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– Es normal tener miedo -le dijo.

– ¿Miedo? ¿Quién tiene miedo?

Romana se colocó los dedos de la mano que tenía libre en la boca e hizo una mueca ante la cámara. Hacer el payaso era la única manera de sobreponerse a todo aquello.

– Es más seguro que bajarse de la cama -aseguró Niall.

– ¿Puedes garantizarlo? -preguntó ella-. ¿Lo has comprobado? ¿De cuántas camas te has bajado?

La multitud soltó una carcajada y Niall borró de inmediato la sonrisa de su rostro.

– ¿Estás lista, Romana? -preguntó el monitor.

Ella recordó la recomendación de Molly de sonreír, retiró su mano de la de Niall, sacó su espejito y la barra de labios y se retocó el color haciendo grandes aspavientos.

– Tengo que salir bien en las fotos -dijo.

No sentía nada en absoluto, sólo una especie de levedad. Enseñó los dientes tratando de componer una sonrisa.

– Ahora estoy preparada -afirmó entregándole a Niall la barra y el espejito-. ¿Alguna recomendación de última hora, hombre-sombra?

– No mires abajo.

La sujetó por detrás, manteniéndola por un instante pegada a su pecho. Romana sintió su calor y, por primera vez desde que se había subido a la plataforma, se sintió segura. Él dio un paso atrás y Romana ahogó un grito de terror.

– ¿Vas a arrojarme al vacío? -dijo en un susurro.

Pero el micrófono que tenía enganchado en la sudadera recogió cada sílaba.

– Esta vez no -murmuró él con un amago de carcajada. Luego la colocó con cuidado al borde de la estructura.

Los dedos de sus pies se asomaban al vacío. Únicamente la mano de Niall, que permanecía en su hombro, evitaba que sufriera un desvanecimiento.

– A la de tres -le murmuró él al oído-, y no te olvides de gritar.

Capítulo Tres

Niall observó a Romana volar por los aires. Había sido un salto espectacular en todos los aspectos. La sospecha de que ella estaba realmente asustada lo había impulsado a subirle la tarjeta. Viéndola en la plataforma, se convenció de que estaba completamente perdida, que las bromas eran sólo para la cámara. Pero todo parecía formar parte de su actuación. Romana había dado un gran espectáculo a sus patrocinadores. Sólo se le había olvidado gritar.

Alguien descorchó una botella de champán y le puso un vaso entre las manos. Romana no se atrevió a llevárselo a la boca: se habría estrellado contra sus dientes apretados. Se limitó a sujetarlo mientras la multitud coreaba a su alrededor la cuenta atrás para el siguiente salto. Empezaba a encontrarse mejor, pero cuando el siguiente participante se precipitó al vacío, su estómago se revolvió como si estuviera repitiendo la experiencia. Depositó el vaso en las manos de la persona que tenía más cerca y se encaminó hacia la caravana para dar rienda suelta a su mareo.

Después de lavarse la cara y la boca, se dio cuenta de que su teléfono, que seguía en la silla en la que ella lo había dejado, estaba sonando. Era Molly.

– Romana Claibourne, ¿estás bien? Tenemos una televisión aquí, y en cuanto te he visto me he preguntado sí…

– ¿Si desayunar ha sido un error? Pues sí, lo ha sido. ¿Está pidiendo todo el mundo que le devuelvan el dinero? -acertó a decir con un escalofrío-. No los culpo. Ni siquiera he sido capaz de gritar como es debido. Parecía como si tuviera piedras calientes en la garganta.

– No te preocupes por eso. Has estado magnífica. Y las bromas han estado muy bien. No creo que nadie se haya ni imaginado lo asustada que estabas. No sé cómo vas a superarte al año que viene, a no ser que inventes algo para que Don Guapo se quite la camiseta -añadió esperanzada-. Yo misma lo patrocinaría.

A Romana se le secó la boca sólo de pensarlo. Una oportuna llamada a la puerta le evitó tener que responder.

– Está abierto -dijo.

Se dio la vuelta y vio a Niall con un ceño que podría parecer de preocupación. No quería que se compadeciera de ella.

– ¿Has venido a pagar? -preguntó.

Romana se arrepintió al instante de su falta de tacto cuando él depositó sobre la mesa un cheque, su barra de labios y el espejito.

– Muy generoso -le dijo-. Gracias.

Niall se encogió de hombros, quitándole importancia.

– No quisiera interrumpir tu conversación.

– Es Molly. Ha visto el salto y está pensando en la manera de superarlo el año que viene. Cree que si tú te quitaras la camiseta podría ser un buen reclamo -sugirió mientras escuchaba las protestas de su ayudante-. ¿Por qué no lo hablas con ella? Necesita también tu dirección para mandarte un coche esta noche. Seis en punto. Corbata oscura.

– ¿A las seis? -repitió él-. ¿No es un poco pronto para ir al teatro?

– Estoy trabajando, no de fiesta. Me ocupo de la organización de la velada y de que todo transcurra en orden. Y, cuando ha terminado, procuro que la gente se marche contenta.

Niall no contestó, pero agarró el teléfono para facilitarle a Molly su dirección. Cuando acabó, Romana recogió sus bolsas y abrió la puerta de la caravana.

– ¿Dónde vas ahora? -preguntó él mientras la seguía.

– ¿Por qué no lo compruebas por ti mismo?

Él la miró dando a entender que había aprendido la lección: le estaba preguntando antes de actuar.

– Primero voy a ir a casa a colgar mi vestido. Lo habría hecho antes, pero estaba citada contigo. Luego voy a ir a la peluquería de los grandes almacenes a arreglarme el pelo -dijo mientras caminaba con paso ligero por la calle.

– ¿Y la comida?

Sólo de pensar en comer se ponía enferma.

– No hay tiempo -contestó mirando el reloj-. Tenemos que irnos.

– Gracias, pero creo que me voy a saltar la peluquería.

– Sabia decisión. Yo puedo prescindir de casi todo -dijo sonriendo-, pero no de un encuentro con George en una noche de gala. Te veré en el teatro.

– ¿No crees que sería más lógico que compartiéramos coche?

¿Compartir? Trabajar con él ya era suficiente, no veía la necesidad de ampliar el tiempo que tenían que pasar juntos.

– ¿Te preocupa el medio ambiente o es una cuestión económica?

– Ninguna de las dos cosas. Pensé que me podrías ir contando los pormenores de la gala por el camino. Por cierto, esta tarde has tenido una gran actuación. Casi haces que me lo crea.

– ¿Casi?

– ¿Cuántas veces has hecho «puenting»?

Ella sonrió mientras paraba un taxi. Le gustaba comprobar que no era tan inteligente como él se creía.

– Te veré en el teatro, Niall -dijo.

Romana subió al taxi y cerró con fuerza la puerta.

Envuelta en una bata de peluquería de color rojo oscuro, Romana se contempló en el espejo, buscando en vano qué había en ella que irritaba tanto a Niall Macaulay. No podía tratarse sólo del incidente del café. Había sido un accidente, muy poco oportuno, es cierto, pero sin ninguna importancia. Eso era lo que habría dicho si hubiera sido un hombre amable, pero él no era amable, ni generoso. Pretendía serlo, como cuando se apresuró a patrocinar su salto, pero cuando se tenía dinero, esa clase de generosidad carecía de mérito. El padre de Romana estaba siempre dispuesto a estampar su firma en un cheque por Navidad o en su cumpleaños, cuando lo único que ella deseaba era que la abrazara y le dijese que la quería. Pero aquello era demasiado difícil para él.

George apareció detrás de ella.

– Un gran día, Romana -dijo.

– Un mal día. La primera vez que hago «puenting», ahora un corte de pelo… ¿Qué más me puede pasar?

– Ningún sacrificio es suficiente para promocionar la tienda.