– Tal vez podríamos intentar algo más civilizado después del pase de modelos -sugirió él-. Ya que estaremos en el Savoy, quizá podríamos cenar en su restaurante.
– Pareces masoquista. ¿No crees que para entonces ya estarás harto de mí?
– A lo mejor tienes otros planes -insinuó Niall, ofreciéndole una vía de escape. O la oportunidad de demostrar que le daba miedo.
– Debes estar de broma. No tengo tiempo para hacer vida social esta semana.
– Esto no sería social. Sería una cena de trabajo, totalmente deducible de impuestos.
– Gracias, pero las cenas no son lo nuestro. No me gustaría quedarme dormida con la cara en el plato.
Romana seguía interesada en conocerlo mejor, saber qué estaba buscando, pero un sitio público, con una mesa entre ellos, propiciaría el distanciamiento físico y mental.
– Lo que sí me gustaría es ver el resto de tu casa en algún momento.
– ¿Estás sugiriendo que intentemos cenar de nuevo allí?
No podía resistirse a recordarle aquello, ¿verdad?
– No, la verdad es que no -dijo mirando el reloj del salpicadero para disimular-. Tenemos que irnos.
Romana colocó los restos de su improvisado picnic en la bolsa y chupó la salsa del dedo pulgar.
– Voy a tirar esto -dijo.
– Espera.
Se dio la vuelta para agarrar la servilleta que Niall estaba sujetando, pero él se inclinó hacia delante y la tomó suavemente por el cuello mientras le limpiaba la comisura de los labios. Luego le hizo girar la mejilla con las yemas de sus dedos y repitió la operación en el otro lado.
Por un momento, pareció que sus ojos de piedra gris se habían suavizado, convirtiéndose en los ojos que ella había visto cuando la había despertado la otra noche, un segundo antes de volver a convertirse en el hombre de hielo. Romana aguantó la respiración mientras le mantenía la mirada, hasta que estuvo segura de que iba a besarla. Los labios le ardían y supo que quería que lo hiciera. Pero Niall le soltó la mejilla y sujetó la servilleta entre sus largos dedos.
– Mayonesa -dijo antes de arrojarla dentro de la bolsa.
Romana descendió del coche y tiró la bolsa en la papelera más cercana. «Mayonesa», repitió para sus adentros mientras daba una gran bocanada de aire. ¿Es que no podían ir peor las cosas? Estaba segura de que iba a besarla. Peor aún, ella quería que lo hiciera… cuando lo único que Niall estaba pensando era limpiarle la mayonesa de la boca.
¿Y qué habría visto él en sus ojos? ¿Un reflejo de lo que ella había descubierto en los de él? La idea le puso la piel de gallina.
Romana regresó al coche y se concentró en abrocharse el cinturón de seguridad sin mirarlo mientras él arrancaba el coche.
– Yo te aconsejaría que bajaras la capota.
– No estamos precisamente en verano.
– Ya, pero hace sol. Claro, que si prefieres que tu coche huela a patatas fritas durante una semana, a mí no me importa.
Romana resistió la tentación de tocarse la mejilla para borrar la irritante sensación que le había dejado al tocarla. «Mayonesa», se dijo de nuevo mientras se ponía colorada en el momento justo en que él se daba la vuelta para hablar.
– ¿Te pasa algo?
– No -respondió ella rápidamente.
Niall pareció dudar, pero no dijo nada.
– ¿Tienes un pañuelo para la cabeza? -preguntó él.
– ¿No sabías que los hombres que conducen coches descapotables tienen que llevar uno en la guantera para que lo usen las mujeres?
Romana no esperó a que él le contestara que en su vida no había ninguna mujer. No quería oírlo. Abrió la guantera y lo comprobó por sí misma. No había nada más que un pequeño botiquín de urgencia y una linterna. Nada que sugiriera que alguna mujer había estado allí y marcado su territorio.
– Supongo que tendré que instalar aire acondicionado.
– No será necesario -dijo Romana mientras sacaba un pañuelo de seda de su bolsa y se lo colocaba en la cabeza-. No he dicho que no tuviera uno, sino que deberías ir preparado.
Por toda respuesta, Niall apretó el botón que bajaba la capota del coche.
Capítulo Siete
Conducir con la capota bajada tenía la ventaja de impedir la conversación. Pero eso no evitaba que Romana siguiera pensando en aquel amago de beso, o lo que hubiera sido aquello.
Le encantaba su trabajo. Cuando se acostaba tarde…, al levantarse temprano…, siempre. Vivía para Claibourne & Farraday. Aquel hombre estaba intentando arrebatarle todo y ella había estado a punto de dejar que la besara. Pero es que Niall era especial. Respiraba poder por los cuatro costados, y eso la asustaba un poco, pero al mismo tiempo le parecía sumamente sensual.
– Déjame en la esquina -dijo bruscamente Romana cuando se metieron en el intenso tráfico de primera hora de la tarde-. Puedes atajar por allí y ahorrarte el atasco. La subasta empieza a las cuatro, pero te puedo dar la tarde libre por tu buen comportamiento de esta mañana. No se lo diré a nadie -concluyó con una sonrisa falsa.
– Eres muy amable, pero no me la perdería por nada del mundo -contestó Niall con otra sonrisa igual de falsa.
– Debes estar loco. ¿O es que has leído en la prensa que subastamos los ajustadísimos vaqueros de…?
Romana murmuró en su oído el nombre de una famosa estrella de cine.
– Aunque parezca increíble -replicó Niall en tono confidencial-, la noticia no ha llegado hasta el Financial Times.
– No te preocupes. Cuando los pantalones sean adjudicados por una elevadísima suma, tendrán que hacerse eco.
– Ojalá sea así. Te deseo suerte.
– Esto no tiene nada que ver con la suerte. Se trata de rogar y suplicar para conseguir objetos que despierten interés y, por lo tanto, publicidad. Y hace falta tener muchos contactos.
– Estoy seguro de que yo no podría implicarme personalmente en semejante tontería.
– Tienes que implicarte personalmente, Niall, ahí está la clave. Esas personas ofrecen desinteresadamente sus cosas y su tiempo porque me conocen. La subasta empieza a las cuatro, pero te sugiero que vayas un poco antes si quieres encontrar asiento. Dejaré un pase para ti en la garita del aparcamiento.
– No hace falta -contestó Niall, dirigiéndose a la calle que daba a la parte trasera de los grandes almacenes-. He traído ropa para cambiarme. Sólo necesito un cuarto de baño.
– Lo siento, Niall, pero India tiene la llave del lavabo de Presidencia colgada en la muñeca. Me temo que tendrás que ponerte a la cola y usar el mío -añadió para molestarlo.
Por suerte para ella, Niall estaba en ese momento concentrado en hablar con el portero del garaje, que trataba de enviarlo al aparcamiento público. Romana se inclinó sobre Niall para hablar con aquel hombre.
– Está bien, Greg. El señor Macaulay está trabajando conmigo temporalmente. Me encargaré de que le den una tarjeta.
– Lo siento, señorita Claibourne. No la había reconocido con ese pañuelo.
El portero hizo una seña y la barrera de seguridad se levantó.
– Al fondo a la izquierda. No puedes hacer uso del cuarto de baño de Presidencia, pero la plaza de mi padre está libre. Puedes utilizarla mientras seas mi sombra. Si los Farraday llegan a hacerse con el control de la tienda, tu primo Jordan la querrá sólo para él.
– Agradecerá la plaza de garaje. Yo me encargaré de los asuntos financieros de la tienda desde mi oficina actual.
El teléfono de Niall sonó en ese momento. Un asunto necesitaba la atención personal del jefe. Romana se dirigió a los ascensores a esperar a Niall, que continuaba dando instrucciones a su interlocutor.
– ¿Lo tienes todo ya bajo control? -preguntó cuando él colgó-. Tal vez sea un buen momento para pasarte por la tienda.
– No, no creo -dijo Niall-. Tengo cosas más importantes que hacer que ir de compras.