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– Qué noble.

Roman se mantuvo en silencio. Sólo el ruidoso tictac del reloj de pared rompía el silencio, pero Charlotte no pensaba ponérselo fácil.

Roman se aclaró la garganta.

– Pero me costaba mantenerme alejado de ti. Cada vez que nos acercábamos, la situación se desbocaba. No sólo a nivel sexual, sino también emocional. Aquí. -Se señaló el pecho-. Y supe que nunca podría estar con otra mujer. -Levantó la cabeza y se encontró con la mirada de Charlotte-. Nunca más.

– No. -Charlotte negó con la cabeza; era tal el dolor que sentía en la garganta y el pecho que le costaba hablar-. No trates de decir las cosas correctas para intentar arreglar lo que no tiene arreglo. No lo tiene. Entonces me elegiste -dijo retomando el hilo de la conversación para impedir que las emociones pudieran más que ella- porque la atracción era intensa. ¿Qué fue del cariño del que hablabas?

– Se convirtió en amor.

Se le formó un nudo en la garganta. Pero aunque quería creerle, también se enfrentaba a la verdad.

– Las palabras perfectas para convencerme de que me case contigo y le dé a tu madre el nieto que quiere.

– Palabras que nunca le había dicho a nadie. Palabras que no diría si no las sintiera. -Y las sentía, pero Roman sabía que Charlotte no le creería. Lo había escuchado; sin embargo, sus conclusiones no se basaban en sus emociones, sino en hechos innegables.

Qué irónico, pensó Roman. Los hechos dictaban su vida de periodista. Ahora quería que Charlotte descartara esos hechos y basase su futura felicidad en algo intangible. Quería que creyera en él, en su palabra, aunque los hechos apuntaran en dirección contraria.

Charlotte apartó la mano y sostuvo la cabeza entre sus manos. Roman esperó y le dio tiempo para que pensara y recobrara la compostura. Cuando alzó la mirada, a Roman no le gustó su expresión fría y tensa.

– Dime una cosa: ¿pensabas dejarme en Yorkshire Falls mientras retomabas tu querido trabajo?

Roman negó con la cabeza.

– No sé qué planeé, salvo que quería a toda costa que funcionase. El Washington Post me ha ofrecido un trabajo que me obligaría a quedarme en Washington. Pensaba que podría probarlo…, que podríamos probarlo -dijo, inspirado por aquella idea repentina-. Juntos podríamos llegar a un acuerdo laboral llevadero. -El corazón le palpitó al darse cuenta de lo mucho que lo deseaba.

El cambio de vida ya no le asustaba, ahora temía perder a Charlotte para siempre. La idea le produjo un sudor frío.

Los ojos verdes y tristes de Charlotte se encontraron con los suyos.

– Un acuerdo laboral llevadero -repitió-. ¿En nombre del amor o en nombre del a cara o cruz perdido?

Roman entrecerró los ojos, dolido a pesar de todo.

– No tendrías ni que preguntarlo.

– Bueno, perdóname, pero te lo pregunto. -Se reclinó y cruzó las manos en el regazo.

Roman se inclinó hacia adelante y percibió la fragancia de Charlotte. Estaba enfadado con ella por no confiar en él, aunque no había hecho nada para ganarse su confianza. También estaba furioso consigo mismo e increíblemente excitado.

– Sólo lo diré una vez. -Ya lo había pensado bien mientras hablaba con Chase-. El a cara o cruz me condujo hasta ti. Fue el catalizador de todo lo que ha ocurrido desde entonces. Pero el único motivo por el que estoy aquí contigo ahora es el amor.

Charlotte parpadeó. Una lágrima solitaria se le deslizó por la mejilla. Llevado por un impulso, Roman la atrapó con la yema del dedo y saboreó el agua salada. Había saboreado su dolor. Ahora quería que desapareciese. Charlotte se estaba ablandando. Roman lo notaba y contuvo el aliento mientras esperaba que ella hablara.

– ¿Cómo lo sabré? -preguntó Charlotte pillándole desprevenido-. ¿Cómo sabré que estás conmigo porque así lo quieres y no porque les prometiste a tus hermanos que serías el que le daría un nieto a tu madre? -Negó con la cabeza-. Todo el pueblo sabe que la lealtad es el pilar de la familia Chandler. Chase es el ejemplo perfecto, y tú sigues sus pasos.

– Me enorgullezco de mi hermano mayor. No creo que sea un error seguir sus pasos, sobre todo si me llevan en la dirección correcta. -No tenía nada más que añadir, ya le había asegurado que sólo lo diría una vez. Nada de lo que dijera la haría cambiar de idea a no ser que quisiera creerle.

– Arriésgate, Charlotte. Arriésgate conmigo. -Le tendió la mano. Su futuro se extendía ante él… ¿estaría lleno o tan vacío como la palma de su mano en aquel momento?

Se le encogió el estómago de miedo al ver que Charlotte apretaba los puños. Ni siquiera se había acercado un poco.

– No…, no puedo. Quieres que confíe en ti cuando sé de sobra que los Chandler sois solteros empedernidos. Ninguno de vosotros quiere comprometerse. Tuvisteis que jugároslo a cara o cruz para decidir quién renunciaría a su vida por el bien de la familia. -Se levantó-. Ni siquiera puedo decir que yo sea tu premio, sino un castigo que conlleva perder todo lo que apreciabas.

Charlotte había erigido muros que Roman no creía posible poder franquear. Al menos no de momento. Se puso de pie y le tomó la mano por última vez.

– No soy tu padre.

– Para mí no hay tanta diferencia.

Y ése era el problema, pensó Roman. Charlotte era incapaz de ver más allá de los problemas de su familia. Resultaba obvio que tenía miedo, miedo a repetir la vida de su madre. Condenados Annie y Russell, pero no podía echarles toda la culpa. Charlotte era una mujer adulta, capaz de ver la verdad y tomar sus propias decisiones.

Se moría de ganas de abrazarla, pero dudaba que fuera conveniente.

– Nunca he creído que fueras cobarde.

Charlotte entrecerró los ojos y lo fulminó con la mirada.

– Tú también me has decepcionado. -Giró sobre los talones, salió corriendo de la cocina y lo dejó solo.

– Maldita sea. -Roman se dirigió a la habitación contigua y le propinó una patada al primer cubo de la basura que vio. El cubo de metal rebotó estrepitosamente en el suelo y chocó contra la pared con un ruido sordo.

– Supongo que las cosas no han ido bien. -Chase se topó con Roman al pie de la escalera que conducía a la oficina de la planta de arriba.

– Eso es un eufemismo -gruñó-. No tendrían que haber salido así.

Chase cerró la puerta.

– Así no nos molestarán los rezagados. A ver, ¿quién ha dicho que la vida sería fácil? Has tenido suerte durante una temporada, pero se ha acabado la buena vida, hermanito. Esta vez tendrás que trabajártelo. -Se volvió y se apoyó en el marco de la puerta-. Si eso es lo que quieres.

Roman tenía ganas de largarse de aquel pueblo y alejarse del dolor y las contrariedades. Del corazón debilitado de su madre y del corazón roto de Charlotte. Por desgracia, no tenía adónde huir. Las emociones que había removido le perseguirían fuera a donde fuese. Ese viaje de vuelta le había enseñado que Yorkshire Falls no era un lugar cualquiera, sino su hogar, con todo el equipaje que ello conllevaba. El equipaje del que había estado huyendo toda la vida.

– Tienes toda la razón, eso es lo que quiero. La quiero a ella. -Sin embargo, tras pasarse años evitando las cargas y las responsabilidades, ahora que estaba preparado para soportar los altibajos de una relación seria, la mujer a la que deseaba no quería saber nada de él.

– Entonces ¿qué piensas hacer al respecto?

Roman no tenía ni idea.

– Tengo que ir a ver lo de Washington -le dijo a Chase en el preciso instante en que Rick hacía acto de presencia, con las llaves en la mano.

– ¿Qué pasa en Washington? -preguntó Rick.