Había observado a su madre tras la muerte de su padre, el luto, el retiro y luego los pequeños pasos de vuelta al mundo real, pero nunca había vuelto a ser lo que había sido con su padre y tampoco había intentado redefinirse.
Roman se dio cuenta de que eso era lo que su madre había elegido. Igual que su elección había sido alejarse no sólo de su pueblo natal, sino de su familia y del dolor que veía en los ojos de su madre cada vez que estaba en casa, sobre todo al principio.
En aquel momento, Roman se percató de que había estado huyendo del apego emocional, del mismo modo que Charlotte huía de él. Ella temía sufrir el mismo dolor que había visto en su madre, día tras día.
Pero hacer el amor con ella le había mostrado que, en algunos casos, no existían alternativas. Estaban hechos el uno para el otro. No sólo porque la deseaba, sino porque quería darle lo que no había tenido: familia y amor. Lo que no sabía era cómo lo lograría sin renunciar a la libertad que necesitaba para su trabajo y su vida.
Le quedaba mucho camino por delante para demostrarles, a ella y a sí mismo, que esa forma de vivir les satisfaría, que sus vidas no tenían por qué ser una repetición de los errores de sus padres, sino que las construirían por sus propios medios.
Roman se dio cuenta de que eso implicaba un gran compromiso, no sólo con su familia, como había prometido, sino también con Charlotte.
La miró a los ojos y se enterneció.
– ¿Lo que quieres es un matrimonio feliz? -le preguntó.
– ¿Es eso lo que tú no quieres? -replicó Charlotte.
– Touché. -Le acarició la mejilla con un dedo.
Pobre Charlotte. No tenía ni idea de que ya lo tenía todo claro. Roman sabía que la quería… a ella. Estaba a punto de asaltar sus defensas y ella ni se lo imaginaba.
– Me he dado cuenta de que antes has cambiado de tema. Quería hablar de «mis» mujeres.
Charlotte se ruborizó levemente.
– Pues yo no.
– No hace falta que hables, sólo tienes que escucharme. -Con un movimiento suave, la tumbó boca arriba y se sentó a horcajadas sobre sus caderas.
Charlotte lo miró con el cejo fruncido.
– Juegas sucio y te has olvidado de pedir la comida -dijo.
– En cuanto acabemos esta conversación te traeré más galletas de las que podrás comerte. -Acercó sus caderas a las de ella en un gesto provocador y sensual.
– Eso se llama soborno. -Pero Charlotte tenía la mirada vidriosa, dándole a entender que la provocación erótica la había tentado. Su estómago escogió ese preciso instante para quejarse de forma ruidosa y echar a perder aquel momento. Sonrió con timidez.
– Supongo que si quiero comer no me queda otra elección que escucharte.
– Supongo que tienes razón. -Pero no pensaba seguir sin un poco de coacción erótica. Se apoyó en ella para sentir sus curvas y su piel tersa. «Joder, qué placer»-. Escúchame bien -dijo para evitar distraerse, puesto que había mucho en juego-. En primer lugar, siempre he estado tan ocupado que las mujeres casi nunca entraban en la ecuación de mi vida, lo creas o no. Pero te prometí que nunca te mentiría. En segundo lugar, tal vez no me haya comprometido con anterioridad, pero te aseguro que ahora sí lo estoy. Aquella afirmación lo sorprendió incluso a él y, obviamente, también a Charlotte, ya que se produjo un largo silencio.
Algo parecido al miedo brilló en los ojos de ella.
– Dijiste que nunca mentirías.
– Creo que esta vez debería sentirme insultado.
Charlotte negó con la cabeza.
– No te estoy llamando mentiroso.
– Entonces ¿qué?
– No conviertas esto -hizo un gesto entre los cuerpos desnudos- en más de lo que es en realidad.
– Oh, ¿y qué es «esto» para ser exactos? -preguntó Roman, porque necesitaba saber con exactitud a lo que tendría que enfrentarse cuando se viera en la tesitura de hacerle cambiar de parecer.
– Sexo -respondió Charlotte, restándole importancia a lo que habían compartido.
Aunque Roman era consciente de que se trataba de un mecanismo de protección, era innegable que le había dolido. Forzó una risa fácil.
– Me alegro de que no prometieras que nunca mentirías, cariño.
De ese modo le dio a entender que no creía lo que Charlotte le acababa de decir, y esta vez ella inspiró hondo, puesto que se dio cuenta de ello.
Roman también inspiró. El aroma del sexo flotaba en el aire y le excitaba y hacía que la deseara, a pesar de que hubiera trivializado lo que habían compartido. Él ya había expresado su punto de vista: habían experimentado algo mucho más profundo que el sexo.
Le separó las piernas con las rodillas.
– ¿Qué haces? -preguntó Charlotte.
– Has dicho que estabas hambrienta, ¿no? -Roman no esperó a que respondiera-. También has dicho que entre nosotros sólo hay sexo. -Colocó el glande del pene erecto entre sus piernas y la penetró lenta y metódicamente, con un movimiento hábil y palpable que a Charlotte no le quedaba más remedio que sentir. Él lo sentía, vaya que sí.
Charlotte separó los labios y los ojos se le dilataron mientras Roman la penetraba.
Le había preguntado qué estaba haciendo.
– Haré que te tragues lo que acabas de decir.
Le haría experimentar todos los sabores, tactos y sensaciones de modo que siempre formaran parte de ella. Le demostraría que lo que había entre ellos era profundo e importante.
Los movimientos intensos en el interior de Charlotte provocaron una reacción inconfundible, al menos a juzgar por los sonidos de placer que ella emitía.
Cada gemido que salía de sus labios se colaba en el interior de Roman y le producía una sensación de escozor en los ojos y un nudo en la garganta.
Luego, cuando yacía dormida entre sus brazos, Roman supo que ella ya formaba parte de él. «O puede que siempre haya formado parte de mí», se dijo.
Al día siguiente, el sol hacía ya mucho que se había ocultado tras el horizonte, como una pelota de fuego naranja en el cielo color rojo, cuando Roman condujo de vuelta al pueblo. A Charlotte se le encogió el estómago. No estaba preparada para acabar tan pronto esa aventura.
Las cosas se habían animado después de aquella conversación seria que no los había llevado a ninguna parte. Habían hecho el amor, habían comido galletas caseras, habían dormido acurrucados el uno junto al otro y se habían despertado a tiempo para ver el amanecer. Habían disfrutado de una comida campestre en la bonita zona exterior del hotelito, luego habían cenado con los Innsbrook y a continuación habían vuelto a la habitación para hacer el amor de nuevo antes de marcharse del establecimiento.
Tal vez Roman sintiera lo mismo que ella, porque los dos volvieron a casa en silencio. Cuando Roman la acompañó hasta su apartamento, Charlotte sentía un nudo inmenso en el estómago.
No estaba preparada para despedirse.
– Me pregunto si anoche se produjo algún robo -dijo Charlotte para quedarse más tiempo con él.
– No se lo deseo a nadie, pero me libraría de las mujeres de este pueblo. -Los ojos se le iluminaron con una expresión divertida-. Tengo una coartada.
Charlotte sonrió.
– Sí, ya te entiendo. Si nadie sabe que te marchaste del pueblo, entonces el ladrón no podrá usarte de escudo… si es que ésa era su intención después del artículo. -Se encogió de hombros.
– Sólo mamá y mis hermanos saben que he estado fuera del pueblo, así que ya veremos qué pasa.
La madre de Charlotte también lo sabía, pero puesto que casi nunca hacía vida social, era prácticamente imposible que revelara la noticia.
– Entrar en las casas y robar bragas -dijo Charlotte negando con la cabeza.