– Algo que Whitehall se aseguró de hacernos saber -intervino Chase.
Roman notó cierta desazón en su interior.
– ¿Por qué?
Charlotte dejó de caminar delante de la enorme butaca en la que estaba sentado Chase.
– Sí, ¿por qué?
Chase se pellizcó el puente de la nariz y Roman se dio cuenta de que se había metido en un lío.
– El viejo se ha acordado de cierta travesura que Roman hizo hace mucho tiempo.
– Mucho, mucho tiempo -puntualizó Roman.
– Cuando era infantil y estúpido -añadió Rick, repitiendo las palabras pronunciadas por Charlotte.
– Pero no perverso -añadió Chase con una sonrisa.
– La correría de las bragas -murmuró Charlotte-. Hace tanto tiempo que ya lo había olvidado.
– Ojalá lo hubiera olvidado todo el mundo. -Roman dedicó una mirada asesina a sus hermanos.
– De todos modos, ¿por qué iba Whitehall a desenterrar una vieja hazaña ahora? -inquirió Charlotte.
Roman se frotó los ojos con las manos.
– Porque las chicas se habían quedado a dormir en casa de Jeannette Barker, pero las bragas que robé eran…
– Que robaste y colgaste del retrovisor -añadió Rick con actitud servicial.
– … eran de Terrie Whitehall -terminó Chase-. Que ha llegado corriendo a casa de sus padres justo cuando nos íbamos.
Maldita sea, ¿cómo era posible que Roman hubiera olvidado todo aquello? Se había pasado un montón de rato hablando con la remilgada empleada de banco esa misma noche y ni por un momento se había acordado de que en una ocasión le había robado la ropa interior.
– ¿O sea que cuando Terrie se enteró de lo que le habían robado a su madre, supuso que yo debía de ser el culpable? -preguntó Roman negando con la cabeza en señal de incredulidad.
– No, sólo ha mencionado que te había visto salir corriendo del ayuntamiento. Por desgracia, no fue la única que te vio hacerlo. -Rick se puso en pie y se cruzó de brazos-. Jack Whitehall te ha señalado como posible sospechoso.
Roman no daba crédito a sus oídos.
– Es un viejo chocho…
– Estoy de acuerdo, pero cuando se formula una acusación, tengo que investigar. -Con su mejor actitud de agente de la ley, deslucida tan sólo por la media sonrisa de su rostro, Rick se dirigió a Roman y dijo-: ¿Te importaría decirme dónde has estado esta noche después de salir del ayuntamiento? ¿Y si alguien puede dar fe de tus movimientos?
Charlotte abrió la boca y la cerró en seguida. Chase se echó a reír.
Aquella noche había habido una sorpresa tras otra, pensó Charlotte mientras acompañaba a Rick y a Chase a la puerta. Como Roman permanecía detrás de ella, tenía el presentimiento de que todavía no habían acabado.
– Gracias por pasaros por aquí para informarme de que había habido otro robo -dijo Charlotte.
Rick se detuvo.
– Bromas aparte, hemos venido a advertirte. Ha habido cinco allanamientos de morada con robo con un solo vínculo: tú. No sólo vendes los artículos que roban, sino que son los que haces tú.
Roman arqueó las cejas sorprendido, pero no preguntó nada y se dispuso a asumir el mando.
– Por eso no voy a dejarla sola.
Charlotte negó con la cabeza y guardó silencio. Ya había previsto que a Roman le saldría la vena protectora, pero tenía pensado guardarse los argumentos por los que no debía quedarse para cuando estuvieran a solas.
Agradecía su consideración, pero era injustificada. El ladrón de bragas había entrado en las casas de las cuentas sin hacer daño a nadie. Iría con cuidado, pero creía estar a salvo. No podía permitir que se quedara a pasar la noche con ella. Teniendo en cuenta que cotillear era el pasatiempo preferido de la gente del pueblo, no tenía ninguna intención de que los vecinos lo vieran saliendo a hurtadillas por la puerta, o por la escalera de incendios, al amanecer.
– En casa estás segura -dijo Rick, mirando a Roman y proporcionándole a Charlotte una excusa si es que la quería-. Teniendo en cuenta que tienes vecinos a ambos lados, nadie sería tan idiota como para irrumpir aquí, pero te sugiero que mantengas esa ventana cerrada con llave. En estas circunstancias, mejor que no te arriesgues a invitar a entrar a un sinvergüenza.
Miró a Roman con el rabillo del ojo y consiguió contener la risa. Los dos sabían que él era el último sinvergüenza que había trepado hasta su ventana, pero Charlotte no veía motivos para dar más munición a sus hermanos.
Ya le estaban dando la lata lo suficiente, aunque eso sí, con cariño, algo que ella nunca había experimentado en la vida. Era hija única, y había madurado demasiado rápido después de que su padre las dejó, mientras que, a pesar de todo, los hermanos Chandler habían sido capaces de ir haciéndose mayores y conservar cierta faceta infantil. La rivalidad entre hermanos, las ganas de superarse unos a otros y el cariño eran tan obvios entre ellos que su compañía hacía que a Charlotte se le formara un nudo en la garganta. Ella no había experimentado ningún tipo de verdadera unidad familiar y ahora se daba cuenta de lo mucho que se había perdido.
Lanzó una mirada a la ventana abierta.
– Me ocuparé de ello, lo prometo.
– Estamos haciendo horas extras, pero no puedo prometerte nada hasta que pillemos al tipo, así que ojo.
Charlotte asintió una vez más.
Chase le colocó la mano en el hombro con gesto amistoso.
– En cuanto publique el artículo, tendrás a todo el pueblo pendiente de ti.
– Lo que me faltaba, que me controlen a mí y mi vida. -Dejó escapar un suspiro-. Espero que esto no perjudique el negocio. No puedo permitirme el lujo de que a la gente le dé miedo comprar mis artículos.
Rick negó con la cabeza.
– Yo creo que, como mucho, habrá un descenso en las ventas de la prenda en cuestión.
– Espero que estés en lo cierto. -Desde luego, no podía enfrentarse a un descenso generalizado de las ventas y seguir pagando el alquiler. Los ahorros de la época pasada en Nueva York no le durarían mucho más y justo ahora empezaba a recuperar la inversión inicial.
– Haremos que patrullen el barrio, ¿de acuerdo?
Charlotte asintió y por fin cerró la puerta detrás de Rick y Chase. Entonces se armó de valor y se volvió hacia Roman. Tenía un hombro apoyado en la pared, con postura sexy y expresión segura.
Si no le fallaba el instinto, Charlotte intuyó que entre ellos algo había cambiado. Una vez más.
– ¿Qué tiene de especial la ropa interior que están robando? -preguntó.
– Tú sabrás. Pudiste verla el otro día. -Tragó saliva-. En el probador.
El recuerdo oscureció sus ojos azules, que adoptaron un matiz tormentoso.
– ¿Las hiciste a mano?
Charlotte asintió. Él entrelazó su mano con la de ella y las yemas de sus dedos encallecidos causaron estragos en las terminaciones nerviosas de Charlotte, enviándole dardos de fuego incandescente por todo el cuerpo. Al final él le cogió ambas manos para vérselas mejor.
– No sabía que estuviera tratando con una artista.
Ella dejó escapar una risa nerviosa, desconcertada por el contacto y el deseo que siempre le inspiraba.
– Tampoco te pases.
– Querida, he visto esas bragas y te he visto con ellas. Ni mucho menos exagero. De hecho, entiendo por qué un hombre sería capaz de hacer cualquier cosa para conseguir unas. Sobre todo si tú las llevaras puestas. -Bajó la voz y adoptó un tono ronco y seductor.
Roman le giró la muñeca y le dio un beso estratégico, seguido de un mordisquito en un dedo. A Charlotte se le endurecieron los pezones al primer contacto, y cuando él repasó todos los dedos, un deseo ardiente embargó todo su cuerpo.
Charlotte se preguntó adónde querría ir a parar, por qué habría empezado a seducirla ahora en vez de despedirse. No comprendía aquel repentino cambio de estado de ánimo. No dudaba que el beso que se habían dado antes había sido una especie de despedida.