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En la reventa las entradas costaban hasta cuatro y cinco mil dólares. Mucha gente había hecho cola durante dos y tres días para adquirirlas en cuanto abrieran la taquilla. Era el concierto más esperado del año, y Adam le había aconsejado a Charlie que se pusiera pantalones vaqueros. No quería que se presentara de traje para que le dieran por saco. Bastantes preocupaciones tenía esa noche como para preocuparse por su amigo. Y, por supuesto, Adam no solo tenía pases para entrar detrás del escenario, sino asientos de primera fila. Era una noche que nadie olvidaría, y tenía la esperanza de que todo fuera como la seda. Sus tres móviles no pararon de sonar mientras se dirigían al Madison Square Carden. No tuvo tiempo de hablar con Charlie hasta la mitad del trayecto. Lo había saludado con un gesto y se había servido una copa mientras se detenían ante un semáforo en rojo.

– Por Dios, y que encima mi médico no entienda por qué tengo la tensión tan alta -dijo al fin, sonriendo a Charlie, que estaba muerto de risa por las tonterías que Adam les gritaba por teléfono a los que lo llamaban. -Este trabajo va a acabar conmigo. ¿Qué pasa con Gray? ¿Está bien? No me llama nunca.

Pero, con la locura de la llegada de Vana a la ciudad, lo cierto era que tampoco él había tenido tiempo de llamarlo. Dijo que estaba hasta las cejas con la mierda del concierto.

– Está bien -replicó lacónicamente Charlie, pero enseguida decidió contárselo. -Incluso está enamorado.

– Claro, seguro. ¿De dónde la ha sacado? ¿De rehabilitación o de algún asilo? -dijo Adam riendo mientras terminaba la copa, y Charlie sonrió.

– De Portofino -contestó Charlie con aires de suficiencia y cada vez más divertido. Adam no iba a creerlo, como le había pasado a él al principio, y aún estaba haciéndose a la idea.

– ¿Portofino? ¿Qué?

Adam parecía sometido a una presión increíble y estaba distraído. Acababa de llamarlo uno de sus ayudantes para decirle que la peluquera de Vana no había aparecido con las pelucas y que a la cantante le había dado un ataque. Iban a enviar a alguien al hotel para que las recogiera, pero a lo mejor empezaban tarde. Justo lo que le faltaba. Los sindicatos pondrían el grito en el cielo si la actuación se retrasaba, aunque siempre pasaba lo mismo. Adam no era el productor, pero si Vana infringía el contrato se presentarían innumerables demandas. Él estaba allí para protegerla de sí misma, porque Vana tenía fama de abandonar airadamente los escenarios.

– Que Gray la conoció en Portofino -dijo Charlie con tranquilidad, y Adam lo miró sin comprender.

– ¿Que conoció a quién en Portofino? Parecía haberse quedado en blanco, y Charlie se echó a reír. Quizás no fuera el momento más adecuado para hablar sobre la vida amorosa de Gray, pero era un tema de conversación como otro cualquiera en medio de un atasco. Adam estaba que echaba chispas y quería ponerse en contacto con Vana antes de que hiciera algo ilegal, cometiera una locura o se largara.

– La mujer de la que Gray se ha enamorado -añadió Charlie. -Dice que se queda en su casa, no que viva en ella. O sea que se queda con ella. Supongo que no es lo mismo.

– Claro que no -contestó Adam, irritado. -Quedarse en su casa significa que está demasiado cansado para levantarse de la cama después de haber hecho el amor con ella, y seguramente debido a la pereza y la edad. Vivir con ella supondría un compromiso y sería una estupidez que lo aceptara. Puede sacar lo mismo de ella y encima tener una vida sexual mejor. En cuanto empiece a vivir con ella, se acabó. Tendrá que sacar la basura, ir a la tintorería a recoger sus cosas y cocinar.

– No sé lo de la basura ni lo de la tintorería, pero sí que cocina.

– Pues está loco. Si solo se queda en su casa, no tiene ni armario ni llave, ni puede contestar el teléfono. ¿Le ha dado una llave?

– Se me olvidó preguntárselo.

Charlie se moría de risa. Adam daba la impresión de estar al borde de un ataque de nervios mientras esperaban a que cambiara el semáforo, y hablar sobre Gray al menos le sirvió de distracción. A Charlie le fascinaron las normas que imponía Adam, una larga lista de cosas que se traducían en la situación en la que uno se encontraba. Charlie jamás había estado cualificado para ello, a pesar de que en una ocasión sí le habían dado la llave.

– ¿Y quién leches es?

– Sylvia Reynolds, la galerista que conocimos en Portofino. Por lo visto Gray hizo más amistad con ella de lo que creíamos mientras tú andabas detrás de su sobrina.

– Por Dios, la chica esa de cara de ángel y cerebro de Einstein. A esa clase de chicas nunca te las llevas a la cama. Hablan tanto que te quedas calvo antes de poder meterles mano. Tenía unas piernas preciosas, si mal no recuerdo -dijo Adam con pesar. Siempre echaba en falta a las que se le escapaban, y las que no se le escapaban se le desdibujaban al día siguiente.

– ¿La sobrina tenía unas piernas preciosas? -preguntó Charlie, intentando recordar. Solo se acordaba de la cara.

– No, Sylvia, la galerista. ¿Y qué demonios anda haciendo con Gray?

– Pues podría ser peor -contestó Charlie, leal a su amigo, y Adam tuvo que darle la razón. -Está loco por ella, y espero que ella esté tan loca por Gray como él cree. Me imagino que sí, si es capaz de comerse el estofado de Gray,

No le dijo a Adam lo mucho que se había disgustado cuando Gray se lo contó durante el almuerzo en el Club Náutico. Había sido un lapsus que aún seguía atormentándolo cuando recordaba la poca delicadeza que había mostrado. Daba la impresión de que Gray lo había superado, y al enterarse de que solo «se quedaba en casa de Sylvia» Adam no se preocupó. Tenía cosas más importantes en las que pensar, como que Vana no apareciera en el escenario si no le encontraban las pelucas. Dadas la importancia y la magnitud del concierto de aquella noche, las demandas que podían surgir lo tendrían ocupado durante los diez años siguientes.

– No va a durar -dijo Adam, refiriéndose a la nueva historia de amor de Gray. -Ella es demasiado normal. Gray se hartará dentro de una semana.

– Pues me parece que él no piensa lo mismo. Dice que esa mujer le gusta, y que no quiere morirse solo.

– ¿Está enfermo?

Adam pareció preocuparse de verdad, y Charlie negó con la cabeza.

– No, supongo que simplemente está pensando en su vida. Cuando pinta lleva una vida muy solitaria. Sylvia lo ha metido en una galería estupenda, o sea que no creo que le vaya tan mal.

– Pues si está haciendo esas cosas por él, a lo mejor va más en serio de lo que creemos. Voy a tener que llamarlo. No vamos a dejar que se hunda por unas piernas bonitas.

Adam parecía realmente preocupado, y Charlie movió la cabeza.

– Me da la impresión de que ya está metido hasta el cuello, pero tenemos que ver cómo va la cosa -dijo Charlie juiciosamente mientras se acercaban al Madison Square Garden en la enorme limusina negra.

Había tanta gente que tardaron casi veinte minutos en entrar, y encima con la ayuda de la policía. Dos agentes de paisano los acompañaron hasta sus asientos.

En cuanto encontraron sus butacas, Adam desapareció para ver cómo iban las cosas entre bastidores. Charlie le dijo que no se preocupara por él y se quedó contemplando a la gente que iba arremolinándose. Y de repente se fijó en una chica rubia muy mona con la minifalda más corta que había visto en su vida. Tenía el pelo largo y cardado, llevaba botas negras de tacón, cazadora de cuero rojo y un montón de maquillaje y aparentaba unos diecisiete años. Le preguntó amablemente si la butaca de al lado estaba ocupada, Charlie le dijo que sí y desapareció. Volvió a verla minutos más tarde, hablando con otra persona. Le dio la impresión de que patrullaba el teatro en busca de asiento, y acabó volviendo a donde él se encontraba.