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– La Abuela ha dicho que Jessie y yo también viviremos aquí-, dijo ella.

– Bueno, por supuesto-, contestó Jessie, como si hacerlo en cualquier otro sitio fuese inaceptable. -¿Dónde sino iba a vivir? Pero si yo fuese ellos, te mandaría al orfanato.

Las lágrimas brotaron de nuevo de ese único ojo visible y Roanna rápidamente volvió a enterrar su cara en el hombro de Webb. El miró enfurecido a Jessie, y ella, sonrojándose, miró hacia otro lado. Jessie era una consentida. Últimamente, al menos la mitad del tiempo pensaba que necesitaba unos buenos azotes. La otra mitad se sentía hechizado por esas nuevas curvas que habían aparecido en su cuerpo. Ella lo sabia, claro. Una vez este verano, cuando estaban nadando, había dejado que el tirante de su bañador se le deslizara por el brazo, mostrando la parte superior de su pecho, casi hasta el pezón. El cuerpo de Webb había reaccionado inmediatamente con toda la intensidad de su emergente adolescencia, sin poder desviar la mirada. Simplemente se quedó allí parado, dando gracias a Dios de que el agua le cubriese más arriba de la cintura, pero el resto de él que el agua no cubría, se tiñó de un rojo intenso en una combinación de vergüenza, excitación y frustración.

Pero es que era preciosa. Dios, Jessie era preciosa. Parecía una princesa, con su negra y lisa cabellera y sus ojos azul oscuro. Sus facciones eran perfectas y su piel impecable. Y ahora iba a vivir aquí, en Davencourt con Tía Lucinda… y con él.

Volvió su atención a Roanna, empujándola. -No hagas caso a Jessie-, le dijo. -Solo esta desvariando sin saber de lo que habla. Jamás tendrás que ir ninguna otra parte. Ni siquiera creo que ya existan orfanatos.

Ella volvió a asomar la cara. Sus ojos eran de color marrón, casi castaños como el color de su pelo, pero sin los matices de rojo. Era la única persona tanto de los Davenport como de los Tallant que tenía los ojos castaños; todos los demás los tenían o azules o verdes o una mezcla de ambos. Una vez Jessie le había tomado el pelo, diciéndole que en realidad no era una Davenport porque sus ojos eran del color equivocado, y que había sido adoptada. Roanna había estado llorando hasta que Webb le puso fin a aquello, también, diciéndole que tenía los ojos de su madre, y que el sabía que era una Davenport, porque recordaba que nada mas nacer había ido a verla al hospital.

– ¿Estaba Jessie tomándome el pelo?-, preguntó ella.

– Eso es-, le contestó él, dulcemente.-Sólo estaba burlándose.

Roanna no giró la cabeza para mirar a Jessie, pero un pequeño puño salió disparado y golpeo a Jessie en el hombro, para luego, rápidamente, cobijarse de nuevo en la seguridad de su abrazo.

Webb tuvo que tragarse una carcajada, pero Jessie se enfureció. -¡Me ha pegado!- chilló, levantando la mano para abofetear a Roanna.

Webb agarró con su mano la muñeca de Jessie. -No, no lo harás-, le dijo. -Te lo merecías por lo que le has dicho.

Intentó zafarse de él pero Webb siguió sujetándola, apretando con fuerza y sus ojos oscuros alertaron a Jessie de que iba en serio. Se quedó quieta, mirándolo enfurecida, pero él impuso despiadadamente su voluntad y su poder, y pasados algunos segundos ella desistió enfurruñada. El le soltó la muñeca, y ella se la frotó como si le hubiese hecho daño. Pero la conocía bien, y no sintió la culpabilidad que ella trataba de hacerle sentir. Jessie era muy buena manipulando a la gente, pero Webb la había calado hacia mucho tiempo. El saber lo bruja que podía ser, solo lo hizo sentir mayor satisfacción por haberla forzado a retroceder.

Su rostro se sonrojó al notar que se excitaba, y alejó un poco a Roanna de si mismo. Su corazón se había acelerado, con la excitación y el triunfo. Era algo insignificante, pero de pronto tuvo la certeza de que podría manejar a Jessie. En esos pocos segundos toda su relación cambió, la informal relación de primos de la niñez había quedado en el pasado, y una relación más complicada, de volátil pasión entre un hombre y una mujer había ocupado su lugar. El proceso se había ido desarrollando durante todo el verano, pero ahora estaba completado. Echó un vistazo a la cara enfurruñada de Jessie, su labio inferior sobresalía formando un puchero, y deseó besarla hasta que se olvidara de la razón de hacerlo. Posiblemente ella no lo entendiera aún, pero él sí.

Jessie iba a ser suya. Era malcriada y arisca y sus emociones tenían una intensidad volcánica. Haría falta mucha habilidad y arrojo para imponerse a ella, pero algún día lo conseguiría, tanto física como mentalmente. Tenía dos ases en la manga que Jessie aún desconocía: el poder del sexo y el atractivo de Davencourt. La noche del accidente, tía Lucinda había hablado largo y tendido con él. Solo ellos se quedaron levantados, Tía Lucinda meciéndose y llorando silenciosamente mientras se sobreponía a la pérdida de sus dos hijos y, finalmente Webb había reunido el valor suficiente para acercarse a ella y rodearla con los brazos. Y entonces ella se derrumbó, sollozando como si se le hubiera roto el corazón – fue la única vez que se abandonó completamente a su dolor.

Pero cuando se serenó, permanecieron sentados a solas hasta primera hora de la mañana, hablando en susurros. Tía Lucinda tenía una gran reserva de fuerza interior, y se había impuesto la tarea de asegurar la seguridad de Davencourt. Su querido David, heredero de Davencourt, estaba muerto. Janet, su única hija, era igualmente amada, pero no era adecuada, ni por carácter ni por inclinación para manejar la inmensa responsabilidad que conllevaba esa herencia. Janet había sido callada y retraída, sus ojos velados siempre por una pena íntima que nunca la abandonaba. Webb sospechaba que era a causa del padre de Jessie- quienquiera que fuese. Jessie era ilegitima, y Janet nunca había confesado el nombre del susodicho. Mamá le dijo que fue un gran escándalo, pero los Davenport cerraron filas alrededor de ella y la flor y nata de la sociedad de Tuscumbia se había visto forzada a aceptar tanto a la hija como a la madre si no deseaban enfrentarse a las represalias de los Davenport. Y ya que los Davenport era la familia más rica del noroeste de Alabama, podían hacerlas efectivas.

Pero ahora, con ambos hijos fallecidos, Tía Lucinda tenía que asegurar las propiedades familiares. No se trataba solamente de Davencourt, la joya central; se trataba también de acciones y de bonos, de bienes inmuebles, fábricas, explotaciones madereras y mineras, bancos, e incluso restaurantes. La totalidad de las empresas de los Davenport requerían de una mente despierta para entenderlo de modo global y un cierto toque de crueldad para supervisarlo.

Webb solo tenía catorce años, pero a la mañana siguiente de la larga conversación mantenida a medianoche con su Tía Lucinda, ella había hecho pasar al estudio al abogado de la familia, cerrado la puerta, y designado a Webb como manifiesto heredero. Era un Tallant, no un Davenport, pero era el nieto de su adorado hermano, y ella misma había sido una Tallant, así que desde su punto de vista eso no era un gran impedimento. Tal vez porque Jessie había encajado ese enorme golpe a tan temprana edad, Tía Lucinda siempre había mostrado una clara preferencia hacia ella por encima de Roanna, pero el amor de Tía Lucinda no era ciego. Aún cuando hubiese deseado que fuera de otra forma, sabía que Jessie era demasiado volátil para tomar las riendas de una empresa tan inmensa; si se le diera el control, Jessie arruinaría a la familia cinco años después de llegar a su mayoría de edad.

Roanna, la única otra descendiente directa, ni siguiera fue considerada. Por un lado, sólo tenía siete años, y por otro era totalmente indisciplinada. No es que fuese exactamente desobediente, pero tenía un evidente talento para crear desastres. Sí había un charco de barro en un radio de un kilómetro, de alguna manera Roanna se las apañaría para caerse en él -pero sólo si llevaba puesto su mejor vestido. Sí se ponía sus caras zapatillas nuevas, accidentalmente pisaría una boñiga de caballo. Constantemente se caía, o volcaba algo, o derramaba cualquier cosa que estuviese en sus manos o cerca de ella. Aparentemente, el único talento que tenía, era la afinidad con los caballos. A los ojos de Tía Lucinda eso era un enorme punto a su favor, ya que ella, también, amaba a los animales, pero desafortunadamente eso no hacía que Roanna fuese más aceptable para el papel de heredera universal.