Lucinda lo cogió de la mano.- ¿Me llamarás del hospital y me dejaras hablar con ella?
– En cuanto esté instalada,- le prometió él. -Tendrán que hacerle primero radiografías, supongo, así que puede que tarde un ratio a lo mejor no se encuentra con ganas de hablar,- le advirtió.-Va a tener un dolor de cabeza de mil demonios.
Solamente avísame de que esta bien.
Con esto, Lucinda y Gloria se marcharon por el largo pasillo que conducía a los dormitorios traseros, para reunir las cosas que Roanna necesitarían durante su corta estancia en el hospital. Webb y Lanette se marcharon a sus respectivas habitaciones a vestirse. A él le llevó menos de dos minutos, y regresó junto a Roanna justo cuando la trasladaban a la camilla portátil para llevarla abajo.
Ahora estaba totalmente consciente, y sus ojos estaban dilatados por la alarma mientras lo buscaba con la mirada. La tomó de la mano, de nuevo, cobijando sus helados y finos dedos contra su palma áspera y caliente. -No me gusta esto,- dijo ella, con irritación. “Si sólo necesito unos puntos, ¿por qué no puedo simplemente acercarme en coche hasta la puerta de Urgencias? No quiero que me transporten.
– Tienes una conmoción,- contestó él. -No es seguro para ti que conduzcas.
Ella suspiró y capituló. Él apretó su mano.- Lanette y yo iremos contigo. Justo detrás de la ambulancia.
Ella no protestó más, y él casi lamentó que no lo hiciera. Cada vez que la miraba, una nueva oleada de pánico lo golpeaba. Estaba blanca como el papel, al menos la parte de su rostro que no estaba cubierta de sangre. La oscura mancha de color oxido se extendía por su cara y cuello, por donde había resbalado desde la herida de su cabeza.
Lanette llegó apresuradamente abajo, llevando un pequeño maletín, en el instante en que introducían la camilla en la ambulancia. -Estoy lista,- le dijo a Webb, caminando ya por delante de él hacia el garaje.
El sheriff Beshears apareció junto a Webb. -Los muchachos han encontrado marcas en la hierba húmeda,- dijo. -Parece que alguien cruzó esa zona a la carrera. También han forzado la cerradura de la puerta de la cocina, hay algunas marcas en el metal. La señorita Roanna ha sido muy afortunada si se topó cara a cara con el ladrón y salir tan sólo con un golpe en la cabeza.
Recordando el aspecto que presentaba tirada en el pasillo, como una muñeca rota, con toda aquella sangre extendiéndose alrededor de ella, Webb pensó que la definición de afortunada de Beshears era diferente de la suya.
– Iré más tarde al hospital para hacerle algunas preguntas,- prosiguió el sheriff. -Vamos a hacer unas cuantas comprobaciones más por aquí.
La ambulancia arrancó. Webb dio media vuelta y caminó a zancadas hacia el garaje, donde Lanette lo esperaba.
Pasaron varias horas y un cambio de turno en el “Helen Keller Hospital” antes de que Roanna hubiera sido explorada, suturada, e instalada en una habitación privada. Webb esperó con impaciencia en el vestíbulo mientras Lanette la ayudaba a asearse y ponerse un camisón limpio y cómodo.
El sol brillante de la mañana se colaba por las ventanas cuando finalmente le fue permitido entrar de nuevo en la habitación. Ella yacía en la cama, con aspecto casi normal ahora que la mayor parte de la sangre había desaparecido tras su aseo. Su pelo seguía todavía pegoteado con ella, pero eso tendría que esperar más tarde para desaparecer. Un níveo apósito cubría las puntadas de la parte posterior de su cabeza, y le habían colocado una venda alrededor de la misma para sujetarlo en su sitio. Seguía estando muy pálida, pero en conjunto tenía mejor aspecto.
Él se sentó a su lado, en la cama, con cuidado para no sacudirla. -El doctor nos ha dicho que te despertemos cada hora. Una faena del demonio para hacérselo a una insomne, ¿no? Bromeó él.
Ella no sonrió como había esperado. -Creo que os ahorraré problemas y me mantendré despierta.
– ¿Te sientes con ánimos para hablar por teléfono? Lucinda estaba frenética.
Con cuidado, ella se incorporó un poco más en la cama. -Estoy bien, es un simple dolor de cabeza. ¿Puedes marcarme el número?
Un simple dolor de cabeza como consecuencia de un cerebro magullado, pensó él sombríamente mientras tomaba el auricular y marcaba los números para obtener línea exterior y llamar a Davencourt. Ella seguía creyendo que se había caído, y nadie le había dicho lo contrario. El sheriff Beshears no iba a conseguir mucha información de ella.
Roanna habló brevemente con Lucinda, el tiempo justo para asegurarle que se encontraba bien, una flagrante mentira, luego devolvió el teléfono a Webb. Se disponía a tranquilizar él también a Lucinda, pero para su sorpresa era Gloria quien estaba al otro lado de la línea.
– Lucinda ha sufrido otro desvanecimiento después de que os fuerais,- le dijo. -Es demasiado cabezota para ir al hospital, pero he llamado a su medico y va a venir a verla esta mañana.
Él echo un vistazo a Roana; lo último que necesitaba oír ahora mismo era que Lucinda se encontraba mal. -No la dejes levantarse,- la instruyó bajando la voz mientras se giraba para que Roanna no pudiera oírlo. -No voy a decirle nada a ellas por ahora, así que no lo menciones. Llamaré en un par de horas para ver como está.
Estaba colgando el teléfono justo cuando el sheriff Beshears entró y cansadamente se dejó caer en una de las dos sillas de la habitación. Lanette ocupaba la otra, pero Webb no tenía ganas de sentarse de todos modos. Prefería estar cerca de Roanna.
– Bueno, tiene mejor aspecto que la última vez que la vi,- le decía Beshears a Roana. ¿Cómo se encuentra?
– No creo que vaya a salir de fiesta esta noche,- dijo ella, de esa forma tan solemne suya, y él se rió.
– No, supongo que no. Quiero hacerle unas preguntas si se encuentra con fuerzas para ello.
Una expresión de perplejidad cruzó por su cara. -Por supuesto.
– ¿Qué recuerda de la pasada noche?
– ¿Cuándo me caí? Nada. No sé como pasó.
Beshears disparó una mirada interrogante a Webb, quien negó imperceptiblemente con la cabeza. El sheriff se aclaró la garganta. -La cosa es, que no se cayó. Al parecer alguien se coló en Davencourt anoche, y creemos que usted se tropezó con él.
Si Roanna estaba pálida antes, ahora había perdido todo rastro de color. Su cara asumió una expresión cansada y asustada. -Alguien me golpeó,- murmuró para si misma. No dijo nada más, no hizo ningún movimiento. Webb, que la vigilaba atentamente, tuvo la inequívoca impresión de que estaba retrayéndose en si misma, guardándoselo todo dentro, y no le gustó. Deliberadamente alargó una mano y tomó la de ella, apretándosela para hacerle saber que no estaba sola, y no le importaba las malditas conclusiones que Beshears pudiera sacar de su acción
– ¿No recuerda nada? – insistió el sheriff, aunque su vigilante mirada parpadeo brevemente ante sus manos cogidas. -Sé que ahora mismo todo está confuso, pero tal vez vislumbró algo de él y todavía no se ha dado cuenta. Vamos paso a paso. ¿Se acuerda de salir de su habitación?
– No,- dijo ella, en tono monótono. Su mano permanecía inerte en el apretón de Webb. Hubo un tiempo en que se hubiese refugiado en él, pero ahora ella no se apoyaba en nadie en absoluto. No era solo que pareciera no necesitarlo más, sino que era como si ni siquiera quisiera estar cerca de él. Durante un rato, cuando había estado tan aturdida, las barreras habían caído y pareció reconfortada por su presencia, necesitarlo. Pero ahora se alejaba de nuevo de él, poniendo distancia emocional entre ambos aunque no hiciera ningún esfuerzo por apartarlo físicamente. ¿Sería a causa de lo que había pasado entre ellos el día anterior, o sería por algo más, por algo relacionado con su accidente? ¿Recordaba algo después de todo? ¿Por qué no querría contárselo al sheriff?
– ¿Qué es lo último que recuerda?- le preguntó Beshears.
– Acostarme.
– Su familia dice que sufre de insomnio. Tal vez estaba despierta, tal vez oyó algo y fue a echar un vistazo.