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¿Qué podía decir? No debería haberlo besado, lo sabía. Amarle no era una excusa, al menos ninguna que importase ante la unánime condena a la que se enfrentaba.

No podía defenderse haciendo referencia al comportamiento de Jessie. Webb debía odiarla en este momento, pero aún así no podía contar algo que lo heriría y que posiblemente lo haría cometer una locura. Prefería que la culpasen a ella antes que arriesgarse a que le pasase algo malo a él. Y en definitiva, las acciones de Jessie no exculpaban las suyas. Webb era un hombre casado; no debía haberlo besado. En su interior se retorcía de vergüenza por lo que su alocado e impulsivo acto había provocado.

La pelea que se había desencadenado arriba había sido oída por todos. Jessie siempre había sido poco razonable cuando no se salía con la suya y más aún cuando estaba en juego su vanidad. Sus gritos se habían impuesto al grave sonido de la voz de Webb. Le había llamado por todos los insultos imaginables, usando palabras que Roanna jamás había escuchado antes. Normalmente la Abuela pasaba por alto cualquier cosa que hiciese Jessie, pero incluso ella se estremeció al escuchar su lenguaje. Roanna oyó como la llamaba puta, furcia con cara de caballo, y estúpido animal que sólo era bueno para follar en el corral. Jessie le amenazaba con que haría que la Abuela le desheredara, y al escucharlo Roanna miró horrorizada a la Abuela, se moriría sí por su culpa, Webb perdía su herencia, pero la Abuela se limitó a alzar sus elegantes cejas sorprendida al escuchar esta amenaza- y que haría que arrestaran a Webb por violación de una menor.

Por supuesto, la Abuela y Tía Gloria creyeron de inmediato que Roanna se había estado acostando con Webb, y esto atrajo sobre ella de nuevo las duras miradas recriminatorias, aunque Tío Harlan simplemente enarcó sus tupidas y canosas cejas canosas y parecía divertido. Roanna, avergonzada y con el ánimo por los suelos había negado con la cabeza indefensa, sin saber cómo defenderse para que la creyesen.

Webb no era hombre que dejara pasar una amenaza. Hasta ese momento, había estado furioso pero había sabido controlar su genio. Ahora se había escuchado un golpe, y el sonido de cristales rompiéndose, y él rugió: -¡Consigue el maldito divorcio! ¡Haré cualquier cosa con tal de deshacerme de ti!

Entonces bajó por las escaleras, con expresión dura e inflexible y los ojos brillando con un helado fuego verde. Su mirada furiosa se posó en Roanna, y sus ojos se entrecerraron, haciendo que se estremeciese de miedo, pero no se detuvo.

– Webb, espera-, dijo la Abuela, alargando una mano. El la ignoró, saliendo a grandes zancadas de la casa. Un poco después vieron como las luces de su coche iluminaban el césped.

Roanna no sabía si había regresado ya, porque no todos los coches se podían oír desde el interior de la casa. Los ojos le ardían de estar mirando al techo, la oscuridad la envolvía como una pesada manta, sofocándola.

Pero lo que mas le dolía era que Webb no había confiado en ella; aun conociendo a Jessie, había creído sus mentiras. ¿Cómo era posible que hubiese pensado por un solo momento que ella era capaz de causarle problemas intencionadamente?

Webb era el centro de su existencia, su paladín; si se apartaba de ella, entonces no tenía razón de ser, ninguna seguridad en este mundo.

Pero en sus ojos hubo furia y desprecio cuando la miró, como si no pudiese soportar su visión. Roanna se enroscó como una pelota, gimiendo por un dolor tan insoportable que pensó que nunca se recuperaría de ello. Lo amaba; ella no le hubiese dado la espalda, hiciese lo que hiciese. Pero él si lo había hecho, y se replegó aún más en si misma cuando se dio cuenta en donde radicaba la diferencia; él no la amaba. Le dolía todo el cuerpo, como si se hubiese herido al chocarse frontalmente contra el muro de la realidad. Le tenía cariño, la encontraba divertida, puede que sintiera unido a ella por el parentesco lejano, pero no la quería de la forma que ella quería que la amase. Con repentina y aplastante claridad, descubrió que solo había sentido pena de ella, y esa humillación la devoró por dentro. No era compasión lo que quería de Webb, ni de ningún otro.

Lo había perdido. Aunque le diese la oportunidad de defenderse e incluso si la creía, jamás sería lo mismo. El pensaba que lo había traicionado, y la falta de confianza de él era una traición para ella. Ese conocimiento siempre estaría en su corazón, un glacial y abrasador nudo señal de su perdida.

Siempre se había aferrado ferozmente a Davencourt y a Webb, resistiéndose a cualquier esfuerzo por apartarla de ambos. Ahora, por primera vez, estaba considerando marcharse. No le quedaba nada aquí, haría mejor en marcharse a la universidad como todos querían que hiciese y empezar de nuevo, donde nadie la conociese y tuvieran ideas preconcebidas de cómo debía de vestir y actuar. Antes, el mero pensamiento de abandonar Davencourt le hubiese causado pánico, pero ahora sólo sentía alivio. Si, quería alejarse de todos y de todo.

Pero primero, tendría que arreglar las cosas con Webb. Un último gesto de amor, y luego dejaría todo esto atrás y seguiría adelante.

Mientras salía de la cama miró el reloj. Eran más de las dos; la casa estaba en silencio. Jessie seguramente estaría dormida, pero francamente le importaba un bledo. Podía despertarse y escuchar por una vez, lo que Roanna tenía que decir.

No sabía lo que iba a hacer si Webb estaba ahí, aunque en realidad no creía que estuviese. Estaba tan enfadado cuando se marchó que probablemente aún no hubiese regresado, y aunque lo hubiese hecho no se habría metido en la cama con Jessie. Seguramente se iría abajo al estudio o dormiría en uno de los otros dormitorios.

No necesitaba luz; había recorrido tantas veces por la noche Davencourt que conocía todas sus sombras. Silenciosamente se deslizó por el vestíbulo, su largo camisón blanco la hacía parecer un fantasma. Se sentía como tal, como si nadie la viese en realidad.

Se paró delante de la puerta de la habitación de Webb y Jessie. Aún había una luz encendida dentro; un pequeño haz se filtraba por debajo de la puerta. Decidida a no llamar, Roanna giró el pomo.

– ¿Jessie estás despierta?- pregunto con voz suave. -Quiero hablar contigo.

El agudo chillido traspasó la aterciopelada noche, un largo, desgarrado sonido que parecía que nunca iba a cesar, estirándose, hasta que se quebró en una ronca nota. Se encendió la luz en varios dormitorios, incluso abajo, en los establos donde Loyal tenía su propio apartamento. Se escuchó un torrente de soñolientas y confusas voces chillando, haciendo preguntas, y el sordo ruido de unos pies descalzos corriendo.

El Tío Harlan fue el primero que llegó a la suite. Exclamó, -Por Dios Santo-, y por primera vez el almibarado y empalagoso tono que solía emplear estaba ausente de su voz.

Se tapó la boca con las manos como para que no se escapase otro grito. Roanna se apartó lentamente del cuerpo de Jessie. Sus ojos castaños estaban muy abiertos y no parpadeaba, con expresión extrañamente vacía.

Tía Gloria entró corriendo en la habitación a pesar del tardío intento del Tío Harlan por impedírselo, con Lucinda pisándole los talones. Ambas se detuvieron bruscamente, el horror y la incredulidad las dejaron inmóviles mientras asimilaban la violenta escena. Lucinda miraba el cuadro que presentaban sus dos nietas, y hasta el último vestigio de color desapareció de su cara. Empezó a temblar.

Tía Gloria rodeó con sus brazos a su hermana, mirando todo el tiempo enloquecida a Roanna.

– Dios mío, la has matado,- balbuceó, creciendo su histeria con cada palabra. -¡Harlan, llama al sheriff!

El camino de entrada y el patio estaban llenos de coches, aparcados al azar en diferentes ángulos, las luces azules destellaban sobrecogedoras en la noche. Cada ventana de Davencourt estaba iluminada, y la casa estaba repleta de gente, la mayoría de ellos llevaban uniforme marrón, otros uniformes blancos.