Charlotte frunció los labios en una sonrisa vacilante.
Por lo menos seguía surtiendo efecto en ella, pensó.
– He estado en Washington D. C.
– Me basta -murmuró, y dejó la tarrina en la mesita de noche-. Prometo darte de comer.
– Bien. ¿Te acuerdas de que te hablé de una oferta de trabajo en Washington D. C? -Su siguiente pensamiento quedó interrumpido por unos fuertes golpes en la puerta de Charlotte, seguidos por el timbre.
Charlotte se puso en pie de un salto.
– Es Rick. Le pedí que viniera para que me contara… -Se calló antes de terminar.
– ¿Te contara qué, Charlotte? -Pero ya lo sabía. Lo que se había imaginado. Lo había estado buscando.
– Nada de lo que debas preocuparte. -Se sonrojó, pero antes de responder, Rick volvió a aporrear la puerta-. También tengo que ver a Rick por otro asunto. Te parecerá interesante, te lo prometo.
¿Más interesante que ellos? Roman lo dudaba.
– De acuerdo, deja entrar al pesado ese.
Roman se levantó de la cama y siguió a Charlotte a la salita, donde saludó a su hermano con una mirada furiosa.
– No sabía que había vuelto. -Rick señaló a Roman-. Bienvenido a casa… oh, mierda.
– No es el saludo que esperaba.
– Ninguno de los dos se va a creer esto. -Rick negó con la cabeza-. Joder, es que no me lo creo ni yo.
– Bueno, antes de que nos cuentes nada, yo tengo algo que decirte -declaró Charlotte.
Roman meneó la cabeza.
– Los dos me estáis picando la curiosidad.
Rick suspiró con fuerza.
– Bueno, las damas primero.
– Vale. -Charlotte se retorció las manos en un gesto tan poco propio de ella que Roman se preocupó.
– No -dijo, cambiando de parecer-. Tú primero.
Rick se encogió de hombros.
– Llegué al pueblo pensando en venir aquí directamente pero habíamos recibido unas llamadas en la comisaría. Varias, de hecho. Parece ser que el ladrón de bragas ha vuelto a actuar.
– ¿Qué? -exclamaron Roman y Charlotte al unísono.
– Al revés, de hecho. Ha devuelto las bragas.
Roman se echó a reír.
– Debes de estar de broma.
– No. Ha dejado todas y cada una de las bragas o en el interior de la casa o en el porche delantero. Aunque nunca consideramos a Roman sospechoso oficial, pensaba decirle a Charlotte que las mujeres del pueblo tendrían que desechar la idea de que el ladrón era él. -Rick se pasó la mano por el pelo.
– ¿Por qué? ¿Le habéis pillado? -preguntó Charlotte con cautela.
– No, maldita sea.
¿Roman se lo estaba imaginando o Charlotte acababa de exhalar un enorme suspiro de alivio?
– Pero dado que Roman no estaba en el pueblo, tendrían que dejar de lado sus fantasías con respecto a mi hermanito -continuó Rick.
– ¿Qué pasa? ¿Estabas celoso de que no te enseñaran las bragas a ti? -Roman sonrió.
– Tiene gracia. -Rick negó con la cabeza-. Pero acabo de caer en la cuenta de que ahora que has vuelto al pueblo parece ser que tendrás que vivir con ese estigma. -Se rió de la idea.
Para asombro de Roman, Charlotte se colocó a su lado y le entrelazó la mano con la suya, cálida y suave. Se quedó junto a él mientras miraba a Rick y decía:
– No, no tendrá que vivir con ese estigma.
– Sabes algo de esto, ¿verdad? -inquirió Roman.
– Puede ser. -Le apretó más la mano. Aunque no necesitaba que cuidara de él, le gustaba su faceta protectora. Sobre todo porque todavía no habían tenido tiempo de aclarar su situación y, de todos modos, ella le defendía.
– Vamos, Charlotte. No puedes ocultarme información -declaró Rick.
– Oh, no sé, Rick. Nunca he dicho que supiera algo. -Alzó la vista hacia Roman con los ojos bien abiertos y suplicantes-. ¿Te ha visto alguien esta noche? ¿Alguien sabe que has vuelto aparte de nosotros?
Roman negó con la cabeza.
– Aunque sea un pueblo pequeño, creo que nadie se ha fijado en mí. -Había sido discreto a propósito, aunque no pensaba que Rick agradeciera que lo dijera.
– Rick, si supiera algo, no te lo diría a no ser que me prometieses dos cosas. Una es no usar nunca la información que te dé y la otra no decirle absolutamente a nadie que Roman ha vuelto esta noche al pueblo.
Su hermano se sonrojó sobremanera.
– No estarás pensando en sobornar a un agente de policía…
Charlotte puso los ojos en blanco.
– Entonces no sé nada. Me alegro de verte, Rick. Buenas noches.
Roman no tenía ni idea de qué estaba pasando, pero le pondría fin de inmediato.
– Esto es ridículo, Charlotte, si sabes algo debes decirlo. Y Rick, prométele lo que te pide.
Rick rompió a reír.
– Sí, vale.
– Samson fue quien cometió los robos, pero si le detienes, le interrogas o arqueas la ceja siquiera cuando pases junto a él, negaré haberte dicho nada. Le pagaré un abogado y te demandaremos por acoso. Sin acritud, por cierto. La verdad es que me caes muy bien, Rick. -Dedicó al hermano pasmado de Roman su sonrisa más dulce.
Esa sonrisa almibarada habría hecho que Roman se tirara a sus pies. Por desgracia, Rick no era Roman y su hermano policía se había quedado lívido. De hecho, empezó a enrojecer.
– ¿Lo sabías y ocultaste la información? ¿Desde cuándo?
– ¿De qué habría servido decirlo? Es un viejo inofensivo que quería cuidar de mí. Soy amable con él y pensó que así aumentaría el interés en mi negocio. Que culparan a Roman no entraba en sus planes.
– Pero sí le benefició. -Roman advertía lo gracioso de la situación, a diferencia de Rick. Su travesura de la época del instituto había beneficiado a Samson.
– Lo que hizo es ilegal -señaló Rick-. ¿O acaso no eres consciente de ello?
Charlotte separó la mano de la de Roman y puso los brazos en jarras.
– Dime quién sufrió algún daño y luego dime quién se beneficiaría de que arrestaran al pobre hombre. Ya se ha acabado. Lo prometo. No volverá a hacerlo.
Roman se inclinó hacia ella y le susurró al oído.
– No deberías hacer promesas que quizá no puedas cumplir. No puedes controlar los actos de Samson. -Igual que él era incapaz de controlar su cuerpo en cuanto inhaló su delicioso aroma y los cabellos largos de pelo alborotado le rozaron la nariz y la mejilla, excitándole.
Había llegado el momento de que su hermano se marchara rápidamente, pensó Roman.
– Tiene razón y lo sabes, Rick. No le harás justicia a nadie procesando a ese hombre.
– No lo volverá a hacer. Por favor… -suplicó Charlotte en voz baja.
– Bueno, vale. Como no tengo testigos, dejaré en paz a Samson, pero si vuelve a ocurrir…
– No volverá a pasar -dijeron Charlotte y Roman al unísono. Roman supuso que harían una visita conjunta al «hombre de los patos» para asegurarse de que entendía la excepción que hacían con él en ese asunto.
– Y dado que Samson se tomó la molestia de devolver las bragas para exonerar a Roman durante su ausencia, esta noche no has visto a Roman en el pueblo, ¿de acuerdo? -dijo con voz decidida-. La primera vez que lo verás desde que se marchó hace una semana será…
– Dentro de veinticuatro horas, cuando llame a tu puerta -decidió Roman-. Hasta entonces, estamos ilocalizables. -Puso una mano en la espalda de Rick y lo empujó hacia la puerta-. Si alguien pregunta, Charlotte tiene gripe.
– No me lo puedo creer -farfulló Rick en cuanto pisó el rellano.
– Eres un buen hombre, Rick Chandler -le dijo Charlotte mientras se iba.
Rick se volvió.
– Hay que ver las cosas que hago por amor -dijo, antes de desaparecer escaleras abajo sin dejar de murmurar.
«Las siguientes veinticuatro horas.» Las palabras resonaban en la mente de Charlotte cuando cerró la puerta detrás de Rick y se volvió para mirar a Roman.
– ¿Puedo preguntar dónde piensas esconderte durante este día?
Veinticuatro horas, volvió a pensar. Mucho, mucho tiempo para que dos personas permanecieran ilocalizables. Solas, juntas. ¿Acaso era todo el tiempo que les quedaba? ¿O Roman tenía otra cosa en mente?