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Apenas podía respirar, no lo necesitaba, ya que el oleaje de sensaciones la transportó hasta el orgasmo más intenso de su vida… porque era fruto del amor.

El gemido estremecedor de Roman le indicó que sentía lo mismo. Charlotte lo amaba. Más tarde, mientras se dormía en sus brazos, se preguntó por qué había negado algo tan obvio durante tanto tiempo.

Charlotte se despertó y, al desperezarse, sintió las sábanas frías sobre la piel desnuda. La sensación de despertarse sola era normal y extraña a la vez. No era distinta a la de la mayoría de las mañanas de su vida, pero puesto que había dormido acurrucada contra el cuerpo de Roman, el frío resultaba desagradable y preocupante, al igual que las emociones que le zarandeaban el cerebro todavía somnoliento.

Comprendía los motivos por los que Roman la había besado y se había marchado silenciosamente de madrugada, y le agradecía el respeto que le mostraba frente a un pueblo chismoso. Pero le echaba de menos, quería volver a hacer el amor con él. Lo amaba. Esos pensamientos la asustaban sobremanera.

Al levantarse siguió la típica rutina matutina, tratando de fingir que todo seguía igual. Ducha caliente, café más caliente y bajar rápidamente la escalera para ir a trabajar. Sí, pensó Charlotte, la misma rutina. Pero era innegable que se sentía distinta.

Se había comprometido con Roman con esas dos palabras: «Te quiero». Y ahora que ya las había pronunciado, temía que su vida cambiara para siempre. Si el pasado era indicativo de algo -el de su madre, el de su padre e incluso el de Roman-, los cambios no serían buenos.

Con esa conclusión inquietante, entró en la tienda abierta, confiando en que la familiaridad de los volantes, los encajes y el popurrí de vainilla que perfumaba el ambiente la calmarían. Al entrar, la sorprendió el inesperado aroma a lavanda, lo cual la descolocó y acabó con cualquier atisbo de rutina tranquilizadora.

– ¿Beth? -llamó.

– Aquí atrás. -Su amiga salió de la habitación trasera con un frasco de ambientador en la mano, que iba utilizando mientras caminaba-. Los de la limpieza estuvieron aquí anoche y debieron de derramar amoníaco por aquí. -Agitó la mano delante de la cara-. Pensé que iba a morirme asfixiada ahí dentro. He estado ambientando toda la tienda para disimular el olor.

Charlotte arrugó la nariz, con expresión de asco.

– Puaj. ¿Tan mal huele? -A ella la lavanda le provocaba arcadas. Charlotte dejó el bolso en el mostrador y, al llegar a los probadores, retrocedió al respirar aquel olor espantoso-. ¡Uf! -Ya podía irse olvidando de la idea de encerrarse en la oficina y distraerse con el papeleo.

Beth asintió.

– He cerrado la puerta de la oficina para que el olor no llegara a los probadores y he abierto las ventanas para airear.

– Gracias. Al menos en la entrada no es tan terrible.

– Esperemos que siga así.

– Bueno, tendremos que cerrar los probadores y marcar los tickets… Puedes aceptar devoluciones de cualquier artículo comprado hoy. -Normalmente, prendas como los trajes de baño y la ropa interior no se podían cambiar, pero no era una política justa si el comprador no podía probárselos primero-. Si el olor empeora, tendremos que cerrar. No tiene sentido que nos envenenemos. -Beth roció un poco más de lavanda por la tienda-. ¿No había otro aroma?

– Era el único que tenían en la tienda.

– Da igual, pero, por favor, no eches más y veamos qué pasa.

Tras dejar el ambientador en un estante, Beth siguió a Charlotte hasta la entrada, donde abrió la puerta para renovar el aire.

– Bueno -dijo Beth apoyándose en el mostrador, junto a la caja registradora-. Me alegro de verte aquí, sonriendo. ¿Cómo te sientes después de… ya sabes? -Bajó la voz hasta susurrar las dos últimas palabras, refiriéndose al espectáculo que Charlotte y su familia habían protagonizado el día anterior durante el partido de béisbol.

En cuanto Charlotte hubo subido al coche de Roman, se había olvidado de Beth, de la cena y de todo lo demás.

– Estoy bien -repuso en voz baja antes de darse cuenta. Observó la tienda vacía y puso los ojos en blanco-. ¿Por qué estamos susurrando? -preguntó en voz alta.

Beth se encogió de hombros.

– Ni idea.

– Bueno, pues estoy bien. Aunque no me gustó que me tendieran una emboscada en público. Si papá, es decir, Russell, quería hablar conmigo, tendría que haberme llamado o venido a verme o abordarme a solas. Fue humillante.

– ¿Le habrías concedido la oportunidad? -le preguntó Beth contemplándose las uñas, sin mirar a Charlotte.

Charlotte sacudió los hombros, donde se le había acumulado la tensión fruto de esa conversación.

– No lo sé. ¿Se la concederías tú al doctor Implante? -Respiró hondo de inmediato, disgustada consigo misma-. Santo cielo, lo siento, Beth. No sé por qué la tomo contigo. -Charlotte corrió hasta el mostrador y abrazó a Beth para disculparse-. ¿Me perdonas?

– Por supuesto. No tienes una hermana a la que torturar y tu madre está muy débil. ¿Quién más te queda, salvo la pobre de mí? -A pesar de aquellas palabras rudas, cuando Beth se apartó estaba sonriendo-. De hecho, es una pregunta interesante. Le concedería la oportunidad al doctor Implante para agradecerle que me hiciera ver mis propias inseguridades. Luego le tiraría un jarro de agua fría.

– ¿De verdad te sientes mejor? -le preguntó Charlotte.

– ¿Cómo explicarlo? -Beth miró hacia el techo como si buscara la respuesta-. Me siento más consciente -repuso-. Ahora me paso el día pensando y he descubierto que todas mis relaciones pasadas tienen una cosa en común. Todos los hombres con los que he estado querían cambiarme, y se lo permití. Me adaptaba fácilmente a sus deseos. David fue el caso más radical, pero se acabó. Y os agradezco a ti y a Rick que me ayudarais a recuperarme.

– ¿A mí? -preguntó Charlotte, sorprendida-. ¿Qué es lo que he hecho?

– Ya te lo dije el otro día. Me ofreciste este trabajo porque sabías mejor que yo qué me convenía. Ahora yo también lo sé. Y esto no es más que el comienzo.

– Me alegro de haberte ayudado. ¿Qué me dices de Rick?

– Hablar y escuchar. La mayoría de los hombres no hablan. Ven la tele, gruñen, tal vez eructan un par de veces antes de asentir y fingir que prestan atención. Rick ha escuchado con atención todas mis aventuras del pasado y me ha ayudado a llegar a las conclusiones correctas.

– Ha nacido para rescatar a damiselas en apuros. Tal vez debería haber sido loquero y no poli.

– Qué va, el orden público le da sex-appeal-dijo Beth riendo.

– Dime que no te estás enamorando de él.

– De ningún modo, ni en sueños. Estaré sola una buena temporada.

Charlotte asintió y la creyó. Los ojos de Beth no brillaron de ensoñación al hablar de Rick. No parecía derretirse por el agente sexy, no del modo en que Charlotte se derretía cuando pensaba en Roman. Sintió anhelo y excitación ante la idea de volver a verle.

– Tengo que aprender más sobre mí misma -afirmó Beth interrumpiendo los pensamientos de Charlotte justo a tiempo-. Tengo que averiguar qué me gusta y qué no, no qué se espera de mí. De momento sólo necesito a mis amigos.

– Nos tienes a nosotros, querida. -Charlotte le cogió la mano con fuerza y Beth hizo otro tanto. Charlotte confiaba en no ser la siguiente en tener la necesidad de desahogarse.

– ¿Qué piensas hacer ahora que no puedes encerrarte en la oficina y ocuparte del papeleo? ¿Te vas a hacer ganchillo arriba?

Se estremeció ante la posibilidad.

– No, me duelen las manos. Debería espaciar esos trabajos. Primero iré al Gazette y hablaré con Chase sobre el anuncio para las rebajas de Semana Santa. No puedo creer que sólo falten dos semanas y media para las vacaciones.