Выбрать главу

Pero todavía no.

En la sala, el silencio era tal que producía una sensación de vacío, como si incluso el aire hubiera sido aspirado. Las familias estaban todas allí sentadas, impertérritas tanto física como emocionalmente. Pero no se percibía en ellas la menor energía. Eran entidades vacías, seres desolados e impotentes. No podían hacerle daño. Ya no.

Sin previo aviso, Carl Vespa se puso en pie. Por un segundo -sólo un segundo- Sandra Koval se desconcertó. Grace Lawson también se puso en pie. Wade Larue no entendía qué hacían juntos. No tenía sentido. Se preguntó si eso cambiaba algo, si pronto conocería a Grace Lawson.

¿Acaso importaba?

Cuando Sandra Koval acabó, se inclinó hacia él y susurró:

– Vamos, Wade. Puedes salir por la puerta de atrás.

Diez minutos después, en las calles de Manhattan, Wade Larue estaba libre por primera vez en quince años.

Miró los rascacielos. Times Square era su primera meta. Habría un gran gentío y mucho ruido: personas reales, no reclusos. Larue no quería estar solo. No anhelaba ver hierba verde o árboles: eso ya lo veía desde su celda en la aislada zona de Walden. Quería luces, bullicio y gente, gente de verdad, no presos, y sí, tal vez, la compañía de una buena (o mejor mala) mujer.

Pero eso tendría que esperar. Wade Larue miró su reloj. Ya casi era la hora.

Enfiló hacia el oeste por la Calle 43. Todavía estaba a tiempo de echarse atrás. Se encontraba dolorosamente cerca de la terminal de autobús de Port Authority. Podía subirse a un autobús, cualquiera, y partir de cero en algún lugar. Podía cambiarse el nombre, tal vez un poco la cara, y probar suerte en un teatro local. Todavía era joven. Todavía tenía talento. Todavía tenía el carisma sobrenatural.

Pronto, pensó.

Necesitaba resolver ese asunto. Dejarlo atrás. Al ponerlo en libertad, uno de los consejeros de la cárcel le soltó el clásico sermón acerca de que aquello era un buen principio o un mal final, que todo dependía de él. El consejero tenía razón. Ese día iba a dejarlo todo atrás o morir. Wade dudaba que hubiera una vía intermedia.

Más adelante vio un sedán negro. Reconoció al hombre apoyado en él, con los brazos cruzados. Era la boca lo que no podía olvidarse, con los dientes fuera de sitio, amontonados. Ese hombre había sido el primero en darle una paliza a Larue hacía ya muchos años. Quería saber qué había pasado la noche de la Matanza de Boston. Larue le había dicho la verdad: no lo sabía.

Ahora sí lo sabía.

– Hola, Wade.

– Cram.

Cram abrió la puerta. Wade Larue se sentó en el asiento de atrás. Cinco minutos después circulaban por la autopista de West Side, en la recta final del juego.

41

Eric Wu observó la limusina detenerse ante la casa de los Lawson.

Un hombre corpulento con aspecto de cualquier cosa menos de chófer salió del coche, se ciñó la chaqueta para poder abrocharse el botón y abrió la puerta de atrás. Salió Grace Lawson. Se dirigió hacia la puerta sin despedirse ni mirar atrás. El hombre corpulento la vio recoger un paquete y entrar. Luego se metió en el coche y se fue.

Wu se preguntó quién sería ese hombre corpulento. Grace Lawson, según le habían dicho, tal vez tenía protección. La habían amenazado. Habían amenazado a sus hijos. El chófer fornido no era policía, de eso Wu estaba seguro. Pero tampoco era un conductor normal y corriente.

Mejor andarse con cuidado.

Manteniéndose a una distancia prudencial, Wu empezó a circundar la casa. El cielo estaba despejado y el follaje era exuberante. Había muchos escondites. Wu no tenía prismáticos -le habrían facilitado las cosas-, pero daba igual. Enseguida localizó a un hombre. Estaba apostado detrás del garaje, independiente de la casa. Wu se acercó sigilosamente. El hombre hablaba por un walkie-talkie. Wu aguzó el oído. Sólo le llegaron retazos, pero fue suficiente. También había alguien dentro de la casa. Y probablemente otro hombre cerca, en la acera de enfrente.

Eso no le gustó.

De todos modos, ya se las arreglaría. Lo sabía. Pero tendría que actuar rápido. Primero tenía que averiguar dónde estaba exactamente el segundo hombre. Eliminaría a uno con las manos y al otro con la pistola. Tendría que asaltar la casa. Podía hacerlo. Habría muchos cadáveres. El hombre que estaba dentro quizás entonces estuviese ya prevenido. Pero podía hacerlo.

Wu consultó la hora. Las tres menos veinte.

Mientras regresaba a la calle, se abrió la puerta de atrás y salió Grace. Llevaba una maleta. Wu se detuvo y la miró. Grace la puso en el maletero. Volvió a entrar. Salió con otra maleta y un paquete: el mismo, pensó Wu, que la había visto recoger en la puerta de su casa.

Wu volvió a toda prisa al coche que usaba; irónicamente, era el Ford Windstar de Grace, aunque había cambiado la matrícula en el centro comercial de Palisades y colocado unos adhesivos en el parachoques para despistar. La gente recordaba más los adhesivos en los parachoques que las matrículas e incluso las marcas. Había uno de un padre orgulloso de su hijo, un alumno con matrículas de honor. Otro, de los Knicks de Nueva York, decía: un equipo, un nueva york.

Grace Lawson se sentó ante el volante de su coche y arrancó. Bien, pensó Wu. Le sería mucho más fácil cogerla donde se detuviera. Las instrucciones eran claras. Debía averiguar qué sabía. Luego deshacerse del cuerpo. Puso la marcha pero pisó el freno. Quería ver si alguien más la seguía. Nadie salió detrás de ella. Wu se mantuvo a cierta distancia.

Nadie más iba detrás de ella.

Los hombres habían recibido orden de proteger la casa, supuso, no a ella. Wu se sintió intrigado por las maletas y se preguntó adónde iría, cuánto duraría el viaje. Se sorprendió cuando Grace se desvió por calles secundarias. Se sorprendió todavía más cuando se detuvo junto al patio de una escuela.

Claro. Eran casi las tres. Había ido a recoger a sus hijos.

Volvió a pensar en las maletas y en lo que podrían significar. ¿Tenía la intención de recoger a los niños e irse de viaje? Si era así, a lo mejor se iba muy lejos. A lo mejor no se detenía hasta pasadas varias horas.

Wu no quería esperar varias horas.

O bien volvía directa a casa, a la protección de los dos hombres apostados fuera y del que estaba dentro. Eso tampoco le convenía. Tendría los mismos problemas que antes, y encima, en cualquiera de los dos casos, estarían los niños de por medio. Wu no era sanguinario ni sentimental. Era pragmático. Llevarse a una mujer cuyo marido ya había huido podía despertar sospechas e incluso involucrar a la policía, pero si a eso se añadían cadáveres, posiblemente dos niños muertos, la atención se volvería casi insoportable.

No, comprendió Wu. Lo mejor sería llevarse a Grace Lawson allí mismo. Antes de que los niños salieran de la escuela.

Eso significaba que no tenía mucho tiempo.

Las madres empezaron a agolparse y mezclarse, pero Grace Lawson se quedó en su coche. Parecía leer algo. Eran las tres menos diez. Eso significaba que Wu disponía de diez minutos. En ese momento se acordó de la anterior amenaza. Le habían dicho a Grace que se llevarían a sus hijos. En ese caso, era muy posible que también hubiera hombres vigilando la escuela.

Tenía que comprobarlo de inmediato.

No tardó mucho. La furgoneta estaba aparcada a una manzana, al final de una calle sin salida. Demasiado evidente. Wu se planteó la posibilidad de que hubiera más de una. Miró rápidamente alrededor y no vio nada. De todos modos, no tenía tiempo. Debía actuar. Faltaban cinco minutos para que acabaran las clases. En cuanto aparecieran los niños, las cosas se complicarían de manera exponencial.

Wu llevaba ahora el pelo moreno y unas gafas de montura dorada. Vestía ropa deportiva y amplia. Intentó adoptar una actitud tímida mientras caminaba hacia la furgoneta. Miró alrededor como si estuviera perdido. Fue derecho hacia la puerta de atrás y, justo cuando estaba a punto de abrirla, un hombre calvo con la frente empapada en sudor asomó la cabeza.