– No veo qué tiene que ver eso con Wade Larue.
– ¿Ah, no? -Hablaba con un tono extrañamente alegre-. Me he dedicado al derecho penal desde que acabé la carrera. Empecé a trabajar con Burton y Crimstein en Boston. Yo vivía allí, Grace. Estaba al corriente de la Matanza de Boston. Y de pronto mi hermano se enamoró de una de las principales protagonistas de la matanza. Eso avivó más aún mi curiosidad. Empecé a informarme sobre el caso, ¿y sabes de qué me di cuenta?
– ¿De qué?
– De que Wade Larue había recibido una condena injusta por culpa de un abogado incompetente.
– Wade Larue fue el responsable de la muerte de dieciocho personas.
– Disparó una pistola, Grace. Ni siquiera hirió a nadie. Se fue la luz. La gente empezó a chillar. Él estaba bajo los efectos del alcohol y las drogas. Se dejó llevar por el pánico. Creyó, o al menos imaginó, que estaba en peligro inminente. Le era imposible, absolutamente imposible, saber que aquello acabaría así. Su primer abogado tenía que haber pactado un acuerdo. Le habrían concedido la libertad condicional, y como mucho le habrían caído dieciocho meses. Pero en realidad nadie quiso llevar el caso. A Larue lo mandaron a la cárcel a pudrirse. Así que, sí, Grace, me informé sobre él por ti. A Wade Larue le habían gastado una mala pasada. Su anterior abogado lo jodió y luego se esfumó.
– ¿Así que te hiciste cargo del caso?
Sandra Koval asintió.
– Sin cobrar. Fui a verlo hace dos años. Empezamos a preparar la vista para solicitar la libertad condicional.
En ese momento Grace cayó en la cuenta.
– Jack lo sabía, ¿no?
– Eso no lo sé. No nos hablamos, Grace.
– ¿Insistes en que no hablasteis esa noche? Nueve minutos, Sandra. Según la compañía telefónica, la llamada duró nueve minutos.
– La llamada de Jack no tuvo nada que ver con Wade Larue.
– ¿Y por qué fue?
– Por esa foto.
– ¿Qué pasa con ella?
Sandra se inclinó hacia delante.
– Antes contéstame tú a una pregunta. Y ahora necesito la verdad. ¿De dónde sacaste esa foto?
– Ya te lo he dicho. Estaba en el paquete entre mis fotos.
Sandra movió la cabeza en un gesto de incredulidad.
– ¿Y crees que el dependiente de Photomat la metió allí?
– Ya no lo sé. Pero no me has contestado. ¿Por qué esa foto indujo a Jack a llamarte?
Sandra vaciló.
– Sé lo de Geri Duncan -dijo Grace.
– ¿Qué sabes de Geri Duncan?
– Que es la chica de la foto. Y que la asesinaron.
Sandra se enderezó.
– Murió en un incendio. Fue un accidente.
Grace negó con la cabeza.
– Fue un incendio provocado.
– ¿Eso quién te lo ha dicho?
– Su hermano.
– Un momento, ¿cómo es que conoces a su hermano?
– Estaba embarazada, ¿sabes? Geri Duncan. Cuando murió en ese incendio, esperaba un hijo.
Sandra calló y la miró horrorizada.
– Grace, ¿qué estás haciendo?
– Intento encontrar a mi marido.
– ¿Y crees que así lo vas a conseguir?
– Ayer me dijiste que no conocías a ninguna de las personas de la foto. Pero acabas de reconocer que conocías a Geri Duncan, que murió en un incendio.
Sandra cerró los ojos.
– ¿Conocías a Shane Alworth o a Sheila Lambert?
– No, en realidad no -contestó Sandra en voz baja.
– En realidad, no. ¿Así que los nombres no te son del todo desconocidos?
– Shane Alworth era un compañero de clase de Jack. Sheila Lambert, creo, era una amiga de otra universidad o algo así. ¿Y eso qué tiene que ver?
– ¿Sabías que los cuatro tocaban en un grupo musical?
– Durante un mes o algo así. ¿Y qué tiene que ver eso también?
– La quinta persona de la foto. La que está de espaldas. ¿Sabes quién es?
– No.
– ¿Eres tú, Sandra?
Miró a Grace.
– ¿Yo?
– Sí. ¿Eres tú?
De pronto una expresión extraña se dibujó en el rostro de Sandra.
– No, Grace, no soy yo.
– ¿Jack mató a Geri Duncan?
Las palabras salieron solas. Sandra abrió los ojos desorbitadamente, como si la hubieran abofeteado.
– ¿Estás loca?
– Quiero la verdad.
– Jack no tuvo nada que ver con su muerte. Ya estaba en el extranjero.
– Entonces, ¿por qué lo afectó tanto la foto?
Sandra vaciló.
– ¿Por qué, maldita sea? -insistió Grace.
– Porque hasta entonces no supo que Geri había muerto.
Grace se mostró confusa.
– ¿Eran amantes?
– Amantes -repitió, como si nunca hubiera oído la palabra-. Es un término demasiado maduro para lo que eran.
– ¿Ella no salía con Shane Alworth?
– Supongo. Pero eran todos unos críos.
– ¿Jack tonteaba con la novia de su amigo?
– No sé hasta qué punto Jack y Shane eran amigos. Pero sí, Jack se acostaba con ella.
A Grace empezó a darle vueltas la cabeza.
– Y Geri Duncan se quedó embarazada.
– De eso no sé nada.
– Pero sabes que está muerta -dijo Grace.
– Sí.
– Y sabes que Jack huyó.
– Antes de morir ella.
– ¿Antes de quedarse embarazada?
– Ya te lo he dicho. No sabía que estaba embarazada.
– Y Shane Alworth y Sheila Lambert, también han desaparecido los dos. ¿Me estás diciendo que es todo casualidad, Sandra?
– No lo sé.
– ¿Y qué te dijo Jack cuando te llamó?
Sandra dejó escapar un profundo suspiro. Agachó la cabeza. Se quedó un momento callada.
– ¿Sandra?
– Oye, esa foto tiene, ¿cuánto? ¿Quince, dieciséis años? Cuando se la diste así, de sopetón, ¿cómo creías que iba a reaccionar, viendo la cara de Geri tachada con una cruz? Jack se fue de inmediato al ordenador. Hizo una búsqueda por Internet; creo que usó la hemeroteca del Boston Globe. Se enteró de que llevaba todo este tiempo muerta. Por eso me llamó. Quería saber qué le pasó. Se lo dije.
– ¿Qué le dijiste?
– Lo que sabía. Que murió en un incendio.
– ¿Y por qué eso hizo huir a Jack?
– No lo sé.
– ¿Y por qué huyó al extranjero para empezar?
– Tienes que dejarlo estar.
– ¿Qué les pasó, Sandra?
Sandra negó con la cabeza.
– Olvídate de que soy su abogada y de que es información confidencial. Simplemente no es mi lugar. Jack es mi hermano.
Grace tendió la mano y cogió la de Sandra.
– Creo que Jack tiene problemas.
– En ese caso, lo que sé no puede ayudarlo.
– Hoy han amenazado a mis hijos.
Sandra cerró los ojos.
– ¿Me has oído?
Un hombre trajeado asomó la cabeza.
– Ya es la hora, Sandra -dijo.
Sandra asintió y le dio las gracias. Apartó las manos, se puso en pie y se alisó las arrugas del traje.
– Tienes que dejarlo estar, Grace. Tienes que volver a tu casa. Tienes que proteger a tu familia. Es lo que Jack querría que hicieras.
38
La amenaza en el supermercado no había surtido efecto.
A Wu no le extrañó. Se había criado en un ambiente que hacía hincapié en el poder de los hombres y la subordinación de las mujeres, pero Wu siempre había creído que eso era más un deseo que una realidad. Las mujeres eran más duras. Más impredecibles. Soportaban más el dolor físico; lo sabía por experiencia personal. Cuando se trataba de proteger a los seres queridos, eran mucho más firmes. Los hombres se sacrificaban por machismo, por estupidez o por la creencia ciega de que saldrían ganando. Las mujeres se sacrificaban sin autoengañarse.
Ya de buen principio no había estado de acuerdo en la conveniencia de amenazarla. Las amenazas creaban enemigos e incertidumbre. Eliminar a Grace Lawson antes habría sido fácil. Eliminarla ahora sería más arriesgado.
Wu tendría que volver y resolver el asunto por su cuenta.