– Menos mal que no tenéis la mayoría de las acciones. Si no, estaríamos todos sin trabajo.
Romana había llegado a creer que Niall estaba comenzando a comprender que los grandes almacenes eran mucho más que un negocio, que tenían alma y corazón. Que no se trataba sólo de dinero, sino de una comunidad de empleados y clientes.
Pero estaba claro que se había equivocado.
Igual que con el beso que nunca llegó a existir. Otra desilusión. Tal vez era el momento de volver a la realidad.
Romana subió al ascensor y colocó un brazo en la puerta, impidiéndole la entrada.
– Entonces dime, hombre-sombra, ¿qué hacías ayer paseándote por los grandes almacenes? ¿Comprobar que no había polvo en los mostradores?
– Lo pensé, pero como no quería que me echaran, resistí la tentación de pasar un dedo por los muebles.
Siempre hacía lo mismo. Primero la enfadaba y después la hacía reír. O llorar.
– ¿Y qué me dices de los dependientes? Seguro que todos te parecieron unos inútiles.
Niall no contestó, y Romana se colocó una mano detrás de la oreja.
– Perdona, no te oigo.
– Estoy seguro de que todos los vendedores de Claibourne & Farraday son unos seres humanos maravillosos, dispuestos a morir por la empresa -contestó Niall sonriendo sólo con los ojos-. Simplemente estaba intentando captar el espíritu de la tienda.
– Pues fallaste.
– No sabía que me estuviera examinando.
– ¿Ah, no? Tú puedes ponernos a prueba, pero nosotras tenemos que creer que puedes llevar unos grandes almacenes sólo porque tú lo digas, ¿no?
Romana no le dejó defenderse. Sabía cuál sería su respuesta: no se trataba de unos grandes almacenes, sino de un negocio multimillonario.
– Muy bien, Niall. Ya que tienes media hora libre mientras yo me doy una ducha, podrías intentarlo de nuevo. Pero esta vez fíjate en la gente. En el personal, en los clientes. Observas sus caras. Y cuando te hayas contagiado del encanto que hace de Claibourne & Farraday un lugar único, avisa a algún dependiente para que llame a mi despacho y te vengan a buscar. Pero si no puedes captar la magia, te aconsejo que vuelvas a tu oficina de contables y dejes la vida real en manos de expertos.
– La vida real.
– Sí, la vida real -repitió ella.
En un impulso súbito, Romana se inclinó hacia él y colocó sus labios junto a los de Niall en un beso corto, simplemente para recordarle en qué consistía la vida real. Y para recordárselo a sí misma. Le sorprendió el calor de sus labios, y por un instante estuvo a punto de perder el control. Hizo un esfuerzo por apaciguar sus hormonas y concentrarse en el trabajo.
– Puedes aprovechar para ir preparando la disculpa que me debes. Todavía no has cumplido ese punto -dijo Romana mientras apretaba el botón del ascensor-. Pero por si acaso no vuelves, gracias por la comida. Ha sido muy especial -concluyó cuando la puerta se cerraba, separándolos.
Mientras el ascensor subía, Romana apoyó la espalda en la pared y miró al techo. No tenía muy claro lo que acababa de ocurrir, por qué le había soltado aquel discurso.
Sabía que mientras los Farraday continuaran viendo la tienda como un trofeo que había que ganar a toda costa, sus hermanas y ella estaban perdidas. Se dio cuenta de lo mucho que le importaba ganar, y no sólo por librar a Claibourne & Farraday de las garras de unos contables, sino porque quería que Niall viera lo que ella veía. Que sintiera lo que ella sentía, porque tenía la sospecha de que aquel hombre llevaba mucho tiempo sin sentir nada en absoluto.
Niall se quedó unos instantes donde estaba, tomándose su tiempo para poner en orden su mente y recobrarse de aquel amago de beso que le había recordado sensaciones que creía olvidadas. Sus pensamientos habían vagado durante todo el día, haciéndole olvidar por qué estaba siguiendo los pasos de una rubia empalagosa. Lo habían distraído sus largas piernas, la ropa mojada sobre sus pechos y la dulce suavidad de sus labios color de rosa.
Recordó que Romana se había empapado luchando con un fregadero, enfrentándose a la avería en lugar de llamar al primer hombre que pasara por allí. Había comprobado que era una profesional en toda regla, pero su mente se negaba a abandonar la primera impresión que tuvo de ella. El caso es que no la había tomado demasiado en serio.
Pero, entretanto, aquella rubia de caramelo había permanecido concentrada en su objetivo, sin levantar la vista de la bola ni una sola vez. Bueno, una vez sí. Al calor de su cocina, en su sofá, se había quitado los tacones, acurrucándose con la mano apoyada en la mejilla. Se había quedado dormida como un bebé. Inocente e indefensa.
Louise solía dormir de ese modo.
Trabajaba todo el día en la casa, y cuando él regresaba de la oficina la encontraba allí, en el sofá. Entonces la despertaba y hacían el amor. Luego hablaban sobre el futuro mientras preparaban la cena.
Había esperado pasar el resto de su vida así.
Una mujer vestida con el uniforme dorado y grana pasó en ese momento a su lado.
– Este es un ascensor privado. Sólo lleva a los despachos. Encontrará los ascensores para el público doblando la esquina -dijo amablemente.
Niall le dio las gracias y volvió a sumirse en sus pensamientos. Romana no era Louise, nunca habría otra como ella.
En otras circunstancias habría mantenido sus pensamientos en el terreno laboral, teniendo en cuenta lo que se jugaba. Estaba acostumbrado a hacer negocios guardando las distancias, pero eso era distinto. Puede que Romana durmiera como un bebé, pero no lo era, por muy suave que tuviera la piel. Era una profesional inteligente con una agenda muy apretada. Igual que él, y le agradecía que ella le hubiera recordado sus prioridades.
Niall pulsó una clave en el ascensor. Romana no había tapado con su mano el código, y él era de los que se fijaban en esos detalles. Nunca se sabía cuando pueden resultar útiles.
Romana se quitó los mocasines para comprobar los daños causados por el agua. Era su par favorito, y parecía que habían sobrevivido a la inundación. Pero sus pantalones no volverían a ser los mismos. Atravesó la moqueta con los pies descalzos para escuchar los mensajes en el teléfono de su mesa. Había docenas.
Tendrían que esperar. Romana tomó un vestido negro del armario y se metió en la ducha. El agua caliente la ayudó a liberarse de los recuerdos de aquella mañana. Luego se secó el pelo, disfrutando de la novedad de tenerlo seco en apenas unos minutos. Después de maquillarse, se puso el vestido como si fuera un caballero entrando en su armadura, dispuesto a enfrentarse a la batalla.
Quería tenerlo todo bajo control cuando Niall entrara en el despacho. Se acabaron las chiquilladas con la ropa empapada como si se tratara de un concurso de «Miss Camiseta Mojada». Ella era una profesional.
Mientras se ajustaba el cinturón se dio cuenta de antes de media hora estaba a punto de acabar. Cuando llamara Niall desde la tienda, lo estaría esperando sentada en su mesa, revisando los mensajes. Sonrió, imaginándolo sentado, mirando como una buena sombra.
Romana abrió la puerta del baño para salir y descubrió que Niall se le había adelantado otra vez. Había regresado su aspecto de banquero: traje, camisa blanca y corbata perfectamente anudada al cuello. Tenía el pelo ligeramente mojado, como si acabara de salir de la ducha. Y estaba utilizando su mesa, aunque no su teléfono: hablaba por su propio móvil. Pero Romana sabía que no era una concesión, simplemente no quería que ella comprobara luego a quién había llamado. Se trataba de una demostración que quería decir: «Dentro de tres meses, todo esto será mío».
Niall levantó la vista cuando Romana cruzó la habitación.
– Ya era hora. Pensé que te habías ahogado -dijo colgando el teléfono móvil.
Ella no estaba dispuesta a demostrar su irritación, pero le costó mucho sonreír.
– No te esperaba. ¿Forzaste la cerradura del cuarto de baño de India?