– Eso si me dejan seguir participando. He sido muy inocente al decir lo que he dicho. -¿Sobre nosotros?
– Y también sobre él. Le he dicho que está desperdiciando su vida y que se va a morir solo.
– Es posible que tengas razón -dijo Sylvia con dulzura, -pero tiene que descubrirlo él mismo. A lo mejor eso es lo que quiere, y está en su perfecto derecho. Por lo que me has contado, ha sufrido terribles abandonos desde que murió su familia, y eso es muy difícil de superar. Todos sus seres queridos de cuando era niño han muerto. Es difícil convencer a alguien que ha pasado por eso de que la siguiente persona a la que vaya a querer no lo va a abandonar ni se va a morir. Así que él se adelanta.
– Es más o menos lo que le he dicho yo.
Los dos sabían que era la verdad, y también Charlie, si hubiera podido librarse de sus defensas.
– Supongo que no le haría mucha gracia.
– No, me parece que no -dijo Gray con tristeza. -Pero tampoco me ha gustado a mí lo que ha dicho sobre nosotros.
– Bueno, esperemos que lo supere. Si quiere, lo invitamos a cenar un día de estos. Deja que se tranquilice. Ha sido demasiado de golpe, y demasiada sinceridad.
– Sí, eso supongo. Lo nuestro le ha impresionado mucho. La última vez que nos vimos en el barco, yo gozaba de buena posición en el Club de Chicos, y en cuanto volvió la espalda deserté. Bueno, así lo ve él.
– ¿Y cómo lo ves tú? -preguntó Sylvia con preocupación.
– Pues que soy el hombre más afortunado del mundo. También le he dicho eso, pero me temo que no lo cree. Piensa que me estás atiborrando a drogas. -Se echó a reír. -Bueno, si es así, no me desintoxiques de momento. Me encanta. -Parecía más contento.
– A mí también. -Sonrió pensando en él, y Gray se dio cuenta por su tono de voz. Sylvia tenía un cliente esperando, y le dijo a Gray que lo vería en el apartamento cuando acabara el trabajo. -Intenta no preocuparte demasiado -insistió. -Charlie te quiere, y ya se tranquilizará.
Gray no lo tenía tan claro. Mientras se dirigía a su casa fue pensándolo. Aquella comida había supuesto un duro golpe no solo para Charlie; también para él. «Así habla un auténtico traidor…» Esa frase seguía resonando en sus oídos, una calle tras otra.
Charlie fue pensando en lo que había dicho Gray todo el camino hacia el norte de la ciudad. Tuvo tiempo de sobra para pensar hasta su cita en el centro de acogida infantil que acababan de fundar, en el corazón mismo de Harlem. Aún no daba crédito a las palabras que había pronunciado Gray, y muchas de ellas habían dado en el blanco más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Últimamente tenía las mismas preocupaciones y las mismas dudas que Gray ante la posibilidad de morir solo, pero no era capaz de hablar sobre esos temores con nadie, salvo con su terapeuta. Adam era demasiado joven para eso, pero Gray no, A sus cuarenta y un años, Adam aún estaba cimentando su carrera y apostando fuerte. Charlie y Gray ya habían llegado a la cúspide e iban cuesta abajo. Charlie ya no se sentía tan seguro de querer descender él solo. Al final, quizá no tuviera otra opción. Envidiaba a Gray más de lo que quería reconocer, por haber encontrado a una mujer dispuesta a acompañarlo en la etapa final del viaje, pero ¿y si no duraba? Probablemente no. Nada dura para siempre.
En eso iba pensando con expresión afligida, recordando la conversación para contársela a su terapeuta, cuando el taxi se detuvo en la dirección que había dado.
– ¿Seguro que es aquí? -preguntó el taxista, preocupado. Charlie iba vestido como para la Quinta Avenida, no para el corazón de Harlem. Llevaba corbata de Hermés, reloj de oro y un traje carísimo, pero no le gustaba ir al Club Náutico hecho un asco.
– Sí, no se preocupe -contestó. Sonrió al taxista y le dio una buena propina.
– ¿Quiere que lo espere? ¿O que vuelva? -No le gustaba la idea de dejarlo allí.
– Muchas gracias, no hace falta.
Volvió a sonreír e intentó quitarse de la cabeza la conversación con Gray mientras miraba el edificio. Necesitaba reparaciones con urgencia. El millón de dólares de la fundación podía servir de mucho, o eso esperaba.
Muy a su pesar siguió pensando en Gray mientras se dirigía a la puerta. Lo peor era que tenía la sensación de estar perdiéndolo en manos de Sylvia. No soportaba tener que reconocer que sentía celos de ella, pero en el fondo lo sabía. No quería perder a su mejor amigo y que quedara en manos de una mujer que era como un torbellino arrollador, como Gray la había definido -el torbellino, no lo de arrollador, -simplemente porque tuviera contactos para encontrarle una galería. Saltaba a la vista que le estaba dorando la píldora y que algo quería de él. Y si era lo bastante manipuladora, aunque Charlie esperaba que no fuera así, podía reventar su amistad, hacer que Charlie desapareciera para siempre. Lo que más temía era perder a su amigo. Muerte por matrimonio, o cohabitación, o por pasar las noches en su casa, o lo que demonios hubiera dicho Gray. No se fiaba de Sylvia. Gray ya daba la impresión de estar poseído. Ella le estaba lavando el cerebro, y lo peor era que algunas cosas que le había dicho Gray tenían sentido, incluso demasiado, sobre todo lo referente a él. Eso tenía que haber salido de ella. Gray jamás le habría hablado en esos términos por sí mismo. Jamás. Ella lo había puesto patas arriba, y a Charlie no le gustaba un pelo.
Se quedó un buen rato ante la puerta del centro infantil después de haber llamado al timbre. Al fin fue a abrir un joven con barba, vaqueros y camiseta. Era afroamericano, con una amplia sonrisa blanca y aterciopelados ojos de color chocolate. Hablaba en el tono cantarín del Caribe.
– Hola. ¿Qué desea?
Miró a Charlie como si fuera un marciano. Al centro nunca llegaba nadie vestido así. El joven consiguió disimular su regocijo y lo invitó a entrar.
– Tengo una cita con Carole Parker -le explicó Charlie. Era la directora del centro. Charlie solo sabía de ella que era trabajadora social y que tenía excelentes referencias. Había estudiado en Princeton, se había licenciado por Columbia y estaba haciendo el doctorado. Su especialidad y campo de trabajo eran los niños maltratados.
El centro era una casa de acogida para niños maltratados y sus madres; pero, a diferencia de otras fundaciones, giraba en torno a los niños más que a las madres. Allí no se podían quedar mujeres maltratadas sin hijos ni mujeres cuyos hijos no hubieran sufrido malos tratos. Charlie sabía que estaban realizando un estudio, conjuntamente con la Universidad de Nueva York, para la prevención del maltrato infantil en lugar de limitarse a aplicar un bálsamo a las consecuencias. Había diez personas que ' trabajaban a tiempo completo, seis a tiempo parcial, casi siempre en el turno de noche y en su mayoría titulados universitarios, dos psiquiatras que colaboraban estrechamente con ellas y multitud de voluntarios, muchos de ellos adolescentes de zonas deprimidas que habían sufrido abusos. Era un nuevo concepto para que los supervivientes de abusos ayudaran a quienes aún los soportaban. A Charlie le gustaba todo lo que había leído al respecto. Parker había abierto el centro hacía tres años, cuando había obtenido la licenciatura. Tenía pensado ser psicóloga y especializarse en problemas urbanos y niños de las zonas deprimidas. Había iniciado el programa con muy poco dinero tras haber recaudado por su cuenta más de un millón de dólares para comprar la casa y ponerla en funcionamiento, y la fundación de Charlie había hecho una donación de la misma cantidad. Por lo que había leído sobre ella, era una joven impresionante, y además de eso solo sabía que tenía treinta y cuatro años. No tenía ni idea de qué aspecto tenía y solo había hablado con ella por teléfono. Entonces le pareció profesional, pero también amable y cálida. Lo había invitado a ir a ver el centro y le había prometido enseñárselo ella misma. Todo lo escrito sobre el papel cuadraba de momento, incluyendo a la directora. Era joven, pero al parecer muy competente. Las referencias que había enviado al consejo directivo de la fundación eran extraordinarias, algunas de ellas de las personalidades más importantes de Nueva York. Aparte de su formación y su profesionalidad, tenía contactos muy importantes. Hasta el propio alcalde daba buenas referencias de ella. Conocía a muchas personas, a quienes había impresionado favorablemente mientras iba organizando el centro.