Hablando del perro…
– ¿Dónde está Mick? -preguntó Charlotte con cautela.
– Comiéndose un bistec. -Charlotte dejó escapar un suspiro. Los ojos de Samson se oscurecieron-. ¿A qué viene eso? No creerás que le haría daño, ¿no?
Charlotte negó con la cabeza. No lo creía, y no sólo porque nadie había sufrido daño alguno durante el transcurso de los otros robos, sino porque confiaba en el viejo gruñón y creía que ese extraño vuelco de los acontecimientos tendría una explicación comprensible. Eso esperaba.
Antes de que pudiera sopesar cuáles eran los motivos de Samson, el sabueso en cuestión salió corriendo de su caseta y comenzó a aullar y a dar vueltas alrededor de Sam. Charlotte suspiró.
– No te queda más bistec en los bolsillos, ¿no?
Sam negó con la cabeza.
– No se suponía que fuera a hacerme falta. Si no me hubieras detenido, me habría marchado hace rato.
Charlotte puso los ojos en blanco y se inclinó para alzar al pesado perro entre sus brazos. No quería que decidiera atacar a Samson mientras estuviera dentro, aunque tampoco podía decirse que Mick tuviera fama de arisco. Esa característica era más propia de Samson.
Mick no sólo pesaba mucho, sino que además le babeó el brazo.
– Ya le tengo, y ahora deja las bragas dentro de la casa antes de que me hernie -siseó-. Yo montaré guardia.
Samson la fulminó con la mirada, pero afortunadamente se volvió, subió la escalera y entró en la casa. En ese momento, Charlotte se dio cuenta de que, al llevar las manos enguantadas, Samson no dejaría huellas. Gruñó y cambió de postura. Las patas delanteras de Mick le tocaron el hombro, y su cuerpo cálido y regordete se acurrucó contra el de Charlotte.
– ¿Bailamos? -le preguntó.
Él le lamió la mejilla a modo de respuesta.
– Oh, amigo. Bueno, al menos tú sabes cómo besar a una dama. -Comenzó a dar vueltas por el seto frontal hasta que cayó en la cuenta de que parecería una trastornada mental, tras lo cual se ocultó detrás de un árbol. Si alguna vez le preguntaban al respecto, diría que se trataba de un amor repentino por los perros y se compraría una mascota. Lo que fuera con tal de encubrir aquella situación.
Por suerte, Samson salió antes de que los Carlton regresasen y se viera obligada a explicarles por qué sostenía en brazos a su perro de dos toneladas. Dejó a Mick en el suelo y el animal entró en la casa corriendo. Había olvidado a Charlotte de inmediato.
– Típico de los hombres -farfulló.
Sin mediar palabra, cogió a Samson por el brazo y lo arrastró por el patio y la calle hasta una distancia prudente antes de sonsacarle la verdad.
– Cuéntame, y no me vengas con rollos tipo «no es asunto tuyo»: ¿por qué robas las bragas? Las bragas que yo he hecho -le preguntó.
– ¿Es que un hombre no tiene intimidad?
– A no ser que quieras que vaya a ver a Rick Chandler ahora mismo, más te vale que me lo expliques. -Continuaron caminando hacia el pueblo, pero Samson se mantuvo en silencio. Frustrada, Charlotte se paró en seco y le tiró de la manga-. Samson, si me lo pones difícil esto no acabará bien. Te procesarán y seguramente te encarcelarán una temporada o te enviarán al psiquiatra, y entonces…
– Lo hice por ti.
Ésa era la respuesta que menos se esperaba.
– No lo entiendo.
– Siempre me has gustado. -Bajó la mirada y le dio una patada al suelo con las playeras desgastadas-. Siempre eras muy amable. Las demás me evitaban, pero tú siempre me saludabas, como tu madre. Cuando regresaste no habías cambiado. Siempre tenías tiempo para un desconocido.
– Entonces ¿robaste las bragas porque…?
– Quería que la tienda funcionase para que te quedaras en el pueblo.
Por extraño que pareciera, aquellas palabras le emocionaron. Samson la apreciaba, aunque fuera de un modo peculiar.
– ¿Qué te hizo pensar que robar bragas ayudaría a la tienda?
– Al principio creí que serviría para darte a conocer.
– Creo que los anuncios que he puesto han hecho precisamente eso.
– No a gran escala. Planeé sólo un par de robos, y cuando me enteré de que el menor de los Chandler había regresado, recordé las bragas que robó en su travesura juvenil. -Samson se dio un palmadita en la cabeza-. Memoria de película.
– Querrás decir memoria fotográfica -corrigió Charlotte.
– Quiero decir que no olvido nada. Y cuando me di cuenta de que los demás también lo recordaban y vi que había cola en tu tienda, supe que había obrado bien. Además, con el joven Chandler en el pueblo tenía una buena tapadera.
A Charlotte le asombraban los razonamientos de Samson.
– ¿No te preocupaba que culparan a Roman de tu…, esto…, delito?
Hizo un gesto con la mano para restarle importancia.
– No creía que el agente Rick detuviese a su hermano sin pruebas, y puesto que Roman no era culpable, entonces no podían encontrar pruebas. -Volvió a agitar las manos enguantadas, obviamente satisfecho de sí mismo.
Sin embargo, Charlotte no lo estaba.
– ¡Deberías avergonzarte! Me da igual que el robo fuera menor o que tus intenciones fueran buenas, no deberías haber hecho algo ilegal. Y menos por mí.
– Eso es lo que yo llamo gratitud -farfulló en tono hosco.
Charlotte lo miró con cautela.
– Roman lleva una semana fuera. ¿Te importaría decirme a qué viene el robo de esta noche?
Negó con la cabeza y suspiró de forma exagerada, como si diera a entender que Charlotte era corta y él lo sabía.
– Le había metido en problemas y tenía que echarle un cable, ¿no?
– ¿Te has arriesgado por ayudar a Roman? -¿Acaso no iban a acabarse las sorpresas?
– ¿Has escuchado lo que te he dicho? -preguntó, enfadado-. Lo he hecho por ti. Porque me sonríes y nadie más lo hace, menos tu madre cuando viene al pueblo. Porque me pagas los recados con dinero y no con caridad. ¿Cómo crees que sabía quién compraba las malditas bragas? Las enviaba yo, ¿no? Además, la señora Chandler también es buena conmigo.
– ¿Raina?
Samson asintió, mirando de nuevo hacia el suelo.
– Una señora muy guapa. Me recuerda a alguien con quien solía…, da igual, no importa. Pero las dos os preocupáis por Roman. Por cierto, qué nombre tan raro, ¿no?
– Tan raro como el tuyo. Venga, no te vayas por las ramas.
– Maldita sea, mira que sois impacientes las mujeres. -Suspiró-. ¿No es obvio? Ahora que Roman no está en el pueblo, otro robo de bragas demostraría su inocencia.
Charlotte parpadeó.
– Muy admirable por tu parte. Creo. -Charlotte no sabía qué pensar de todo aquello, aunque ahora tenía más sentido. Entendía cómo era posible que el ladrón supiera en qué casas debía entrar… Samson repartía sus pedidos y siempre andaba por el pueblo, escuchando sin llamar la atención-. Dime que has acabado, que no robarás más.
– Claro que no. Se ha complicado mucho, sobre todo con entrometidas como tú fisgoneando por ahí. Bien, si has acabado con el interrogatorio, tengo cosas que hacer en casa.
Charlotte no le preguntó qué. Como Samson le había dicho, su vida no era asunto suyo.
– He terminado. Pero quiero que sepas -¿cómo agradecerle que robase bragas para ayudarla?-… que agradezco la motivación de tus actos. -Asintió. Eso era.
– Entonces podrías devolverme el favor.
Esas palabras le recordaron a las de Fred Aames.
– No pienso hacerte unas bragas -repuso Charlotte. Se refería a que no se las haría a la novia que dudaba que tuviera, pero prefirió no corregirse.
– Claro que no, no soy mariquita. Además, me quedan seis bragas y no sé qué hacer con ellas.