Alice salió de la cama a toda prisa.
– Oh, Dios mío. -Corrió a buscar la ropa. Trató de ponerse los pantalones y comenzó a saltar por el dormitorio a la pata coja mientras intentaba introducir una pierna en los vaqueros, que estaban del revés.
– ¿Roman? Si eres tú, di algo.
– Ni te atrevas -farfulló Alice.
– Creía que en la guardería te habían enseñado ciertas cosas básicas -le dijo él-. Si te sientas y metes sólo una pierna a la vez, tal vez te sea más fácil.
Oía más los pasos de Raina que el latido de su propio corazón y, ahora que caía en la cuenta, el sonido de aquellos pasos era lo más agradable que había oído en mucho tiempo. Que te pillaran era el mejor método para quitarte las ganas de repetir, y si la cara roja como un tomate de Alice servía de indicación, seguramente no volvería a la casa ni lo acosaría en un futuro cercano.
Esperó a que Alice se calmara lo suficiente como para ser capaz de introducir la pierna hasta la mitad de los vaqueros antes de responder a su madre.
– Soy yo, mamá. He vuelto hace un rato.
Se oyó una voz masculina, probablemente la de Eric, lo cual explicaba por qué Raina no había subido. Sólo lo hacía por la mañana y por la noche. Roman se había planteado comentarle a Chase la posibilidad de transformar una de las habitaciones de abajo en un dormitorio para Raina.
– Quiero que me cuentes cómo te ha ido el fin de semana -dijo Raina, y Roman oyó sus pasos en la escalera a un ritmo rápido que le sorprendió.
– ¡Ooh, no! -chilló Alice, presa del pánico.
Roman, todavía de pie junto al umbral, se volvió a tiempo para verla apartar los vaqueros de una patada. Acto seguido arrancó la colcha de la cama y se envolvió con ella como si fuera una mortaja.
«Esto ya es surrealista», pensó Roman mientras negaba con la cabeza.
– Por cierto -le dijo a Alice-, también ha venido el doctor Fallón. Pero no te preocupes, estoy seguro de que, gracias a los años de confidencialidad entre médico y paciente, sabrá ser discreto.
Además, pensó Roman, podría ser peor, podría ser Chase, don Sólo-Comunico-Hechos, el que estuviera subiendo la escalera con su madre.
Raina llegó al último escalón y se le acercó. Roman le impidió que viera el interior de su dormitorio.
– Hola, mamá. ¿Estás bien? -La miró por encima del hombro y vio a Eric.
– La escalera me ha dejado sin aliento. Sentémonos en la cama y hablemos. -Lo empujó suavemente para abrirse paso, pero Roman la retuvo por el brazo con delicadeza.
– No puedes entrar.
– ¿Quién está ahí? ¿Charlotte? -preguntó, entusiasmada ante tal perspectiva.
– No, no es Charlotte, y ahora, por favor…, ya estoy metido en un lío como para que encima os preocupéis más.
Raina negó con la cabeza y trató de ver qué había por encima del hombro de su hijo.
A su espalda, el doctor Fallón puso los ojos en blanco, como si dijera: «Cuando se pone en marcha no puedo pararla», algo que Roman conocía de sobra.
– Vale, compruébalo tú misma -le susurró Roman mientras se llevaba un dedo a los labios para indicarle que se mantuviera en silencio. Su misión no era proteger a Alice de su propia estupidez, pero prefería que Raina echase un vistazo rápido y se marchase a humillarla al impedirle el paso.
Entró en el dormitorio, seguido de su madre, a tiempo de ver a Alice tratando de abrir la ventana con manos temblorosas. Roman se dio cuenta de que el pestillo estaba echado y Alice no corría peligro.
– Creo que deberíamos dejar que Eric se ocupase de ella, Roman. Está alterada y turbada -le susurró Raina, y luego le tomó de la mano para sacarlo del dormitorio.
Roman se percató de que su madre lo había visto en ropa interior, por lo que recogió los vaqueros que había dejado en el suelo. Se sobrepondría a ese bochorno mejor que Alice.
– Tienes razón. Vayamos abajo, ¿vale? -Roman salió con Raina.
Roman se dirigió rápidamente al baño para ponerse los vaqueros y luego llegó a la cocina a tiempo de ver a su madre tomándose una cucharada de antiácido.
– ¿Puedes prepararme un té? -preguntó Raina-. Tanta emoción puede más que yo.
Roman la miró, preocupado.
– ¿Seguro que es acidez de estómago? ¿No tiene que ver con el corazón? Eric podría…
– No, estoy bien. Algo me ha sentado mal, eso es todo. -Se dio un golpecito en el pecho-. Ahora mismo, esa chica necesita a Eric más que yo.
– Pero si te encuentras mal de verdad, no le quites importancia, ¿vale? -Comprobó que la tetera tuviera agua y luego encendió el fuego.
– Creo que a Alice le vendría bien un sedante y una buena reprimenda. ¿En qué estaría pensando? -Raina negó con la cabeza y se acomodó en una silla.
– Eso me recuerda algo. ¿En qué estabas pensando al dejar la puerta abierta?
– ¿Debo recordarte que en toda la vida no he tenido que usar cerrojos en Yorkshire Falls?
– ¿Cinco robos en la última semana no te parece motivo suficiente?
– Tienes razón, ya hablaremos de eso después.
Eric entró en la cocina.
– Alice está esperando en el recibidor… completamente vestida -dijo en voz baja-. La voy a llevar a su casa. Le he prometido que no contaremos nada a nadie. -No miró a Roman, a quien le sobraban motivos para no mencionar el incidente, sino a Raina, a quien Roman supuso que le encantaría cotillear por teléfono con sus amigas y contarles hasta el último detalle.
– Soy lo bastante sensata como para saber cuándo debo callar -dijo con expresión dolida.
Roman colocó la mano sobre las de ella.
– Estoy seguro de que no pretendía ofenderte, mamá. Sólo es cauto.
– Exacto, gracias, Roman. Raina, te llamaré. -Suavizó el tono-. Siento que la velada se haya visto interrumpida.
– Te agradezco que me sacases de casa. Sabes que los chicos están más tranquilos respecto a mi salud cuando estoy contigo. -Lo miró con recelo-. Y ahora disfrutaré de un buen té con mi hijo. Tú y yo podemos pasar un rato juntos cuando queramos.
– Mañana por la noche me va bien.
– Mañana nos quedaremos aquí, ¿de acuerdo? -Raina dejó escapar un largo suspiro.
Eric dio un paso hacia ella, pero Raina hizo un gesto con la mano para restarle importancia.
– Sólo necesito una taza de té. La grasa de Norman's se me ha quedado en el pecho. Alguien debería allanar su establecimiento y robarle la manteca de la despensa.
Eric se rió y luego se volvió hacia Roman.
– No sé si decirte que cuides de tu madre o de ti mismo. -Se rió entre dientes y, antes de que Raina respondiera, Eric salió de la cocina sin darle la oportunidad de tener la última palabra.
La tetera comenzó a silbar y Roman se levantó para preparar el té.
– Creo que el doctor Fallón te conviene.
– ¿No estás enfadado? -preguntó en tono preocupado.
Roman la miró por encima del hombro, sorprendido, y luego hundió la bolsita de té en el agua y le añadió una cucharadita de azúcar antes de volver a la mesa.
– ¿Enfadado? Salta a la vista que ese hombre te hace feliz. Sales con él, sonríes más que nunca y, a pesar de tu salud…
– Tal vez es porque tú estás en casa.
– O tal vez porque un hombre te considera especial y te gusta que te presten atención. -Colocó la taza delante de ella.
– No des rienda suelta a tu imaginación. Es un viudo solo y le hago compañía. Eso es todo.
– Tú llevas más de veinte años siendo una viuda sola. Ya es hora de que comiences a vivir tu vida de nuevo.
Raina clavó la mirada en la taza.
– Nunca he dejado de vivir, Roman.
– Sí lo has hecho. -No le apetecía mantener esa conversación, pero era obvio que había llegado el momento-. En algunos aspectos has dejado de vivir y, como resultado, has cambiado nuestra vida. Roman, Rick y Chase, los hermanos solteros -dijo con ironía.
– ¿Me estás diciendo que tengo la culpa de que estéis solteros? -Raina parecía indignada y dolida.