Con la cabeza apoyada en la pared, Charlotte lo observó con ojos vidriosos.
– Has de reconocer que la idea tiene mérito.
Él retrocedió y se pasó una mano temblorosa por el pelo. La idea tenía mérito, si pudiese estar con Charlotte hasta que se cansara. Suponiendo que alguna vez se cansara de ella. Roman albergaba sus dudas.
Además, él tenía su plan. Un destino que no había buscado pero con el que debía cumplir gracias a una decisión tomada a cara o cruz, y a un fuerte sentido del deber familiar. En esos momentos, no tenía ni idea de cómo iba a cumplir tal objetivo, pero esa mujer suponía un peligro. Ella no quería un compromiso duradero con un hombre que no pensaba quedarse en Yorkshire Falls. Eso era lo único que la dejaba fuera del juego.
No obstante, Roman también temía que Charlotte pudiese atraerlo hacia ella, a su pueblo, y le hiciese olvidar los sueños y objetivos que siempre había deseado para su vida.
Cuanto más satisfacía su apetito, más atraído se sentía por ella.
– Apartarte de mi mente es una idea fantástica. No tengo ni idea de cómo ponerla en práctica, pero ésta… -hizo un gesto para señalar su cuerpo prácticamente desnudo y el de él totalmente excitado-, ésta no es la forma más inteligente de hacerlo.
Antes de que pudiera cambiar de opinión, Roman se volvió y cruzó rápidamente las puertas batientes, cuyas bisagras hizo chirriar a su paso. No se permitió volver la vista atrás.
Sólo cuando se vio a salvo, en la calle se dio cuenta de que había olvidado la lista de posibles sospechosos para Rick. Pero no pensaba volver a la línea de fuego ni por asomo.
Capítulo 5
Las calles de Yorkshire Falls estaban vacías, ya que buena parte de los habitantes del pueblo se habían reunido en el ayuntamiento. Tras tomar una bocanada de aire fresco, Charlotte ocupó su puesto de voluntaria, como vigilante del ponche. En un día normal y corriente, ningún adulto sensato tocaría la ponchera llena de líquido verde, pero en el baile anual de San Patricio, todo el mundo se permitía el gusto de probar el colorido Kool-Aid.
Se dijo que era mejor que se dedicara a asegurarse de que nadie añadía licor al ponche en vez de estar pensando en Roman. El mero hecho de recordar el sensual encuentro de aquel mismo día le ponía la carne de gallina.
Había hecho acopio de todo su valor para volverse hacia él y materializar su fantasía. Abrirse a él. Aceptar y ceder a su beso a pesar de saber que Roman podía hacerle mucho daño. Y era lo que había pasado. El hombre había dejado su ego por los suelos, y le iba a costar olvidarlo. Ahora sabía cómo se había sentido él durante todos aquellos años. Eso sí que era vengarse a lo grande, pensó.
Y aun así, era incapaz de negar que seguía resultándole atractivo. Recorrió la sala abarrotada buscándolo con la mirada. Estaba para comérselo, con unos vaqueros negros y un jersey blanco. Destacaba entre la multitud, y no sólo por desafiar las convenciones al no ir vestido de verde. No conseguía quitarle los ojos de encima. Al parecer, no tenían el mismo problema, porque él no había mirado en su dirección ni una sola vez.
En cambio, Roman se dedicaba a mariposear de soltera en soltera, desplegando sus encantos, sonrisa fácil y atractivo sexual. A Charlotte le exasperaba ver que tenía un público sumamente receptivo. Ella no era más que una de tantas. Y le dolía.
Al volver a su puesto, descubrió que tenía compañía. Raina Chandler estaba sentada detrás de la larga mesa que hacía las veces de bar improvisado.
– Hola, Raina.
La mujer la saludó desplegando una sonrisa de oreja a oreja.
– Deja que te vea. -Charlotte dio un paso atrás para apreciar el aspecto de Raina. Estaba tan esbelta como siempre y el brillo del maquillaje le iluminaba las mejillas. Al verla, no parecía que hubiera estado en el hospital-. ¡Estás fabulosa!
– Gracias. Intento que mi estado de salud no me deprima. -Raina miró de soslayo y luego miró a Charlotte otra vez.
– No te he visto en toda la semana. Espero que eso signifique que te estás cuidando bien. Pasar una noche en el hospital es más que suficiente.
Raina asintió.
– Estoy aprendiendo a ser más cauta -reconoció-. Ahora hablemos de ti. He venido a relevarte. Ve a mezclarte con la gente.
– Oh, no. -Charlotte negó con la cabeza-. No voy a permitir que te quedes aquí de pie y te dediques a servir ponches. Tienes que descansar.
Raina hizo un gesto con la mano para quitar importancia al asunto.
– Yo no soy tu sustituta.
Charlotte miró a su alrededor pero no vio a nadie más por allí.
– ¿Quién es? Espero que no sea mi madre…
– Por lo que he visto, tu madre está la mar de bien. Haciendo vida social.
– ¿Dennis Sterling? -preguntó Charlotte incapaz de disimular el tono esperanzado de su voz.
– Desgraciadamente, Dennis va a llegar tarde.
– Lástima. -Como único veterinario del pueblo, todas las urgencias animales recaían sobre sus hombros.
Raina le dio una palmadita en la mano.
– No te preocupes. Si el hombre está interesado, en cuanto vea a tu madre esta noche, insistirá todavía más.
– ¿No te parece que está preciosa? Yo misma he elegido el vestido.
– Tienes un gusto estupendo. Tú también estás muy guapa.
– Gracias. -Sabiendo que había elegido ese atuendo pensando en el hijo pequeño de Raina, Charlotte notó que se sonrojaba. Sobre todo porque había decidido llevar algo atrevido, un conjunto que había comprado cuando vivía en Nueva York.
Roman tal vez había podido resistirse a ella lo suficiente como para apartarse, pero no sin que Charlotte notara la reacción de su cuerpo ante el de ella. Él no era inmune. Y esa noche Charlotte necesitaba subirse la moral haciendo que se fijara en ella. Por desgracia, aquella mirada azul no estaba tan interesada en observarla como ella había esperado.
– Tengo entendido que mi hijo pequeño y tú os habéis visto -dijo Raina como si hubiera captado los pensamientos más profundos de Charlotte.
El rubor de las mejillas de ésta se convirtió en ardor. ¿Cómo era posible que alguien la hubiera visto con Roman?, se preguntó mientras reproducía en su mente el encuentro erótico que habían tenido.
– Yo…, pues…, nosotros…
– En Norman's, hace unos cuantos días. Rick me lo dijo. -Raina no advirtió el suspiro de alivio de Charlotte y se limitó a darle una palmadita en la mano una vez más-. Nunca se sabe lo que puede surgir después de años de distanciamiento. Estoy aquí para darte la oportunidad de sacar partido de ese modelito tan sexy. Sam se encargará del ponche, ¿verdad? -Raina alargó la mano detrás de ella e hizo evidente la presencia del solitario del pueblo por antonomasia.
– Hola, Sam. -A Charlotte le sorprendió que hubiera decidido asistir a una función benéfica llena de gente, pero la gratuidad de la comida y la bebida quizá fuera la explicación.
– Quería preguntaros cómo os conocisteis -dijo Raina.
– Le chiflan los hombres mayores -farfulló él.
Charlotte asintió. Siempre había sentido debilidad por el solitario.
– Y a veces Sam me hace recados. -Llevar cartas a correos y cosas así a cambio de dinerillo que le permitía comprar comida, pensó ella, aunque no lo dijo en voz alta.
Se trataba de un hombre orgulloso al que pocas personas del pueblo se tomaban la molestia de conocer o comprender. Pero incluso de niña, recordaba que su madre era atenta con él. Al volver a Yorkshire Falls, a Charlotte le entristeció ver que Sam seguía llevando la misma vida solitaria, y había hecho un esfuerzo extraordinario por ayudarle sin ofrecerle caridad directamente.
– Bueno, ahora va a encargarse del ponche -informó Raina.
– Liberándote para que bailes conmigo. -Rick Chandler apareció por el otro extremo de la mesa y la acorraló delante de su madre con un guiño.