II EL SOL
Leve, ingrávida apenas,
la sandalia. Pisadas
sin carne. Diosa sola,
demanda a un mundo planta
para su cuerpo, arriba
solar. No cabellera
digáis; cabello ardiente.
Decid sandalia, leve
pisada; decid sólo,
no tierra, grama dulce
que cruje a ese destello,
tan suave que la adora
cuando la pisa. ¡Oh, siente
tu luz, tu grave tacto
solar! Aquí, sintiéndote,
la tierra es cielo. Y brilla.
III LAS PALABRAS
La palabra fue un día
calor: un labio humano.
Era la luz como mañana joven; más: relámpago
en esta eternidad desnuda. Amaba
alguien. Sin antes ni después. Y el verbo
brotó. ¡Palabra sola y pura
por siempre -Amor- en el espacio bello!
IV LA TIERRA
La tierra conmovida
exhala vegetal
su gozo. ¡Hela: ha nacido!
Verde rubor, hoy boga
por un espacio aún nuevo.
¿Qué encierra? Sola, pura
de sí, nadie la habita.
Sólo la gracia muda,
primigenia, del mundo,
va en astros, leve, virgen,
entre la luz dorada.
V EL FUEGO
Todo el fuego suspende
la pasión. ¡Luz es sola!
Mirad cuán puro se alza
hasta lamer los cielos,
mientras las aves todas
por él vuelan. ¡No abrasa!
¿Y el hombre? Nunca. Libre
todavía de ti,
humano, está ese fuego.
Luz es, luz inocente.
¡Humano: nunca nazcas!
VI EL AIRE
Aún más que el mar, el aire,
más inmenso que el mar, está tranquilo.
Alto velar de lucidez sin nadie.
Acaso la corteza pudo un día,
de la tierra, sentirte, humano. Invicto,
el aire ignora que habitó en tu pecho.
Sin memoria, inmortal, el aire esplende.
VII EL MAR
¿Quién dijo acaso que la mar suspira,
labio de amor hacia las playas, tristes?
Dejad que envuelta por la luz campee.
¡Gloria, gloria en la altura, y en la mar, el oro!
¡Ah soberana luz que envuelve, canta
la inmarcesible edad del mar gozante!
Allá, reverberando,
sin tiempo, el mar existe.
¡Un corazón de dios sin muerte, late!
5
A UNA MUCHACHA DESNUDA
Cuan delicada muchacha,
tú que me miras con tus ojos oscuros.
Desde el borde de ese río, con las ondas por medio,
veo tu dibujo preciso sobre un verde armonioso.
No es el desnudo como llama que agostara la hierba,
o como brasa súbita que cenizas presagia,
sino que quieta, derramada, fresquísima,
eres tú primavera matinal que en un soplo llegase.
Imagen fresca de la primavera que blandamente se posa.
Un lecho de césped virgen recogido ha tu cuerpo,
cuyos bordes descansan como un río aplacado.
Tendida estás, preciosa, y tu desnudo canta
suavemente oreado por las brisas de un valle.
Ah, musical muchacha que graciosamente ofrecida
te rehusas, allá en la orilla remota.
Median las ondas raudas que de ti me separan,
eterno deseo dulce, cuerpo, nudo de dicha,
que en la hierba reposas como un astro celeste.
DESTERRADO DE TU CUERPO
Ligera, graciosamente leve, aún me sonríes. ¿Besas?
De ti despierto, amada, de tus brazos me alzo
y veo como un río que en soledad se canta.
Hermoso cuerpo extenso, ¿me he mirado sólo en tus ondas,
o ha sido sangre mía la que en tus ondas llevas?
Pero de ti me alzo. De ti surto. ¿Era un nudo
de amor? ¿Era un silencio poseso? No lo sabremos nunca.
Mutilación me llamo. No tengo nombre; sólo
memoria soy quebrada de ti misma. Oh mi patria,
oh cuerpo de donde vivo desterrado,
oh tierra mía,
reclámame.
Súmame yo en tu seno feraz. Completo viva,
con un nombre, una sangre, que nuestra unión se llame.
EL PIE EN LA ARENA
El pie desnudo. Sólo
su huella; sólo el leve
trasunto. Aquí el perfume
estuvo. ¡Quién pudiera
seguirte, aire que un día
arrebataste la última
sospecha de una carne!
Huella desnuda, intacta.
Plinto de mi deseo,
donde hoy se yergue entera
la irrenunciable estatua.
NOCHE CERRADA
Ah triste, ah inmensamente triste
que en la noche oscurísima buscas ojos oscuros,
ve sólo el terciopelo de la sombra
donde resbalan leves las silenciosas aves.
Apenas si una pluma espectral rozará tu frente,
como un presagio del vacío inmediato.
Inmensamente triste tú miras la impenetrable sombra en que respiras.
Álzala con tu pecho penoso; un oleaje
de negror invencible, como columna altísima
gravita en el esclavo corazón oprimido.
Ah, cuán hermosas allá arriba en los cielos
sobre la columnaria noche arden las luces,
los libertados luceros que ligeros circulan,
mientras tú los sostienes con tu pequeño pecho,
donde un árbol de piedra nocturna te somete.
CUERPO DE AMOR
Volcado sobre ti,
volcado sobre tu imagen derramada bajo los altos álamos inocentes,
tu desnudez se ofrece como un río escapando,
espuma dulce de tu cuerpo crujiente,
frío y fuego de amor que en mis brazos salpica.
Por eso, si acerco mi boca a tu corriente prodigiosa,
si miro tu azul soledad, donde un cielo aún me teme,
veo una nube que arrebata mis besos
y huye y clama mi nombre, y en mis brazos se esfuma.
Por eso, si beso tu pecho solitario,
si al poner mis labios tristísimos sobre tu piel incendiada
siento en la mejilla el labio dulce del poniente apagándose,
oigo una voz que gime, un corazón brillando,
un bulto hermoso que en mi boca palpita,
seno de amor, rotunda morbidez de la tarde.
Sobre tu piel palabras o besos cubren, ciegan,
apagan su rosado resplandor erguidísimo,
y allí mis labios oscuros celan, hacen, dan noche,
avaramente ardientes: ¡pecho hermoso de estrellas!
Tu vientre niveo no teme el frío de esos primeros vientos,
helados, duros como manos ingratas,
que rozan y estremecen esa tibia magnolia,
pálida luz que en la noche fulgura.
Déjame así, sobre tu cuerpo libre,
bajo la luz castísima de la luna intocada,
aposentar los rayos de otra luz que te besa,
boca de amor que crepita en las sombras
y recorre tu virgen revelación de espuma.
Apenas río, apenas labio, apenas seda azul eres tú, margen dulce,
que te entregas riendo, amarilla en la noche,
mientras mi sombra finge el claroscuro de plata
de unas hojas felices que en la brisa cantasen.
Abierta, penetrada de la noche, el silencio
de la tierra eres tú: ¡oh mía, como un mundo en los brazos!
No pronuncies mi nombre: brilla sólo en lo oscuro.
Y ámame, poseída de mí, cuerpo a cuerpo en la dicha,
beso puro que estela deja eterna en los aires.