– ¿Volviste?
– No.
– ¿Dónde fuiste?
– Conduje un rato, alrededor de Florence.
– ¿Alguien que conozcas te vio, para que puedan confirmarlo?
– No lo sé.
– ¿Qué hiciste? ¿Solo dar vueltas en coche?
– Un rato, como he dicho. Después fui al Waffle Hut, en la autopista hacia Jackson.
– ¿A qué hora llegaste allí?
– Sobre las diez, tal vez.
– ¿A qué hora te marchaste?
– Después de las dos. No quise regresar a casa hasta haberme enfriado.
– ¿Entonces estuviste allí aproximadamente cuatro horas? Supongo que la camarera se acordara, ¿verdad?
Webb no contestó. Lo consideró probable, porque ella había intentado varias veces entablar conversación, pero él no estaba de humor para charlas. Booley lo comprobaría, la camarera confirmaría su presencia, y sería el final todo esto. Pero ¿a quién consideraría entonces Booley como sospechoso? ¿A Roanna?
– Puedes marcharte a casa,- dijo Booley, después de un minuto. -No hace falta que te diga que te mantengas cerca. Que no salgas de la ciudad en viaje de negocios o algo por el estilo.
La mirada de Webb era fría y adusta. -No se me ocurriría organizar un viaje de negocios cuando tengo que sepultar a mi esposa.
– Bueno, respecto a esto. Considerando la naturaleza de su muerte, tendrá que haber una autopsia. Normalmente eso sólo retrasa el entierro un día o dos, pero a veces puede ser algo más. Te avisaré.- Booley se inclinó hacia delante, su jovial rostro muy seria. -Webb, hijo, te hablaré sin rodeos, no sé que pensar sobre esto. Es un lamentable estadística el que cuando una mujer es asesinada, por lo general es el marido o el novio quien lo hizo. Bien, tú nunca me has parecido uno de esos tipos, pero tampoco la mayor parte de los otros tipos a los que he acabado deteniendo. Tengo que sospechar de ti, y tengo que comprobarlo todo. Por otro lado, si tú tienes cualquier sospecha, apreciaría que me hablaras de ello. Las familias siempre tienen sus pequeños enredos y secretos. Vamos, tus parientes estaban seguros de que Roanna había matado a Jessie, y la trataron como si fuera veneno o algo por el estilo, hasta que yo les dije que no creía que ella lo hubiera hecho.
Booley era un lugareño, un sencillo y buen tipo, pero hacía mucho que pertenecía al cuerpo de policía y sabía leer a la gente. A su manera, usaba la misma táctica que Colombo había hecho famosa en televisión, dando amables rodeos y manteniendo distendidas conversaciones hasta ir juntando todas las piezas. Webb se resistió a la invitación de abrirse al sheriff, diciendo en cambio, -¿Puedo irme ya?
Booley agitó una carnosa mano. -Claro. Pero como te he dicho, no te alejes mucho.- Levantó su mole de la silla.-Puedo llevarte a casa yo mismo. Ya es de día, así que de todos modos no voy a conseguir dormir nada.
Roanna estaba escondida, no del modo en que lo hacía cuando era pequeña, deslizándose bajo los muebles o acurrucada en lo más profundo de un armario, y, aún así, se había aislado a sí misma de la lúgubre y silenciosa actividad de la casa. Se retiró al asiento de la ventana donde una vez había contemplado a Webb y a Jessie columpiándose en el jardín, mientras a su espalda el resto de la familia discutía qué hacer con ella. Seguía arropada con la manta que el sanitario le había echado por los hombros, manteniendo los bordes juntos con dedos helados y exangües. Sentada contemplaba el alba que lentamente arribaba, no haciendo caso del zumbido de voces tras ella, cerrada a todo ello.
Trató de no pensar en Jessie, pero ni con el mayor esfuerzo podría borrar aquella sangrienta escena de su mente. No es que pensara conscientemente en ello, simplemente estaba allí, como la ventana. La muerte había alterado de tal forma a Jessie que al principio Roanna estaba allí de pie, mirando boquiabierta el cuerpo sin comprender que era real, o sin tan siquiera reconocer a su prima. La cabeza estaba extrañamente deformada, hundida alrededor de una enorme herida por donde literalmente su cráneo asomaba abierto. Había sido torpemente tumbada con el cuello inclinado, como si su cabeza descansara contra el borde del hogar de piedra.
Roanna había encendido la luz cuando había entrado en la suite, parpadeando mientras trataba de ajustar su visión, y caminó alrededor del sofá en dirección al dormitorio para despertar a Jessie y hablar con ella. Había literalmente caído sobre las piernas extendidas de Jessie, y permaneció en estupefacto silencio durante un largo momento antes de comprender lo que veía y comenzar a gritar.
No fue hasta más tarde cuando se dio cuenta de que había permanecido de pie sobre la alfombra empapada por la sangre y que sus pies desnudos estaban manchados de rojos. No recordaba como es que ahora estaban limpios, si se los había limpiado ella u otra persona se había encargado de ello.
La ventana reflejaba la escena tras de ella, el enjambre de gente yendo y viniendo. El resto de la familia había llegado, solos o en parejas, añadiendo sus preguntas y sus lágrimas a la confusión.
Estaba la tía Sandra, tía de Webb por parte de su padre, lo que la hacía sobrina de la Abuela. La tía Sandra era alta y morena, con la belleza de los Tallant. No se había casado nunca, consagrándose en cambio a avanzados estudios de física, y ahora trabajaba para la NASA en Huntsville.
La hija de tía Gloria y su marido, Lanette y Greg Spence, llegaron con sus dos hijos adolescentes, Brock y Corliss. Corliss era de la edad de Roanna, pero nunca se habían llevado bien. Apenas habían llegado cuando Corliss deslizó hasta donde estaba Roanna y le había susurrado, -¿De verdad estabas parada en medio de su sangre? ¿Qué aspecto tenía? Oí que Mama le decía a Papá que su cabeza estaba abierta como una sandía.
Roanna no había hecho caso de la ávida e insistente voz, manteniendo la cara girada hacia la ventana. -¡Dime! – insistió Corliss. Un malvado pellizco en el dorso de su brazo hizo que los ojos de Roanna se llenaran de lágrimas, pero ella continuó mirando fijamente hacia delante, negándose a reconocer la presencia de su prima. Finalmente Corliss se había rendido y se había marchado para conseguir de otro los sangrientos detalles que ansiaba.
El hijo de tía Gloria, Baron, vivía en Charlotte; esperaban que él, su esposa y sus tres hijos llegaran más adelante. Incluso sin ellos, esto significaba que diez miembros de la familia apiñados en la sala de estar o alrededor del consolador servicio de café en la cocina, con la apariencia de los grupos cambiando cuando la gente se movía de acá para allá.
No permitían que nadie subiera arriba aún, aunque hiciera mucho que Jessie hubiera sido trasladada, porque los investigadores continuaban aún sacando fotos y reuniendo pruebas. Con las autoridades y todos los demás representantes allí presentes en varios grados oficiales, la casa bullía de gente, pero aún así Roanna logró mantenerlos a todos ellos afuera. Se sintió muy fría por dentro, una frialdad extraña que se había extendido a cada célula de su cuerpo y había formado una cáscara protectora, manteniéndola a ella en su interior y a todos los demás fuera.
El sheriff se había llevado a Webb, y ella casi se ahogó de culpabilidad. Todo esto era culpa suya. ¡Si ella no lo hubiera besado! No lo había hecho con mala intención, pero, claro, ninguno de los líos que causaba era con mala intención.
Él no había matado a Jessie. Ella lo sabía. Había querido gritarles a todos por pensar si quiera algo tan feo sobre él. Ahora era de lo único que tía Gloria y tío Harlan hablaban, de lo sorprendente que era, como si él ya hubiese sido juzgado y condenado. Sólo unas horas antes, habían estado igualmente convencidos de que Roanna era la asesina.
Webb no haría algo así. Él podría matar; de alguna manera Roanna sabía que Webb haría lo que fuese necesario para proteger a aquellos a los que amaba, pero matar en esas circunstancias no era lo mismo que el asesinato. No importaba lo desagradable que Jessie hubiera sido, lo que hubiese dicho o incluso que lo hubiera atacado con un atizador u otra cosa, él no le habría hecho daño. Roanna lo había visto ayudar con ternura a un potro a llegar a este mundo, quedarse sentado toda la noche con un animal enfermo, turnarse con Loyal para hacer caminar a un caballo con cólico durante horas hasta que mejoraba. Webb cuidaba de los suyos.