Entró en la cocina y sonrió a Tansy, que tarareaba feliz alrededor de los fogones, sin aparente prisa o una determinada finalidad en su deambular, pero consiguiendo siempre una enorme cantidad de deliciosas comidas. Tansy apenas había cambiado en todos los años que la conocía, pensó. Debía rondar ya los sesenta, pero su pelo seguía teniendo el mismo tono entrecano que lucía cuando el llegó a vivir a Davencourt. Era bajita y rolliza, y su bonachona naturaleza resplandecía en sus ojos azules.
– Esta noche tenemos tarta helada de limón de postre,- le dijo, sonriendo ampliamente, pues sabía que era su favorito. -Asegúrese de dejarse un hueco para ella.
– Puedes estar segura.- La tarta helada de Tansy estaba tan buena, que no le importaría que fuera el único plato de la cena. -¿Sabes dónde está Roanna?
– Claro. Bessie acaba de estar aquí, y ha dicho que la señorita Roanna estaba dormida en el estudio. No me sorprende, mire lo que le digo. Solo con mirar a la pobre chiquilla puede verse que las últimas noches han sido malas, incluso peor que de costumbre.
Estaba dormida. El alivio batalló contra la desilusión, porque esperaba con ilusión aquel paseo con ella. -No la molestaré,- prometió. -¿Lucinda ha despertado de su siesta ya?
– Supongo, pero aún no ha bajado.- Tansy sacudió tristemente la cabeza. -El tiempo no ha pasado en vano para la señorita Lucinda. Uno puede siempre saber cuando los viejos empiezan a marcharse, porque incluso dejan de comer lo que antes les volvía locos. Es el modo en que la naturaleza nos va apagando, supongo. La comida favorita de mi madre, bendita sea su alma, eran los perritos calientes y la ensalada de col, pero unos meses antes de fallecer me dijo que ya no le apetecían y no lo volvió a probar.
El plato favorito de Lucinda, por encima de cualquier otro, era el quimbombó. Le gustaba frito, hervido, en escabeche, de cualquier manera en que estuviera preparado. -¿Sigue comiendo todavía Lucinda su quimbombó? – le preguntó suavemente.
Tansy negó con la cabeza, con tristeza en los ojos. -Dice que este año no le encuentra sabor.
Webb abandono la cocina y caminó silenciosamente por el pasillo. Dobló la esquina y se detuvo cuando vio a Corliss de espaldas, abriendo la puerta del estudio y echando una ojeada al interior. Supo de inmediato lo que pensaba hacer; la muy perra iba a cerrar de golpe la puerta y despertar a Roanna. Lo invadió la furia, y se puso en movimiento mientras ella retrocedía y abría la puerta todo lo que su brazo le permitía. Vio tensarse los músculos de su antebrazo mientras se disponía a dar un portazo con todas sus fuerzas, y justo entonces llegó junto a ella, y atenazó con mano de acero su nuca. Ella dio un grito sofocado y se quedó congelada.
Webb cerró la puerta con suavidad, y después la arrastró lejos del estudio, sujetándola aún por el cuello con un hermético apretón. Le giró la cabeza de modo que pudiera verlo. Jamás en su vida había estado más furioso, y quiso sacudirla como si fuera una muñeca de trapo. En una escala de importancia del uno al diez, despertar a Roanna de una siesta era tan solo algo mezquino y rencoroso, a pesar de lo desesperadamente que ella necesitaba el sueño. Pero a él le importaba un pimiento esa escala general, porque Roanna verdaderamente necesitaba esa siesta, y aquella mezquindad lo enfadaba aún más por su intrínseca estupidez. Corliss no iba a conseguir o ganar malditamente nada molestando a Roanna; era simplemente una bruja, y él no iba a consentírselo.
Su rostro era una mascara de pavor cuando alzó la mirada hacia él, quien continuaba sujetando su cuello arqueado hacia atrás en una incomoda posición. Sus ojos azules se habían desorbitado alarmados al ser atrapada cuando pensaba que estaba sola, pero una mirada astuta se deslizaba ya en ellos mientras comenzaba a tramar la forma de escapar de este apuro.
– No te molestes en buscar excusas,- le dijo él, sin rodeos, manteniendo bajo el tono de voz para no molestar a Roanna. -Tal vez debería dejarte un par de cosas claras, y así sabrás exactamente dónde te encuentras. Será mejor que reces para que, mientras Roanna esté durmiendo, el aire nunca cierre una puerta de golpe, que un gato vagabundo no tire nada, o Dios no lo permita, se te olvide permanecer quietecita. Porque no importa lo que ocurra, si en ese momento estás en alguna parte de la propiedad, voy a culparte a ti. ¿Y sabes qué pasará entonces?
Le cambió la cara cuando comprendió que él no iba a escuchar ninguna de sus excusas. -¿Qué?- se burló. – ¿Irás a buscar tu fiel hierro de la chimenea?
Su mano se cerró aún más sobre su cuello, haciéndola estremecer.
– Peor,- dijo él, con tono sedoso. -Al menos para ti. Te echaré de esta casa tan rápido que tu culo dejará una marca en la escalera. ¿Está claro? Mi tolerancia es nula con los parásitos, y tú estás rozando mi límite para el uso del antiparásitos.
Ella se congestionó con un desagradable y oscuro rubor y trató de sacudírselo. Webb la dominó, arqueando las cejas mientras esperaba una respuesta.
– Bastardo,- escupió ella. -Tía Lucinda cree que puede obligar a la gente a aceptarte, pero nunca lo harán. Serán agradables contigo mientras les convenga, pero en cuanto ella esté muerta, averiguarás lo que realmente piensan de ti. Solo has vuelto porque sabes que se está muriendo, y quieres Davencourt y el dinero.
– Y lo tendré,- dijo, y sonrió. No fue una sonrisa amable, pero no se sentía amable. Desdeñosamente la soltó. -Lucinda dijo que cambiaría su testamento si regresaba. Davencourt me pertenecerá, y tú saldrás de aquí de una patada. Pero no solo eres una zorrita, sino además estúpida. Antes de esto, era Roanna quien iba a heredar en vez de mí, pero tú has estado comportándote con ella como una mocosa malcriada y rencorosa. ¿Crees que ella te hubiera dejada quedarte aquí tampoco?
Corliss sacudió la cabeza. -Roanna es una blandengue. Puedo manejarla.
– Lo que he dicho: estúpida. No dice nada ahora porque Lucinda le importa mucho, y no quiere alterarla. Pero en cualquier caso, deberías empezar a buscarte otro sitio donde dormir.
– Mi abuela no te dejará echarme.
Webb bufó. – Davencourt no pertenece a Gloria. No es decisión suya.
– ¡Tampoco es tuyo aún! Pueden pasar muchas cosas hasta que la Tía Lucinda muera. – Hizo que sus palabras sonaran como una amenaza, y él se preguntó que nueva maldad estaría tramando.
Estaba cansado de tratar con la pequeña bruja. -Entonces tal vez debería añadir otra condición: Si abres la boca y causas problemas, te echo de aquí. Ahora sal de mi vista antes de que decida que causas más problemas de lo que en realidad vales.
Ella se alejó bruscamente de él, dándole la espalda y meneando el trasero para demostrarle que no le tenía miedo. Tal vez no se lo tuviera, pero podía estar malditamente segura de que cumpliría su palabra.
Con sigilo abrió la puerta del estudio para asegurarse de que no habían despertado Roanna con su discusión. Había tratado de mantener baja la voz, pero Corliss no se había molestado en hacer lo mismo, y sombríamente se prometió que esa misma noche la pondría de patitas en la calle si los ojos de Roanna estaban abiertos. Pero continuaba dormida, enroscada en el sillón de la oficina con su cabeza encajada en un rincón del respaldo del asiento. Permaneció de pie en la entrada, contemplándola. Su cabello castaño oscuro estaba despeinado alrededor de su rostro, y el sueño había proporcionado un delicado rubor a sus mejillas. Sus senos se movían arriba y abajo con un lento y profundo ritmo.