Se acercó a su habitación mientras iba tomando cucharadas de helado. La luz tenue que salía por la puerta la pilló desprevenida. No recordaba haberse dejado la luz de la mesita de noche encendida al irse a trabajar por la mañana. Se encogió de hombros antes de entrar en su santuario privado al tiempo que se lamía el dulce de leche de los labios.
– Podría ayudarte a hacer eso si estuvieras dispuesta a hablar conmigo.
Charlotte se paró en seco. El corazón le dejó de latir durante unos segundos antes de continuar, más irregular y rápido que antes.
– ¿Roman? -Pregunta estúpida. Por supuesto que aquella voz profunda y grave era de Roman.
Y era Roman, eróticamente tumbado con un chándal gris, una camiseta azul marino y los pies descalzos encima de su colcha blanca de volantes y almohadones varios. Sólo un hombre de su estatura y complexión podía presentar un aspecto incluso más viril rodeado de volantes femeninos y lazos. Sólo una mujer enamorada podía querer arrojar toda precaución por la ventana y lanzarse a sus brazos.
Charlotte exhaló una bocanada de aire presa de la frustración. Le había echado de menos y se alegraba sobremanera de verle pero todavía tenían asuntos que zanjar. Y hasta que no hablaran de esos problemas y llegaran a un acuerdo que les satisficiera a ambos, quedarían muchas incertidumbres entre los dos. Aunque en esos momentos a Charlotte le parecía posible poder vivir exclusivamente del amor y el aire que él respiraba, sabía que no podía dejarse engañar por esa sensación.
Por lo menos eso era lo que esperaba. Porque su decisión de esperar se estaba desmoronando rápidamente.
Roman se obligó a mantenerse tranquilo y relajado. Algo difícil de conseguir estando entre los almohadones de la mullida cama de Charlotte y rodeado de su femenina fragancia, que tanto había echado de menos durante su ausencia. Y todavía más difícil de conseguir mientras ella lo miraba fijamente con una mezcla de anhelo y cautela en sus preciosos ojos verdes.
Había llegado al pueblo, y como todo el mundo estaba cenando o mirando el partido de béisbol infantil, nadie lo había visto, lo cual era positivo, dado que contaba con el factor sorpresa.
Como quería estar a solas con ella y cuanto antes mejor, había planeado abordarla y marcharse corriendo, a su casa o al apartamento de ella, daba igual. Tenía mucho que compartir sobre su viaje a Washington D. C. y un futuro en el que esperaba que ella estuviera incluida.
Pero por muy ansioso que estuviera por salvar la distancia física que los separaba, no quería precipitarse. Antes tenía que ganarse su confianza.
– ¿Me has echado de menos? -preguntó él.
– ¿Me has echado de menos? -repuso ella.
Roman sonrió. Bueno, por lo menos Charlotte no había perdido el arrojo, y, además, tampoco esperaba que ella se lanzara a sus brazos.
– Por supuesto que te he echado de menos.
En vez de encontrar a Charlotte en casa o en la tienda, la había descubierto en el campo, haciendo el lanzamiento de honor. Luego su padre la había abrazado. Su padre. Al ver la enorme capacidad de perdón de su corazón, Roman se había vuelto a enamorar de ella.
La había visto sonriéndole a Russell, y Roman en seguida se dio cuenta de que había hecho las paces con esa parte de su vida. Esperaba que eso la ayudara a hacer las paces con él.
Roman dio una palmada sobre la cama, a su lado.
– Ven conmigo.
– ¿Cómo has entrado? -le preguntó ella, sin embargo.
– Por la escalera de incendios. Sabía que volverías a dejarte la ventana abierta en mi ausencia para cuidar de ti. -Y era verdad. Así pues, Roman había entrado por la escalera de incendios y se había acomodado en la cama a esperarla-. Necesitas un guarda, Charlotte. -Recordó que ella le había dicho eso el día de su primer reencuentro en el pasillo de Norman's. Nunca había imaginado que acabaría en esa coyuntura, en la que su corazón y su futuro dependían de las decisiones de aquella hermosa mujer.
– ¿Vas a solicitar el trabajo? -preguntó ella.
Roman se encogió de hombros en un intento por no dejar traslucir sus emociones. No todavía.
– Pensaba que ya lo había hecho.
– ¿Porque elegiste cara cuando Chase escogió cruz? -preguntó Charlotte con un exceso de despreocupación.
El dardo que le acababa de lanzar le dolió, porque significaba que ella todavía se sentía herida por culpa de él.
– De hecho, Chase no participó.
Charlotte arqueó una ceja.
– A ver si lo adivino. Porque él ya se sacrificó una vez.
– Ya dijo Rick que eras lista.
Charlotte puso los ojos en blanco.
– Y lo eres. ¿Tan lista como para ir a buscarme? -le preguntó señalando la maleta abierta que había en la habitación y que le había estado insinuando esa posibilidad desde que había entrado. El mero hecho de que tuviera las agallas suficientes para hacer el viaje le transmitían lo que ya sabía. Era más hija de su padre de lo que ella imaginaba, y él se dio cuenta entonces de que eso no era negativo. Tenía el presentimiento de que Charlotte también lo sabía.
Era la media naranja de Roman. Y para un hombre que nunca se había planteado tal cosa, reconocerlo era un paso de gigante, y quería compartirlo con ella.
– Venga, Charlotte. ¿Es posible que te haya ahorrado un viaje? -Oyó el tono esperanzado de su propia voz pero le daba igual. Si para recuperarla tenía que entregarle el corazón en bandeja y dejar que lo pisotease, lo haría.
– Maldito seas, Roman. -Cogió un cojín hecho a ganchillo de la cómoda y se lo lanzó con fuerza a la cabeza-. Ser tan creído no te beneficia.
– Pero a ti sí, espero. Perdóname, Charlotte.
Charlotte tragó saliva y se puso a dar golpecitos con el pie en el suelo, haciéndole esperar.
– Eres un arrogante -farfulló mientras reprimía una sonrisa imposible de disimular, por más enfadada que estuviera, por mucho que lo intentara.
– Es una de mis cualidades más encantadoras. Ahora deja de andarte con rodeos y acaba con mi sufrimiento.
Eso le llegó al corazón y Charlotte arqueó una ceja asombrada. Obviamente le sorprendía que él hubiera sufrido. Aquello lo dejó aturdido. ¿Cómo era posible que no supiera que sin ella le faltaba algo?
– Dime adónde pensabas ir.
Charlotte negó con la cabeza.
– Oh, no. Tú primero. ¿Adónde te fuiste y, mejor aún, por qué has vuelto?
– Siéntate a mi lado y te lo digo.
– Me invitas a que me siente en mi propia cama, tú que te has autoinvitado. ¿No es el mundo al revés?
Roman miró a su alrededor y fijó la vista en un gran espejo oval que había al otro extremo de la habitación. El vidrio le proporcionaba una visión perfecta de él tumbado en la cama. Se encogió de hombros.
– Ni mucho menos, por lo que veo.
Con un quejido, Charlotte caminó con paso majestuoso por la habitación y se sentó a su lado con una tarrina de helado deshecho como única barrera física.
– Habla.
– Sólo si prometes darme de comer más tarde.
– Roman…
– No estoy yéndome por las ramas. Hablo en serio. Hace horas que no como. Tomé el avión y vine a verte directamente. -Con un pequeño rodeo para ir al partido de béisbol, del que hablarían en cuanto ella le abriera su corazón sobre la nueva relación con su padre-. Así que si te gusta lo que oyes, tienes que prometerme que me darás de comer.
– Antes de que me dé cuenta, me estarás pidiendo que te dé de comer con la mano.
– Con la boca me conformaría -bromeó él.