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Qué extraño. No se había pasado los diez últimos años enfurruñado por lo que sucedió. Cuando se marchó aquel día de Davencourt, su intención es que fuera para siempre, y por lo tanto siguió con su vida. Eligió el sur de Arizona, por ser un lugar maravilloso, y no porque estuviese lo más lejos posible del exuberante y verde noroeste de Alabama y fuera inhabitable. Llevar un rancho era duro, pero disfrutó del trabajo físico tanto como había disfrutado del despiadado mundo de los negocios y las finanzas. Habiendo sido siempre un vaquero, le fue fácil la transición. Su familia se redujo a sólo su madre y su tía Sandra, pero se sentía satisfecho con eso.

Al principio se sintió muerto por dentro. A pesar de la inminente ruptura, a pesar que le había engañado, había llorado a Jessie con sorprendente intensidad. Ella había sido parte de su vida durante tanto tiempo que se despertaba por las mañanas sintiéndose extrañamente incompleto. Entonces, gradualmente, se sorprendió al recordar lo bruja que había sido y rió con afecto.

Podía haberse dejado comer vivo por la incertidumbre, sabiendo que su asesino aún estaba ahí fuera y no sería fácilmente descubierto, pero al final aceptó que no podía hacer nada. Su aventura fue tan secreta que no había ningún indicio, ninguna pista. Era un punto muerto. Podía permitir que destrozara la vida o podía seguir adelante. Webb era un superviviente. Había seguido adelante.

Hubo días, incluso semanas, en las que no pensaba en su vida anterior. Dejó atrás a Lucinda y a los demás… a todos, excepto a Roanna. A veces escuchaba algo que sonaba como su risa, y instintivamente se giraba para ver en que travesura se había metido esta vez, antes de darse cuenta de que ya no estaba ahí. O estaba curando un corte en la pata de un caballo, y recordaba cómo la preocupación ensombrecía su delgado rostro cuando se ocupaba de una montura herida, de alguna manera se había colado en su corazón con más intensidad que los demás, y era más difícil olvidarla. Se sorprendía preocupándose por ella, imaginando en qué problema se pudiera haber metido. Y durante todos estos años, el recuerdo de ella, aún tenía el poder de enfadarlo.

No pudo olvidar la acusación de Jessie de que Roanna deliberadamente ocasionó la pelea esa noche entre ellos. ¿Había mentido Jessie? Desde luego no era de extrañar, pero la transparente cara de Roanna reveló claramente su culpa. A través de los años, el embarazo de Jessie de otro hombre, le hizo llegar a la conclusión de que Roanna no había tenido nada que ver con la muerte de Jessie y que el asesino había sido el amante desconocido, pero aún así no podía deshacerse de su rabia. De alguna forma el comportamiento de Roanna, aunque palidecía en importancia cuando lo comparaba con los otros eventos de esa misma noche, todavía tenía el poder de enfurecerlo.

Tal vez fuese porque siempre estuvo malditamente seguro de su amor. Tal vez había halagado su ego el ser tan abiertamente adorado, de forma tan incondicionalmente. Nadie en este mundo le había amado de esa manera. El amor maternal de Yvonne era inquebrantable, pero ella era la mujer que le daba un azote cuando se portaba mal siendo un niño, así que veía sus defectos. A los ojos de Roanna, él era perfecto, o eso había creído hasta que deliberadamente causó problemas simplemente para quedar por encima de Jessie. Ahora se preguntaba si no fue otra cosa más que un simple símbolo para ella, una posesión que Jessie tenía y ella anhelaba.

Tuvo mujeres después de la muerte de Jessie. Incluso mantuvo una o dos relaciones largas, pero nunca estuvo dispuesto a volver a casarse. No importaba lo ardiente que fuera el sexo del que disfrutaba en la cama de otras mujeres, eran los sueños sobre Roanna los que le despertaban en las frías mañanas antes del amanecer, empapado en sudor con el miembro enhiesto como una estaca de hierro.

Nunca fue capaz de recordar los sueños con claridad, solo retazos, como la forma en que sus nalgas se restregaban contra su erección, la forma en que sus pezones se endurecían al besarlos, la manera en que los percibían cuando los apretaba contra su pecho. Su lujuria por Jessie fue la de un chaval, la lujuria de un jovencito con las hormonas descontroladas, un juego de dominación. Su lujuria por Roanna, aunque le disgustaba, siempre tenía un trasfondo de ternura, por lo menos en sus sueños.

Pero ella no era ningún sueño, ahí de pié en el bar.

Su primer impulso fue sacarla de allí, donde no se le había perdido nada. Lo había acompañado sin protestar y sin preguntar, ahora tan silenciosa como antaño tan bocazas. Era consciente de haber bebido mucho, sabía que no tenía completo autocontrol, pero esquivarla hasta el día siguiente no parecía una opción viable.

Al principio apenas pudo concentrarse en lo que le estaba diciendo. Ella ni siguiera quería mirarlo. Permanecía allí sentada, mirando a cualquier parte menos a él, y él era incapaz de apartar sus ojos de ella. Había cambiado. Dios, cuánto había cambiado. No le gustaba, no le gustaba su silencio cuando antes era una cotorra, no le gustaba la opacidad de su expresión cuando antes cada emoción que sentía estaba claramente escrita en su pequeña cara. No había diablura ni risa en su mirada, ni vibrante energía en sus movimientos. Era como si alguien hubiese secuestrado a Roanna y hubiese dejado a una muñeca en su lugar.

La fea niñita se había convertido en una sencilla adolescente, y esta en la mujer que era ahora, si no exactamente bonita, llamativa a su manera. Su cara se había llenado de forma que sus anteriormente demasiadas grandes facciones habían adquirido unas proporciones más equilibradas. El largo, alto y ligeramente curvado puente de su nariz ahora parecía aristocrático, y su boca demasiado ancha sólo se podía describir como exuberante. La madurez había refinado su cara de forma que sus altos y cincelados pómulos se revelasen, y sus ojos de forma almendrada y del color del whisky resultaban exóticos. Había aumentado un poco de peso, tal vez seis o siete kilos, lo que suavizaba su cuerpo y ya no tenía el aspecto de una refugiada de un campo de prisioneros de la Segunda Guerra Mundial, aunque podía soportar otros tantos kilos más y aún seguir delgada.

Los recuerdos de la adolescente lo perseguían. La realidad de la mujer había removido su largamente cocido a fuego lento anhelo hasta llevarlo a ebullición.

Pero, a nivel personal, ella parecía inconsciente de él. Le pidió que regresara a Alabama porque Lucinda lo necesitaba. Lucinda lo amaba, lamentaba su distanciamiento. Lucinda le devolvería todo lo que había perdido. Lucinda estaba enferma, muriéndose. Lucinda, Lucinda, Lucinda. Cada palabra que salía de su boca era sobre Lucinda. Nada sobre ella misma, si quería o no que él regresara, como si la veneración de antaño jamás hubiese existido.

Eso lo enojó aún más, el haber malgastado años soñando con ella mientras que ella, al parecer, lo había borrado completamente de su vida. Su mal genio se descontroló, y el tequila le hizo perder cualquier escrúpulo que pudiera sentir. Se oyó a si mismo exigiéndole que se fuera a la cama con él como el precio de su regreso. Vio la impresión en su cara, y vio cómo rápidamente la controlaba. Estuvo esperando su rechazo. Y entonces ella dijo que sí.

Estaba lo bastante enfadado, lo bastante bebido como para llevarlo a cabo. Por Dios, si ella estaba dispuesta a entregarse a él para beneficio de Lucinda, entonces, maldición, si no iba a tomarle la palabra. Arrancó la furgoneta y condujo rápidamente hacía el motel más cercano antes de que ella pudiese cambiar de parecer.

Una vez dentro de la pequeña y barata habitación, se había tumbado sobre la cama ya que la cabeza le daba de vueltas, ordenándole que se desnudara. Una vez más esperó que ella se negase. Esperaba que diera marcha atrás, o por lo menos que perdiera los nervios y le dijese que le besara el trasero. Quería ver como el fuego atravesaba la barrera de su inexpresiva cara de muñeca, necesitaba ver a la vieja Roanna.

En cambio ella empezó, en silencio, a despojarse de la ropa.