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– No hizo falta. Tu hermana se apiadó de mí.

– ¿India?

– No, la otra. Flora, se llama, ¿no? La he conocido al salir del ascensor. Tenía prisa, pero me ha llevado hasta tu despacho, y, como seguías en la ducha, me ha ofrecido su cuarto de baño. Es una chica muy simpática y muy abierta, que no esconde sus cartas.

– No es una chica, es una mujer. Y muy inteligente -respondió Romana-, Y ninguna de nosotras tiene ases ocultos en la manga. No sabía que anduviera hoy por la tienda.

– Ha venido sólo para recoger unas notas que le estaba transcribiendo su secretaria. Me ha dicho que no pasa mucho tiempo aquí.

– No tiene necesidad. Ella no es administradora, contribuye de otra manera.

Maldita fuera, aquello era ponerse a la defensiva.

– Pero tiene un despacho, secretaria… e incluso su propio cuarto de baño privado. ¿Cuánto cuesta el metro cuadrado de oficina en esta parte de la ciudad? -insistió él.

Romana sabía que Niall nunca preguntaba nada de lo que no supiera la respuesta. Igual que un abogado examinando a un testigo.

– Demasiado dinero. Y nunca hay suficiente sitio. Siempre estamos buscando más.

– Quizá deberíais suprimir vuestros lujos. No necesitas todo esto -dijo Niall señalando la oficina con un gesto-. Ni baños particulares. Podríais trasladar aquí el departamento de contabilidad y habilitaros en la planta de abajo un espacio para vosotras.

A Romana le entró un escalofrío. Las mejores ideas eran siempre las más sencillas. ¿Por qué no se les habría ocurrido a ellas? Por primera vez desde el comienzo de aquel asunto, Romana pensó que tal vez los Farraday serían capaces de ver las cosas con más claridad.

– Corrígeme si me equivoco, pero ¿no fueron los Farraday los que pusieron sus despachos en la planta alta la última vez que tuvieron el control?

– De eso hace más de treinta años. Los tiempos cambian. Y si hay problema de espacio, yo recomendaría que se cerrara la sección de libros también.

– Ya la hemos reducido.

– Eso sólo convierte una situación mala en peor.

– ¿Tienes alguna otra sugerencia? -preguntó.

No era tan estúpida como para dejar pasar la oportunidad de aprovecharse de sus buenas ideas.

– ¿Sugerencias? -repitió Niall, como si le hubiera leído el pensamiento-. Yo sólo estoy aquí para mirar y aprender. Vosotras sois las expertas.

– Me alegro de que te hayas dado cuenta -dijo Romana mientras se dirigía a su mesa-. Cuando hayas terminado de probar mi silla, Niall, me gustaría ponerme a trabajar. Y por cierto, ¿por qué no estaban Molly o mi secretaria esperándote? ¿No te has dado al final una vuelta por la tienda?

– Ya lo hice ayer, y me pareció suficiente. Y no creí oportuno molestar a tu secretaria, ya que podía subir en el ascensor utilizando tu código.

Romana volvió a quedarse sin palabras. Últimamente le estaba ocurriendo demasiadas veces.

– Gracias por dejarme tu silla -dijo Niall, levantándose-. Cuéntame algo más de la subasta de esta tarde.

– Veo que sigues empeñado en venir -repuso Romana echándole una ojeada a su traje-, pero así vestido van a tomarte por un comprador.

– No te enfades porque vaya ganando, Romana. Lo estás haciendo muy bien, pero yo llevo más tiempo jugando a esto.

– Esto no es un juego, Niall. Es la vida real.

Romana recordó entonces que su manera de demostrarle lo que era la vida real no había sido una gran idea, así que se sentó para empezar a devolver las llamadas de teléfono. Niall contempló cómo se colocaba los rizos por detrás de las orejas mientras sostenía el auricular con una mejilla, buscando algo en los cajones de la mesa. La suavidad de sus labios se quebró con el sonido de su voz mientras hablaba en voz baja tomando de vez en cuando notas, totalmente inmersa en su tarea.

Era muy fácil mirarla, pensó Niall. Tan pronto estaba mordiéndose el labio inferior como asentía con la cabeza, sonriendo cómo si su interlocutor pudiera verla. Se reía y se enfadaba con facilidad, era rápida tomando decisiones y no le gustaba perder el tiempo.

Niall no quería que levantara la vista y lo pillara observándola, así que siguió su ejemplo y llamó para arreglar un par de compromisos a primera hora de la mañana siguiente, y así poder estar más tiempo en los grandes almacenes. Después, como Romana seguía hablando, tomó uno de los catálogos de la subasta de famosos. Aquello era una locura; recetas escritas a mano por cantantes, vestidos de estrellas de cine, balones firmados por los principales equipos de fútbol… Tenía que haber supuesto un gran esfuerzo reunir semejante colección, esfuerzo que se vería recompensado por el gran eco que tendría la subasta en los medios de comunicación.

Romana tenía razón en una cosa: él nunca podría hacer su trabajo. Seguramente nadie podría hacerlo. Ella era única, una criatura socialmente relevante a la que todo el mundo parecía querer conocer y que se desvivía por los grandes almacenes. Iba a ser difícil remplazaría.

Podría haberle sugerido a Jordan que la incluyera en su equipo, pero sabía que era una pérdida de tiempo. Seguramente usaría su talento para crear su propia empresa.

– ¿Encuentras algo por lo que te gustaría pujar?

Niall alzó la vista y se dio cuenta de que Romana había terminado sus llamadas y lo miraba con exasperación, como si no pudiera creer que siguiera todavía allí.

– La verdad es que no.

– Ah, no. Si vas a venir, tienes que participar activamente. A lo mejor puedes comprar algo para…

Romana se interrumpió. No podía imaginarse a quién podría comprarle Niall un regalo extravagante.

– ¿Para tu madre? ¿Tienes madre? -preguntó finalmente, dubitativa.

– Tengo todo el pack: madre, padre, dos hermanas casadas y un ejército de sobrinos -contestó Niall encogiéndose de hombros-. Tienes razón, intentaré por todos los medios tirar el dinero por una buena causa.

– Entonces vamos. Puedes llevarte ese catálogo.

– Me extraña que no estés ya allí hablando con la prensa.

– Molly se encarga de eso. Yo soy la subastadora.

– ¿Lo has hecho más veces?

– No -contestó mientras atravesaba la puerta que él le sujetaba-. Estoy deseando que acabe esta semana.

– ¿Qué harás luego? ¿Tomarte otra de descanso?

– Estás de broma, ¿no? ¿Qué pondrías entonces en el informe para Jordan Farraday? -preguntó Romana, e imitando la voz de una locutora de radio, dijo-: «La señorita Romana Claibourne coordinó durante una semana varios actos de solidaridad con cierto éxito, y a continuación, aparentemente agotada por el esfuerzo, se tomó dos semanas para hacer relaciones públicas en el sur de Francia».

– ¿El sur de Francia?

A la mente de Niall acudió la imagen de Romana en biquini, tumbada en una hamaca sobre la cubierta de un yate.

– ¿Se te ocurre un sitio mejor en esta época del año? -preguntó ella.

¿Qué diablos pasaba con Romana Claibourne? La cabeza de Niall no había vuelto a estar donde debía desde que ella le había tirado encima un vaso de café.

– Pues vete. No se lo diré a nadie. De verás.

Romana alzó las cejas en una mueca de desconfianza.

– Ya hemos llegado -dijo ella, señalando una puerta.

Niall abrió la puerta del restaurante principal, el espacio más amplio de toda la tienda. Lo habían transformado para la subasta, colocando filas de sillas en las que ya había sentada mucha gente. Los reporteros y las cámaras de televisión ocupaban el pasillo central, para deslumbrar con sus flashes a los famosos que vendrían en busca de publicidad gratis. El ruido era ensordecedor.

Romana se puso de puntillas y colocó una mano sobre el oído de Niall.

– Aún no es demasiado tarde para salir corriendo, Niall -dijo rozándole la mejilla con la boca.

Estaba tan cerca que podía sentirla respirar suavemente contra su cara. Podía ver las comisuras de sus labios, aquéllas que convertían su sonrisa en algo especial. Pero en ese momento no sonreía. A pesar de su desparpajo, Niall se dio cuenta de que estaba nerviosa como un gatito. Era como si hiciera «puenting» otra vez, enfrentándose con bromas a su miedo. ¿Por qué se ponía en esa situación? ¿Qué estaba intentando probar?