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Charlotte respiró hondo.

– Te sugiero que las quemes -dijo con los clientes apretados.

– Sigo queriendo un favor.

¿Es que pensaba extorsionarla? Suponía que quería que le prometiese que no le contaría a nadie lo de sus correrías nocturnas para robar bragas.

– No te entregaré a la policía -dijo adivinándole el pensamiento, aunque no podía dejar a Rick con un delito sin resolver y no tenía ni idea de qué le contaría.

Samson agitó la mano, como si no le importara lo más mínimo.

– Sabes que la gente no se fija en mí a no ser que corran en sentido contrario o me ignoren. Puedo pasarme el día entero junto a alguien mientras hablan de sexo porque creen que soy idiota y no me entero.

Charlotte le tendió la mano para ofrecerle consuelo, pero Samson frunció el ceño y ella apartó la mano de inmediato.

– Pero también oigo otras cosas. El otro día oí a tus padres. Están sufriendo.

Charlotte tensó los hombros.

– Eso sí que no es asunto tuyo -repuso devolviéndole la pelota.

– Cierto, pero como siempre le das una oportunidad a un viejo que apenas conoces… creo que deberías hacer lo mismo con los tuyos. -Se dispuso a cruzar la calle, en sentido contrario al pueblo, hacia la casucha destartalada en la que vivía. De repente, giró sobre sus talones-. Algunos no tenemos familiares ni parientes. -Se volvió y continuó el solitario camino a casa.

– ¿Sam? -le gritó Charlotte, pero él no se dio la vuelta-. Tienes amigos -dijo en voz alta.

Samson siguió caminando hacia su casa como si no hubiera oído nada, pero Charlotte sabía que la había oído.

Samson la dejó sola, emocionada y confundida por sus actos. Ya sabía que tendría que lidiar con Russell, aunque no esperaba ese momento con ansia. En esos instantes le preocupaba Samson. ¿Qué demonios le contaría a Rick?

Se le ocurrieron varias expresiones terribles, «obstrucción a la justicia» y «cómplice del delito» entre otras. Pero no podía entregar a Samson, y su papel montando guardia esa noche no tenía nada que ver. Sus delitos eran de poca monta y los robos se habían acabado. Le había creído cuando se lo había dicho. Debía al cuerpo de policía una explicación que les permitiera cerrar el caso, pero quería proteger a Samson.

Charlotte se mordió el labio inferior. El sol se había puesto y había anochecido a su alrededor. El aire nocturno helaba, por lo que comenzó a caminar con brío hacia casa sin dejar de preguntarse qué hacer.

Ojalá Roman estuviera en el pueblo para aconsejarle. Pensó en ello de repente, de forma espontánea. Roman, el periodista, el defensor de la verdad. Sin embargo, si estuviera en el pueblo le confiaría el secreto porque sabía que él tampoco permitiría que Samson saliese mal parado. El corazón empezó a palpitarle.

¿Cómo podría confiarle un secreto tan importante y no creer las palabras que le había dicho? «Te quiero.» «Nunca se lo había dicho a nadie.» «No quiero perderte.» Recordaba su expresión afligida mientras le contaba la verdad, cuando podría haber mentido o disimulado para que no la supiera y así asegurar el matrimonio, los hijos y la promesa familiar.

No le había mentido. Le había explicado lo del a cara o cruz sabiendo que se arriesgaba a perderla al hacerlo.

¿Qué estaba dispuesta a arriesgar Charlotte a cambio?

El sol matutino se colaba por el escaparate frontal mientras Charlotte repasaba la lista de cosas pendientes.

– Acuérdate de colocar un plato con huevos de chocolate la semana que viene -le dijo a Beth al llegar al sexto punto de la lista-. Pero colócalo al lado de la caja, porque no quiero que la mercancía se manche de chocolate. -Mordisqueó el tapón del bolígrafo-. ¿Qué te parece si alquilamos un disfraz de conejo de Pascua del sitio ese de Harrington para la Semana Santa? A lo mejor podemos compartir el gasto entre todos los propietarios de tiendas de la calle.

Charlotte lanzó una mirada a Beth, que observaba el escaparate ajena a todo, incluidas las brillantes ideas de Charlotte.

– Se me ocurre una idea mejor. Te desvestimos y te mandamos desnuda por esta calle con un cartel en la espalda que diga «VENID A COMPRAR A LA TIENDA DE CHARLOTTE». ¿Qué te parece?

– Aja.

Charlotte sonrió y estampó la libreta contra el mostrador con la fuerza suficiente para sacar a su amiga de su ensimismamiento. Beth dio un respingo.

– ¿A qué viene esto?

– A nada. Por cierto, puedes empezar a pasearte desnuda por la calle a eso de las doce. Es la hora punta.

Beth se sonrojó.

– Supongo que estaba distraída.

Charlotte se echó a reír.

– Supongo. ¿Te importaría explicarme con qué?

Con un gesto en apariencia despreocupado, Beth señaló hacia la ventana en la que un desconocido de pelo castaño hablaba con Norman.

– ¿Quién es?

– Un carpintero. Uno de esos manitas. Ha venido a vivir aquí desde Albany. También es bombero. -Beth suspiró y cogió un huevo de chocolate con su correspondiente envoltorio con aire distraído-. ¿No te parece guapísimo? -preguntó.

A ojos de Charlotte no tenía comparación con cierto reportero moreno, pero le veía potencial para Beth.

– Está bueno -convino. Sin embargo, Beth acababa de sufrir un fuerte desengaño amoroso-. Pero ¿no es muy pronto para…? bueno, ya me entiendes.

– No pienso precipitarme, pero mirar no tiene nada de malo, ¿no?

Charlotte se rió.

– El hecho de que mires ya es positivo.

Su amiga asintió.

– Además, ahora mantendré los ojos bien abiertos cuando haga o deje de hacer algo.

Le brillaron los ojos de un modo que Charlotte nunca había visto en ella. Pensó que había aprendido una lección. De hecho, las mujeres eran capaces de superar la pérdida de un hombre. No obstante, a pesar de la capacidad de su amiga para reponerse, Charlotte albergaba dudas respecto a que fuera tan fácil como aparentaba. De todos modos, sonrió, contenta al saber que su amiga tenía las ideas claras aunque estuviera soñando con el guaperas del día.

– ¿Sabes cómo se llama?

– Thomas Scalia. Suena exótico, ¿verdad? -Mientras Beth hablaba, el hombre en cuestión se volvió hacia el escaparate y pareció mirarla fijamente-. Se me acercó después del último partido de béisbol. Cuando me dejaste plantada y te largaste.

Charlotte no respondió a esa pulla. Ya había dejado un mensaje en el contestador automático de su madre diciendo que quería reunirse con su padre y su madre. Había pasado todo el día nerviosa porque no le habían devuelto la llamada y ella esperaba el momento con impaciencia.

Por sorprendente que pareciera, las palabras de Samson la habían afectado. Igual que la historia de Roman. Todavía no sabía cómo conciliar el a cara o cruz con los verdaderos deseos de Roman, pero en lo más profundo de su corazón sabía que no quería que se hubieran esfumado.

Había llegado el momento de enfrentarse a sus padres y a su pasado. De lo contrario carecería de futuro.

– Oh, Dios mío. -El grito de Beth sacó a Charlotte de su ensimismamiento-. Va a entrar.

Desde luego. La puerta se abrió y Thomas Scalia entró a grandes zancadas. Tenía la actitud segura y engreída que Charlotte asociaba con los machos dominantes y cruzó los dedos. No quería que Beth cayera en la misma trampa con otro hombre que quisiera controlarla y cambiar a la hermosa persona que era, por dentro y por fuera.

Las campanillas de la puerta sonaron detrás de él mientras se acercaba al mostrador.

– Buenas tardes, señoras. -Inclinó la cabeza a modo de saludo-. A Beth ya la conozco -sonrió y se le marcaron unos hoyuelos que no surtieron ningún efecto en Charlotte, pero que obviamente hicieron que Beth se retorciera en el asiento-, pero creo que no tengo el placer. -Y lanzó una fugaz mirada a Charlotte.

– Charlotte Bronson -se presentó, tendiéndole la mano.