dijo él.

Grace entró y dejó que el ascensor la engullera. Estaba sola. No disponía de mucho tiempo. Sacó el móvil y la tarjeta que le había dado Jimmy X. Marcó el número y apretó el botón de llamada. Enseguida saltó el contestador. Grace esperó a que sonara el pitido:

– Sé que Still Night tocó con Allaw. Llámame.

Dejó su número de teléfono y colgó. El ascensor se detuvo. Al salir, encontró uno de esos carteles negros con letras blancas intercambiables, esos que indican en qué sala se celebra el bar mitzvah de Ratzenberg o la boda de Smith-Jones. Éste decía: «Rueda de prensa de Burton-Crimstein». Publicidad del bufete. Siguió la flecha hasta una puerta, respiró hondo y la abrió.

Aquello fue como una escena de una película de abogados: ese momento álgido en que la testigo irrumpe inesperadamente en la sala. Cuando Grace entró, se produjo ese tipo de grito ahogado colectivo. La sala se sumió en el silencio. Grace se sintió desorientada. Miró alrededor y la cabeza empezó a darle vueltas. Retrocedió un paso. Las caras de dolor, más viejas pero no por ello más en paz, se arremolinaron alrededor. Allí estaban otra vez: los Garrison, los Reed, los Weider. Recordó los primeros días en el hospital. Lo había visto todo a través de la nebulosa de los somníferos, como a través de una cortina de agua. Ahora, de pronto, se sentía igual. Se acercaron a ella en silencio. La abrazaron. Ninguno pronunció una sola palabra. No hacía falta. Grace aceptó los abrazos. Todavía sentía la tristeza que emanaba de ellos.

Vio a la viuda del teniente Gordon MacKenzie. Algunos decían que fue él quien rescató a Grace. Como la mayoría de los verdaderos héroes, Gordon MacKenzie rara vez hablaba de ello. Sostenía que no se acordaba de qué había hecho con exactitud, que sí, que había abierto las puertas y sacado a la gente, pero fue una reacción más que algo que se asemejara a la valentía.

Grace dio a la señora MacKenzie un abrazo más largo.

– Siento su pérdida -dijo Grace.

– Encontró a Dios. -La señora MacKenzie no la soltó-. Ahora está con Él.

Como en realidad no sabía qué contestar, Grace simplemente asintió. La soltó y miró por encima del hombro de la mujer. Sandra Koval había entrado en la sala por el lado opuesto. Vio a Grace casi al mismo tiempo y ocurrió algo extraño. Su cuñada sonrió, casi como si esperara verla. Grace se alejó de la señora MacKenzie. Sandra ladeó la cabeza, indicándole que se acercara. Había un cordón de terciopelo. Un guardia de seguridad le interceptó el paso.

– No hay problema, Frank -dijo Sandra. El guardia dejó pasar a Grace.

Sandra salió primero. Recorrió un pasillo a toda prisa. Grace la siguió cojeando, sin poder alcanzarla. Daba igual. Sandra se detuvo y abrió una puerta. Entraron en una enorme sala de baile. Varios camareros estaban ocupados con la cubertería. Sandra la llevó a un rincón. Cogió dos sillas y las puso de frente.

– No pareces sorprendida de verme -observó Grace.

Sandra se encogió de hombros.

– Supuse que seguirías el caso por las noticias.

– Pues no lo seguía.

– Da igual, supongo. Hasta hace dos días no sabías quién era yo.

– ¿Qué está pasando, Sandra?

No contestó de inmediato. El sonido de los cubiertos al entrechocarse proporcionaba la música de fondo. Sandra explayó la mirada hacia los camareros en el centro de la sala.

– ¿Por qué representas a Wade Larue?

– Se lo acusó de un delito. Soy abogada penalista. Me dedico a eso.

– No seas condescendiente conmigo.

– Quieres saber cómo me topé con este cliente en concreto, ¿es eso?

Grace no contestó.

– ¿Acaso no es obvio? -preguntó Sandra.

– Para mí no lo es.

– Tú, Grace. -Sonrió-. Tú eres la razón por la que represento al señor Larue.

Grace abrió la boca, la cerró y volvió a abrirla.

– ¿De qué estás hablando?

– Tú en realidad nunca has sabido nada de mí. Sólo te constaba que Jack tenía una hermana. Pero yo sí lo sabía todo sobre ti.

– Sigo sin entenderte.

– Es muy sencillo, Grace. Tú te casaste con mi hermano.

– ¿Y qué?

– Cuando me enteré de que ibas a ser mi cuñada, sentí curiosidad. Quise saber quién eras. Es lógico, ¿no? Así que le pedí a uno de mis investigadores que se informara sobre ti. Tus cuadros son una maravilla, por cierto. Compré dos. Anónimamente. Los tengo en mi casa de Los Ángeles. En realidad, son espectaculares. A mi hija mayor, Karen, de diecisiete años, le encantan. Quiere ser pintora.