Lentamente, Jessie asintió. Ahora que había podido mirarle bien, una extraña emoción le recorrió el cuerpo. Probablemente estaría en la treintena, demasiado viejo, pero era muy musculoso y la expresión en esos ardientes ojos azules la hacía pensar que sabia cosas verdaderamente sucias.
El gruñó. -Ya decía yo. Siento lo de tu mamá-. Aunque dijo las palabras adecuadas, Jessie tenía la sensación que en realidad le tenía sin cuidado. La estaba mirando de arriba abajo, de un forma que la hacía sentir rara, como si le perteneciese.
“¿Quién es usted?” murmuró ella, arrojando una cauta mirada a la parte delantera de la tienda.
Una cruel sonrisa desveló sus blancos dientes.-El nombre es Harper Neeley, queridita. ¿Te suena de algo?
Ella contuvo la respiración, porque conocía el nombre. Había fisgoneado entre las cosas de mamá a menudo. -Sí-, dijo ella, tan excitada que apenas podía mantenerse quieta. -Tú eres mi padre.
El pareció sorprendido de que supiera quién era, pensó ahora, contemplándolo mientras yacía holgazaneando bajo el árbol esperándola. Pero a pesar de lo excitada que ella estuvo al conocerlo, a él le había importado un bledo que ella fuese su hija. Harper Neeley tenía un montón de hijos, y al menos media docena de ellos bastardos. Uno más, aunque éste fuera un Davenport, no significaba nada para él. La había abordado sólo por gusto, no porque en verdad le importase.
De alguna forma, eso la había excitado. Era como conocer a la Jessie oculta, yendo por ahí en el cuerpo de su padre.
La fascinaba. Durante esos últimos años se empeñó en encontrarse con él ocasionalmente. Era rudo y egoísta, y a veces tenía la sensación de que se reía de ella. La ponía furiosa, pero cada vez que le veía, aún sentía esa misma exaltación. El era tan desagradable, tan totalmente inaceptable en su círculo social… y era suyo.
Jessie no recordaba bien el momento en que la excitación se convirtió en sexual. Puede que siempre hubiera sido así, pero no había estado preparada para aceptarlo. Había estado tan concentrada en doblegar a Webb, en mantenerse tan cuidadosa de darse una satisfacción sólo cuando estaba segura, lejos del área de su casa, que sencillamente no se le había ocurrido.
Pero un día, hacia más o menos un año, cuando lo vio, la acostumbrada excitación se había agudizado repentinamente, volviéndose casi brutal en su intensidad. Estaba furiosa con Webb, lo que no era nada nuevo y Harper estaba justo allí, su musculoso cuerpo tentándola, sus ardorosos ojos azules vagando por su cuerpo de una manera en la que ningún padre debería mirar a su hija.
Ella lo había abrazado, apretándose contra él, llamándole “papi” dulcemente, y todo el tiempo estuvo frotando sus pechos contra él, ondulando sus caderas contra su sexo. Sólo hizo falta eso. Le había sonreído, luego la cogió groseramente por la entrepierna y la tumbó en el suelo, donde cayeron uno sobre otro como animales.
No podía alejarse de él. Lo había intentado, sabiendo lo peligroso que él era, sabiendo que no tenía poder para controlarlo, pero le atraía como un imán. Con él no le valían sus jueguecitos, porque sabía perfectamente lo que ella era. No había nada que pudiese darle y nada que ella quisiera de él, excepto el fogoso y demente sexo. Nadie la había follado jamás de la forma que lo hacía su Papi. No tenía que medir cada una de sus reacciones o intentar manipular su respuesta; lo único que debía hacer era dejarse llevar por la lujuria. Estaba dispuesta para lo que quisiese hacer con ella. El era basura, y eso le encantaba, porque era la mejor venganza que jamás pudiese haber elegido. Cuando por las noches Webb se tumbaba a su lado en la cama, tenía bien merecido que estuviese durmiendo con una mujer que, sólo unas horas antes, había estado pegajosa de las secreciones de Harper Neeley.
Capítulo 4
Roanna siguió fijamente con la mirada a Jessie, mientras ésta se alejaba cabalgando de Davencourt, hacía la parte montañosa de las tierras de los Davenport. Normalmente Jessie prefería una cabalgata menos agotadora, por campos o pastos llanos. ¿Por qué se desviaba de su costumbre? Pensándolo bien, un par de veces antes ya había elegido ese camino para cabalgar. Roanna lo había notado pero no le había prestado atención. Por alguna razón, esta vez le extrañaba.
Puede que todavía estuviera resentida por la última puya de Jessie, aunque, Dios sabía que no había sido peor de los acostumbrados ataques a su frágil autoestima. Tal vez fuese porque ella, a diferencia de los demás, no esperaba nada bueno de Jessie. Tal vez fuese por ese maldito perfume. No lo llevaba puesto en el almuerzo, pensó Roanna. Un aroma tan fuerte se hubiese notado. Entonces ¿porque se había perfumado antes de salir sola a montar a caballo?
La respuesta le llegó con una claridad deslumbrante. -¡Tiene un amante!- susurró para si misma, casi embargada por la conmoción. ¡Jessie estaba viendo a alguien a espaldas de Webb! Roanna, en nombre de Webb, casi se ahoga de indignación. ¿Cómo podía cualquier mujer, incluso Jessie, ser tan estúpida para comprometer su matrimonio?
Rápidamente ensilló a Buckley, su actual favorita, y partió en la misma dirección que había visto tomar a su prima. La gran yegua tenía un paso largo, un poco desigual que haría traquetear a cualquier otro jinete con menos experiencia pero cubría las distancias con un rápido galope. Roanna estaba acostumbrada a su zancada y se acomodó a su ritmo, moviéndose al compás con fluidez mientras posaba sus ojos en el suelo, siguiendo las huellas frescas del caballo de Jessie.
Una parte de ella no quería creer que Jessie tuviese un amante -era demasiado bueno para ser verdad y además, Jessie era demasiado lista para tirarlo todo por la borda- pero no podía resistirse a la tentadora posibilidad de tener razón. Alegremente trazaba vagos planes de venganza contra Jessie por todos los años de dolor y desaires, aunque no sabía exactamente cómo podría hacerlo. La autentica venganza no formaba parte del carácter de Roanna. Antes acabaría pegándole a Jessie un puñetazo en la nariz, que tramar y llevar a cabo un plan a largo plazo, y seguramente lo disfrutaría mucho más. Pero sencillamente no podía dejar pasar la oportunidad de pillar a Jessie haciendo algo que no debía; normalmente era ella la que metía la pata y Jessie la que lo ponía en evidencia.
No quería alcanzar a Jessie demasiado rápido, así que redujo a Buckley al paso. El sol de Julio brillaba tan fuerte y despiadadamente que debería haber borrado los colores de los árboles, pero no lo hacía. Le ardía la cabeza del calor. Normalmente se ponía una gorra de béisbol, pero aún llevaba puestos los pantalones de mezclilla y la blusa de seda del almuerzo, y la gorra de béisbol, al igual que sus botas, estaban en su dormitorio.
Con ese calor era fácil rezagarse. Paró y dejó que Buckley bebiera de un pequeño arroyo, y después reanudó su pausada marcha. Una ligera brisa le acariciaba la cara, y era por ello que Buckley pudo recoger el olor de la montura de Jessie y relinchó suavemente, avisándola. Inmediatamente retrocedió, no quería que el otro caballo alertase a Jessie de su presencia.
Después de atar a Buckley a un pequeño pino, caminó con sigilo a través de los árboles y subió una pequeña colina. Sus sandalias de suela fina se escurrían sobre las agujas de pino, y con impaciencia se las quitó, luego trepó descalza el resto del camino hasta la cima.
La montura de Jessie estaba aproximadamente a unos treinta metros abajo, a la izquierda, mordisqueando pacientemente la hierba. Una enorme roca salpicada de musgo sobresalía de la cima de la colina, y Roanna se deslizó hacía ella para arrodillarse detrás de su mole. Con cuidado miró por un lateral, tratando de localizar a Jessie. Creía oír voces, pero los sonidos eran extraños, en realidad no eran palabras.
Y entonces los vio, casi debajo de ella, y se apoyó débilmente contra la ardiente superficie de la roca, la conmoción sacudiendo su cuerpo. Había pensado que pillaría a Jessie citándose con alguno de sus amigos del club de campo, puede que besuqueándose un poco, pero no esto. Su propia experiencia sexual era tan limitada que no podría haber formado esas imágenes en su cabeza.