India subió a su coche. Niall levantó la mirada, como si se hubiera dado cuenta de que estaban hablando de él, y avanzó hacia ellas.
– Mantenlo vigilado, Romana. Le he visto hablar con el fotógrafo de Celebrity en cuanto te has dado la vuelta.
Niall se aproximó a Romana cuando India ya enfilaba su coche hacia la salida.
– Vas a necesitar que te lleven a la ciudad -dijo.
– Iré con Molly.
– Me ha dicho que tenía que llevar a mucha gente y me ha preguntado si no me importaba encargarme. Dice que te verá en la subasta.
– Menudo día -gruñó Romana, mirando el reloj-. ¿A qué hora podemos irnos?
– También me ha dicho que me asegure de que comes como Dios manda.
Su ayudante se estaba pasando de la raya.
Romana prefería no pensar que quizá estaban hablando de ella cuando los vio tan compinchados.
– Gracias, hombre-sombra, pero soy una niña mayor y sé usar solita los cubiertos. Seguro que tu banco te necesita más que yo.
– Me he ocupado de mis asuntos a primera hora de la mañana. Y los banqueros, igual que las directoras de relaciones públicas, también comemos.
– De verdad, tengo que volver al trabajo.
– Tengo instrucciones: acercarte a la ciudad, llevarte a comer y disculparme.
– ¿Disculparte? ¿Por qué?
– Creo que esta mañana he suspendido en caballerosidad -dijo mientras le indicaba cuál era su coche-. ¿Llevas todo contigo?
Tenía su bolsa de cuero al hombro, así que no había escapatoria. Niall abrió el coche con el mando a distancia y le ofreció a ella las llaves.
– Quizá deberías conducir tú. Las sombras somos seres pasivos.
¿Pasivo? Aquel hombre no había sido pasivo en toda su vida, no había más que ver cómo había dominado el desastre de la cocina. Romana miró de reojo las llaves del Aston Martin.
– ¿No lo dirás en serio? -dijo ella. Y aunque le habría gustado verlo sudar de miedo, se apiadó de él-. No te preocupes, Niall, tu maravilloso coche está a salvo. No llevo el carné de conducir.
– ¿No tienes coche? -inquirió él mientras le abría la puerta del copiloto.
Niall sintió una ráfaga del perfume que le había regalado mientras Romana entraba en el vehículo. Tenía los pantalones húmedos, y se amoldaron perfectamente a sus piernas y a las caderas cuando se sentó y se abrochó el cinturón de seguridad.
El cinturón le separaba los pechos, destacándolos bajo la enorme sudadera, y resultaba difícil no acordarse de su aspecto con la camisa fina y empapada que los había cubierto. Niall hizo un esfuerzo para no pensar que estaba desnuda bajo la sudadera que él había llevado. Aquello era casi como tocarla.
Pensó que era increíblemente femenina. Las curvas de su cuerpo eran suaves y apetecibles, y no podía olvidar el tacto sedoso de su piel. Su cuerpo reaccionó ante estos pensamientos con una urgencia que lo dejó casi sin aliento. Cayó entonces en la cuenta de que ella lo miraba con el ceño ligeramente fruncido, como si esperara una respuesta.
– Perdón, ¿qué me decías?
– Digo que no es obligatorio tener coche.
Niall continuaba aturdido por la manera en que sus pensamientos fluían, como si Louise nunca hubiera existido.
– Daba por hecho que papaíto habría aparcado para ti un coche en la puerta de tu casa cuando cumpliste los dieciocho años. Un modelo de color rosa, como tu lápiz de labios -dijo Niall.
Le sentaba de maravilla el color de labios rosa, aunque no se lo había retocado desde por la mañana. Sus labios, suaves y sensuales, estaban también estupendos sin él.
– En realidad sí que tengo carné de conducir, pero no lo uso. Y tienes razón acerca del coche, aunque era rojo, no rosa. Pero llevo toda mi vida viviendo en Londres y conducir por la ciudad supone un estrés que no puedo soportar.
– ¿Me estás diciendo que devolviste el regalo? -preguntó Niall mientras maniobraba para sacar el coche del aparcamiento.
– Por supuesto que no, habría sido de muy mal gusto. Se lo di a alguien que lo necesitaba más que yo.
Niall la miró. Tenía esa manera de hacer y decir las cosas que lo obligaba siempre a mirarla.
– ¿Y a tu padre no le importó?
– ¿Por qué iba a importarle? El coche era mío. No dijo nada. Yo creo que no se dio ni cuenta -dijo Romana mientras intentaba inútilmente poner orden en sus rizos.
Niall tuvo la impresión de que, sin ser consciente de ello, Romana había expuesto una parte de su yo más íntimo. Pero él no quería implicarse con ella en ese nivel, ni en ningún otro.
– Bueno, una mujer menos en la carretera sólo puede ser motivo de regocijo -bromeó.
– Empezaba a creer que te estabas convirtiendo en un ser humano, Niall Macaulay -respondió Romana con tono jocoso.
– No te dejes engañar por los pantalones vaqueros -replicó Niall.
Romana los observó de arriba abajo.
– Me gustan -contestó.
Él era plenamente consciente de lo que ella llevaba puesto, pero se resistió a hacer ningún comentario, porque eso era lo que ella estaba esperando. Ambos permanecieron en silencio hasta que Niall puso el intermitente a la izquierda al llegar a un cruce.
– ¿Dónde vamos?
– A comer -replicó Niall-. Tengo una mesa reservada en el Weston Arms.
– Espero que no te refieras al que está a la orilla del río -dijo Romana con una carcajada capaz de derretir un iceberg-. Pantalones vaqueros, una camiseta sin cuello y las suficientes huellas de manos como para montar una fábrica de pintura. Por no hablar de mí: tengo los pantalones completamente arrugados, y mira mi pelo… Olvídalo, Niall. No nos dejarían entrar a ninguno de los dos.
– Puede que tengas razón.
Un almuerzo romántico a la orilla del río era lo último en lo que debería estar pensando. La culpa era de Molly.
– Además, no tengo tiempo para disfrutar de una comida en el Weston como se merece.
– Yo nunca he ido allí a la hora de comer -respondió Niall lanzando el anzuelo.
– Inténtalo un domingo. Tendrás más tiempo -replicó Romana.
Niall dejó de insistir. No iría con ella al Weston Arms ni en ese momento ni nunca.
– Podrías llamar y cancelar la reserva -dijo él, señalando el teléfono del coche-. ¿Se te ocurre algún sitio en el que podamos comer sin que nadie levante las cejas y arrugue la nariz al vemos? -preguntó cuando ella colgó el teléfono.
– Hay un Mac-Auto en la siguiente rotonda. Y después de una mañana como esta, el cuerpo me pide una hamburguesa doble con queso y patatas fritas.
– Y un gran refresco de cola lleno de cafeína, ¿verdad?
– La felicidad completa.
– No sé qué es eso, pero supongo que un poco de conversación educada comiendo en el coche no nos hará ningún mal.
– ¿Estás pensando en ser educado? -preguntó ella fingiendo sorpresa-. Tal vez debería haber elegido la opción del restaurante.
– Demasiado tarde -contestó Niall enfilando el coche hacia el Mac-auto.
Una vez allí, paró en la ventanilla, pidió la comida y llevó el coche hasta el aparcamiento.
– Bueno, esto es diferente -comentó mientras sacaba las hamburguesas de una bolsa de plástico marrón.
Romana abrió la caja que contenía su hamburguesa y, chupando un poco de mayonesa que le había caído en un dedo, comenzó a hablar.
– Hay mucho que decir sobre la comida basura. Ahora podrían estar sirviéndonos en una de las mesas del Weston Arms, un sitio bueno donde los haya, pero esto está…
Mientras mordía la hamburguesa, todo su contenido se desparramó hacia los lados, manchándole las manos.
– Esto está buenísimo.
Niall hizo un esfuerzo por apartar la mirada de sus manos manchadas de mayonesa. Tenía unas manos muy finas, de dedos largos, y las uñas pintadas del mismo rosa que la barra de labios. No llevaba ningún anillo.