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– Muy bien, tiene usted un mes para convencerme. Quizá debería dejar de perder el tiempo.

Ella lo miró, sobresaltada por el tono lúgubre que había utilizado. Aquel hombre era un rencoroso.

– ¿Está usted seguro? ¿No quiere reconsiderarlo? -preguntó, ofreciéndole la posibilidad de escapar de una experiencia que no le desearía ni a su peor enemigo.

Aunque en aquel caso no le importaba hacer una excepción, no quería que luego él pudiera decir que no se lo había advertido.

– Al contrario, estaré encantado de comprobar cómo se gana el sueldazo que cobra. No hay ningún problema, ¿verdad?

Fue la palabra «sueldazo» la que selló su destino.

– Ningún problema -contestó ella abrochándose el cinturón de seguridad-. Es usted mi invitado.

Romana sacó su teléfono móvil y marcó un número.

– Molly, ya estoy de camino. Asegúrate de que haya otra sudadera disponible.

Miró de reojo al hombre que estaba sentado a su lado.

– Talla cuarenta y cuatro.

Él no hizo ningún comentario, se limitó a mirarla de soslayo con el ceño fruncido.

– También necesitaré una silla en mi tribuna para otro invitado esta noche. Niall Macaulay. Inclúyelo en todos los compromisos de esta semana, por favor. Y tendrás que ajustar para dos personas toda la agenda del mes. Ya te lo explicaré cuando te vea.

– ¿Esta noche? ¿Qué pasa esta noche? -preguntó Niall.

– Hay una gala. Hoy es la inauguración de la Semana de la Alegría, por eso su llegada ha sido tan inoportuna.

– ¿Alegría? -Niall Macaulay pareció un poco confuso-. ¿Puedo saber qué es eso?

– Una palabra que expresa felicidad, placer, júbilo… -contestó ella-. También es el nombre de la semana solidaria que iniciamos en Claibourne & Farraday hace un par de años. Es una gran oportunidad para hacer relaciones públicas -añadió intencionadamente-. Conseguimos mucho dinero para los niños más desfavorecidos.

– Y, de paso, consiguen publicidad gratis -apostilló Niall.

– No es exactamente gratis. No se puede ni imaginar lo caros que resultan los globos y las sudaderas. Pero se hace un buen uso del dinero. Como ve, tenemos un departamento de relaciones públicas excelente -ella sonrió sólo para molestarlo-. ¿No pensaría usted que este era un trabajo de nueve a cinco, verdad? Ya ve, yo no sigo el horario de los bancos. Así que lo siento si su esposa esperaba que llegara usted pronto a casa.

Se estaba contagiando de su sarcasmo, pensó Romana, y lo peor era que le empezaba a tomar gusto.

– Hace tiempo que no estoy casado, señorita Claibourne -replicó él.

A ella no le sorprendió en absoluto.

Capítulo Dos

Niall sacó el teléfono móvil y llamó a su secretaria para reorganizar su agenda el resto del día. Al menos, a última hora no tenía compromisos profesionales ineludibles.

Romana también estaba haciendo llamadas, una detrás de otra, hablando con la interminable plantilla de colaboradores que ayudaban en la gala y comprobando los últimos detalles relacionados con las flores, los programas y los asientos.

Quizá estuviera tratando de impresionarlo, o tal vez quería evitar mantener una conversación. Al menos eso era de agradecer, pensó él.

Niall miraba fijamente por la ventanilla mientras el taxi enfilaba hacia el centro a través del atasco de mediodía. Tuvo tiempo de sobra para arrepentirse de haber seguido a Romana Claibourne cuando esta salió del despacho.

Sólo Dios sabía por qué no quería pasar con ella ni un solo minuto más de los necesarios. No tenía tiempo para muñequitas rubias, y menos todavía para una que jugaba a ser directora entre compra y compra. Le echó un vistazo a sus bolsas de tiendas de lujo, desparramadas a sus pies, unos pies largos y estrechos encerrados en unos zapatos de diseño. No pudo por menos que reconocer la belleza de aquellos pies, la finura de sus tobillos y de las piernas a las que estaban sujetos. Había mucha pierna que admirar. Estaba claro que Romana Claibourne no era partidaria de esconder sus encantos.

Ella estaba colocándose su melena de rizos cuando se dio cuenta de que la observaba. Niall tendría que haber girado rápidamente la cabeza mientras ella lo interrogaba con la mirada. Pero en lugar de eso, hizo lo que sabía que más le podría molestar. Levantó una ceja con aburrimiento, mostrando la más absoluta indiferencia, y se dio la vuelta para contemplar el tráfico, a todas luces mucho más interesante.

Una gala solidaria no era la idea que él tenía de trabajar, por muy loable que fuera la causa. Tampoco lo encontraba divertido. Ese tipo de actos estaban situados al final de la lista de sus obligaciones. Prefería mil veces enviar un cheque y obviar la parte supuestamente festiva.

Ya era demasiado tarde para lamentarse de no haberle preguntado, simplemente, qué planes tenía para el resto del día. Pero había algo en ella, en aquellos ojos azules… Parecía que estaba acostumbrada a que los hombres dieran vueltas a su alrededor con sólo mover un dedo. Pues bien, él estaba hecho de un material más duro, y quería hacérselo saber.

El taxi paró un poco más arriba de Tower Bridge. Los colores grana y oro de Claibourne & Farraday resaltaban más que nunca sobre los globos y las sudaderas, y una gran multitud se divertía ante la presencia de las cámaras de televisión.

– Ya hemos llegado, señor Macaulay.

– Llámame Niall, por favor -dijo.

No buscaba un trato más informal, pero todo un mes oyendo cómo ella lo llamaba «señor Macaulay» en ese tonito insolente sería todavía peor.

Niall se preguntó qué irían a hacer allí. Lo averiguó nada más bajarse del taxi y ver la bandera de C &F ondeando sobre una altísima grúa junto a un cartel que invitaba a los participantes a «saltar por la Alegría».

Se dio cuenta entonces de que las galas solidarias no estaban, después de todo, en el último puesto de su lista. El «puenting» se salía incluso de la página.

– No siempre es así -señaló Romana después de pagar al taxista-. Algunos días son muy aburridos. Aunque no muchos, si puedo evitarlo -añadió sonriendo levemente mientras guardaba la cartera en el bolso.

– ¿Vas a saltar? -preguntó él.

– ¿Te arrepientes de no haber regresado a tu oficina cuando tuviste la oportunidad, hombre-sombra?

– En absoluto -replicó-. Me parece una experiencia muy didáctica, pero me temo que has malinterpretado la palabra «supervisar». Te podías haber ahorrado la molestia de buscarme una sudadera. Sólo estoy de observador.

– Asustado, ¿eh? -dijo ella, retadora.

Niall dejó pasar el comentario. No tenía nada que demostrar.

– ¿Has hecho esto antes? -preguntó él.

– ¿Yo? No, por Dios. Tengo pánico a las alturas -contestó ella.

Por un momento él creyó que era verdad. Romana continuó con una mueca burlona.

– ¿Cómo si no crees que habría conseguido tantos patrocinadores? Mucha gente ha dado bonitas sumas sólo para verme saltar desde ahí arriba.

– Podrías agarrar a tus víctimas y amenazar con arrojarles café encima si no firman un cheque -sugirió él.

Ella correspondió a la broma con una breve inclinación de cabeza.

– Me guardo la idea para el año que viene. Gracias por el consejo.

– No habrá año que viene.

– Bueno, no habrá puenting, pero…

De pronto se dio cuenta que no se refería al puenting, sino a la inminente expulsión de las Claibourne del consejo de administración.

– Pero ya se me ocurrirá algo igual de emocionante -continuó sin titubear-. Si quieres mostrar tu apoyo, aún hay tiempo para que telefonees a tu oficina y consigas algunos patrocinadores tú mismo. Es por una buena causa, y estoy segura de que habrá mucha gente dispuesta a pagar por verte saltar desde una altura de treinta metros con una banda elástica atada al pie.