Выбрать главу

Lo hizo cuidadosamente, sin alboroto, y desde el instante en que el primer botón se desabrochó, él no pudo pensar en ninguna otra cosa que no fuese que con cada movimiento de sus dedos se revelaba un poco más de su suave piel. Ella no intentó ser coqueta, no lo necesitaba. Su miembro pujaba con tanta fuerza contra su bragueta que seguramente se le quedaría impresa la marca de la cremallera.

Tenía una piel maravillosa, ligeramente bronceada, con una leve salpicadura de pecas sobre esos elegantes pómulos. Se quitó la blusa, y sus hombros tenían un tenue y dorado brillo. Entonces se desabrochó el sencillo y práctico sujetador blanco y lo echó a un lado, y sus senos le robaron el aliento. No sobresalían mucho, pero eran sorprendentemente redondos y erguidos, exquisitamente formados, con los pezones contraídos en apretados y rosados pimpollos que hicieron que su boca se llenase de saliva.

En silencio se quitó los pantalones y las bragas, quedándose desnuda delante de él. Su cintura y caderas eran estrechas, pero las nalgas eran igual de deliciosamente redondeadas que sus pechos. La necesidad de tocarla era dolorosa. Con voz ronca le ordenó que se acercara, y silenciosamente le obedeció, avanzando para situarse al lado de la cama.

Entonces la tocó, y la sintió temblar bajo su mano. La columna de su muslo elegante y fresca, su piel delicada contrastaba con su bronceada y áspera mano. Lentamente, saboreando la textura de su piel, la acarició hacia arriba y atrás, hacía sus nalgas; ella se había movido apenas, restregándose contra su mano, y una mezcla de excitación y placer rugió en su interior. Había ahuecado la mano sobre los firmes montículos, los sintió cimbrear, y ella empezó a temblar más intensamente. La provocó con una atrevida caricia y notó su sobresalto, levantó la mirada y se encontró con que sus ojos estaban cerrados con fuerza.

Por alguna razón no podía creer que fuese Roanna la que estuviese desnuda delante de él, rindiendo su cuerpo a su exploración, y sin embargo todo en ella le era infinitamente familiar, y mucho más excitante que diez años de frustrantes sueños.

Ahora no tenía que imaginar los detalles físicos; estaban expuestos frente a él. Su vello púbico era un pulcro, rizado pequeño triangulo. Había atraído su mirada, y estaba encantado con sus delicados pliegues, tímidamente cerrados, que podía atisbar por entre los rizos. Los misterios de su cuerpo lo hacían sufrir de necesidad. Bruscamente le dijo que separase las piernas para poder tocarla, y ella así lo hizo.

Posó su mano sobre la parte más privada de su cuerpo, y sintió su sorprendida respuesta. La acarició, la tocó, la abrió, y deslizó un dedo dentro de su extremadamente prieta vagina. Estaba tan duro que pensó que iba a explotar, pero se contuvo, porque aquí estaba la prueba de que no toda la lujuria era por su parte. Ella estaba resbaladiza y mojada, y sus suaves y quedos gemidos de excitación casi lo volvieron loco. Parecía algo desconcertada por lo que le estaba haciendo, por lo que estaba sintiendo. Entonces intentó deslizar otro dedo dentro de ella, pero no pudo. Había sentido su instintiva retirada, y una súbita sospecha destelló en su cerebro empañado de tequila.

Ella nunca había hecho esto antes. De repente estaba completamente seguro de ello.

Rápidamente la tumbó sobre la cama, arrastrando su cuerpo sobre el suyo. Indagó más deliberadamente su cuerpo, observando su reacción, luchando contra el alcohol mientras trataba de pensar con claridad. Había sido el primero para un par de chicas, allá en los tiempos del instituto y en la universidad, e incluso una vez desde que abandonó Alabama, así que se dio cuenta de la forma en que se ruborizaba, su ligero estremecimiento mientras empujaba su áspero dedo aún más profundamente. Si no hubiese sido por sus años cabalgando, dudaba haber podido siquiera introducir un dedo dentro de ella.

Debería parar esto ahora. El saberlo lo aguijoneaba. Su cuerpo estaba malditamente cerca de tomar el control. De todas formas, no había tenido la intención de llegar tan lejos, pero el tequila y su propia excitación lo habían desatado. Era justo la cantidad equivocada de alcohol, suficiente para ralentizar sus pensamientos y que todo le importara un pimiento, pero no lo suficiente para ablandar su verga. Se sentía asqueado de si mismo por obligarla a hacer esto, y había abierto la boca para decirle que se pusiera la ropa cuando, por un instante, vio lo terriblemente vulnerable que era, y con qué facilidad podía destruirla con una palabra equivocada aunque fuera por su propio bien.

Roanna había crecido a la sombra de Jessie. Jessie era la guapa, Roanna la poco atractiva. Su autoconfianza física, excepto en lo referente a los caballos, siempre fue casi nula. ¿Cómo iba a ser de otra manera, cuando para ella lo normal era el rechazo en vez de la aceptación? Por un instante, vio el puro y desesperado coraje que había necesitado para hacer esto. Se había desnudado para él, algo que estaba seguro, jamás había hecho con otro hombre, se le había ofrecido. No podía ni imaginar lo que le había costado. Si ahora la rechazaba, la destrozaría.

– Eres virgen,- dijo, con voz dura y empañada de frustración.

Ella no lo negó. Sin embargo se ruborizó, un delicado tono rosado coloreó sus pechos, y la deliciosa visión fue irresistible. Supo que no debería hacerlo, pero tenía que tocar sus pezones, y después tenía que saborearla, y percibió la manifiesta necesidad en su esbelto cuerpo cuando se arqueó con su caricia.

Se había ofrecido a detenerse. Necesitó de toda su fuerza de voluntad para controlarse y hacerle esa proposición, pero lo hizo. Y Roanna lo miró como si la hubiese abofeteado. Se había puesto blanca, y le temblaron los labios. -¿No me deseas?- susurró, una súplica tan débil que le encogió el corazón. Sus propias defensas ya endebles por el tequila, se vinieron abajo. En vez de contestar, le cogió la mano y la arrastró hacía su ingle, apretándola sobre su erección. En ese momento él no dijo nada, manteniéndose en silencio mientras contemplaba como un sentimiento de asombro asomaba en sus ojos, alejando el dolor. Era como ver a una flor florecer.

Entonces ella curvó la mano agarrándolo y dijo, -Por favor,- y él estuvo perdido.

Aún así, intentó controlarse con todas sus fuerzas. Incluso mientras se deshacía de su ropa, inhalaba grandes bocanadas de aire, tratando de enfriar el fuego de su interior. No funcionó. Díos, estaba tan excitado, que seguramente se correría con tan solo meterla dentro de ella.

Y estaba malditamente seguro de querer averiguarlo.

De alguna manera, se las arregló para refrenarse. Su control no se extendió a un prolongado juego previo. Simplemente se puso encima de ella, rindiendo su delicado cuerpo bajo el suyo mucho más fuerte, y besándola mientras incrustaba su erección en ella hasta la empuñadura.

Sabía que la estaba lastimando, pero no podía detenerse. Tolo lo que pudo hacer, una vez que ya estaba dentro de ella, era hacerla gozar. “Las damas primero,” había sido siempre su lema, y tenía experiencia en conseguir su objetivo. Roanna estuvo asombrosa, abrumadoramente receptiva a cada una de sus caricias, sus caderas se ondulaban, su espalda se arqueaba, ardientes grititos se le escapaban de los labios. Jessie siempre se había contenido, pero Roanna se entregaba sin restricciones, sin pretensiones. Ella llegó al climax muy rápido, y entonces su propio orgasmo le sobrevino y se corrió violentamente, más violentamente de lo que había experimentado nunca antes, derramándose dentro de ella y llenándola con su semen.

Ella no se había retirado, no había salido corriendo hacia el baño para lavarse. Simplemente se había quedado dormida con los brazos alrededor de su cuello.

Posiblemente el también se había quedado dormido. No lo supo. Pero finalmente se despertó y se echó a un lado, apagó la luz, la metió bajo de las sabanas, y se unió a ella.

No pasó mucho tiempo antes de que su pene empezase de nuevo a agitarse insistentemente, atraído por el sedoso cuerpo que yacía entre sus brazos. Roanna lo acepto sin reservas, tal como hizo todas las demás veces durante esa noche cuando él la reclamaba.