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Webb se mantuvo alerta, sabiendo que encontraría su momento.

Este no apareció hasta última hora de aquella noche, cuando todos los demás se habían ido a cama. Esperó en la oscuridad, vigilando la terraza, y como suponía no pasó mucho tiempo antes de que una luz se encendiera en el cuarto de al lado.

Sabía que las puertas de ella a la galería estaban cerradas, porque las había cerrado él mismo antes de salir de su habitación la última vez. Salió al pasillo, donde las luces quedaban encendidas por la noche desde que Roanna se había herido, y silenciosamente entró en su cuarto.

Ella se había levantado de la cama y estaba enroscada en aquel enorme y mullido sillón suyo, aunque no leía. Supuso que todavía le dolía demasiado la cabeza para poder hacerlo. En cambio había encendido la televisión, con el sonido tan bajo que apenas pudo oírlo.

Ella volvió la mirada con expresión culpable cuando la puerta se abrió.

– Te pillé,- dijo él suavemente, cerrando la puerta tras de sí. Captó de inmediato un atisbo de inquietud en su rostro, antes de que asumiera una expresión neutra. -Estoy cansada de estar en la cama,- explicó. -He descansado tanto que no tengo el menor sueño.

– Entiendo,- dijo él. Había permanecido en cama durante dos días, así que no era asombroso que estuviera cansada de ello.-No era eso de lo que quería hablar.

– Lo sé. – Bajó la mirada a sus manos. -Me puse en ridículo anteayer. No volverá a pasar.

Habían pasado tantas cosas desde entonces que por un momento él se quedó mirándola fijamente sin entender, y entonces comprendió que ella hablaba de lo que había ocurrido cuando salieron a montar a caballo. Él era quien se había comportado como un torpe idiota y, como de costumbre, Roanna asumía que la culpa era de ella.

– Tú no te pusiste en ridículo,- le dijo, severamente, dirigiéndose hacia las puertas de la galería para comprobarlas otra vez, sólo para asegurarse de que estaban cerradas. -No quería aprovecharme de ti y lo manejé todo mal. – Permaneció allí de pie, contemplando su reflejo en el cristal. -Pero eso lo discutiremos más tarde. Ahora mismo, lo que quiero saber es lo que no le has contado al sheriff.

Ella mantuvo la mirada en sus manos, pero él vio lo inmóvil que permanecía. -Nada.- Él percibió la culpa y la incomodidad, incluso en el reflejo.

– Roanna.- Se giró y se acercó a ella, agachándose frente al sillón y tomando sus manos en las suyas. Ella estaba sentada en la que evidentemente era su posición favorita, con los pies subidos en el asiento y ocultos bajo su camisón. Él clavó la mirada en el vendaje de su cabeza en lugar de en las sombreadas cumbres de sus pezones contra la blanca tela, porque no quería que nada lo distrajera de lo que trataba de averiguar, y sólo el estar tan cerca de ella ya era bastante malo. -Puedes engañar a los demás, pero ellos no te conocen como yo. Sé cuándo escondes algo. ¿Viste a quién te golpeó? ¿Recuerdas más de lo que has contado? -

– No,- dijo ella, con desconsuelo.

– ¿Entonces qué es?

– Nada…

– Ro,- le dijo, peligrosamente. -No me mientas. Te conozco demasiado bien. ¿Qué escondes?

Ella se mordió el labio, mordisqueándoselo con los dientes, y sus dorados ojos castaños se elevaron hacia él, llenos de una angustia tan intensa que casi se lanzó hacia ella para consolarla. -Camino dormida,- dijo.

Él se quedó mirándola, asombrado. De todas las cosas que podría esperar, esta no era una de ellas. -¿Qué? -

– Soy sonámbula. Supongo que esta es una de las razones por las que sufro insomnio,- explicó en tono suave, mirando de nuevo hacia abajo.-Odio despertarme en sitios extraños, sin saber cómo he llegado hasta allí, qué he hecho, o si alguien me ha visto. Sólo me ocurre cuando estoy profundamente dormida, tan…

– Así que no duermes,- terminó él. Se sintió devastado por dentro cuando comprendió la completa enormidad de la carga que ella acarreaba, la presión bajo la cual vivía. Dios, ¿cómo podía mantenerse en pie? ¿Cómo podía funcionar? Por primera vez, percibió el fino núcleo de puro acero en ella. Ya no era la pequeña, insegura y necesitada Roanna. Era una mujer, una Davenport, la nieta de Lucinda, con su cuota del temple Davenport.-Esa noche caminabas sonámbula.

Ella inhaló profundamente. -Debe ser. Estaba tan cansada que me quedé dormida tan pronto me acosté. No recuerdo nada hasta que desperté en el rellano con terrible dolor de cabeza y tú y Lucinda os inclinabais sobre mí. Pensé que me había caído, aunque nunca antes había sufrido ningún accidente cuando estaba sonámbula.

– Jesús.- La contempló, estremecido por la imagen que vino a la mente. Se habría acercado al ladrón como un cordero al matadero, sin verlo aunque sus ojos hubieran estado abiertos. Los sonámbulos parecen despiertos, pero no lo están. Posiblemente el ladrón hasta creyó que podría identificarlo. El intento de robo y el asalto no eran delitos que justificaran un asesinato para evitar la detención, pero aún así ella podría estar en peligro. No sólo instalaría nuevas cerraduras en todas partes, así como un sistema de alarma que despertara a los muertos en caso de allanamiento, sino que se cercioraría de estar malditamente seguro de que todo el mundo en el condado supiera que tenía una conmoción cerebral y no recordaba nada sobre el incidente. Ya habían publicado un artículo sobre el intento de robo, y a continuación, él se encargaría de que esa información saliera también impresa.

– ¿Por qué no le dijiste al sheriff que caminas dormida?

– Lanette estaba allí,- dijo ella, como si fuera razón suficiente.

Lo era, pero le llevó un momento caer en la cuenta.-Nadie lo sabe, ¿verdad?

Ella negó imperceptiblemente con la cabeza, se estremeció y detuvo el gesto.-Es embarazoso, saber que vago por ahí en camisón, pero es más que eso. Si alguien supiera…

De nuevo, no hacia falta ser un genio para adivinar su pensamiento. -Corliss,- dijo en tono grave. – Temes que la pequeña zorra intente alguna trastada contigo.- Frotó sus pulgares sobre el dorso de sus manos, sintiendo los finos y elegantes huesos bajo la piel.

Ella no respondió a eso, solamente dijo, -Es mejor si nadie lo sabe.

– No estará aquí mucho más tiempo.- Se alegró de poder hacer esa promesa.

Roanna pareció asustada.- ¿No? ¿Por qué?

– Porque le he dicho que tendrá que largarse. Puede quedarse hasta que Lucinda… Puede quedarse unos meses más si se comporta. Si no lo hace, tendrá que marcharse antes de eso. Lanette y Greg tendrán que encontrar otro lugar para vivir, también. Greg tiene buenos ingresos, así que no hay excusa para que se aprovechen de Lucinda de la manera que lo hace.

– Creo que vivir aquí fue decisión de Lanette, suya y de Gloria.

– Probablemente, pero Greg podría haber dicho que no. No sé que pensar sobre Brock. Siempre me ha caído bien, así que no esperaba que fuera un gorrón.

– Brock tiene un plan,- explicó Roanna, y de improviso una débil sonrisa rozó sus pálidos labios. -Vive aquí para poder ahorrar tanto dinero como pueda antes de casarse. Va a construirse su propia casa. Él y su novia ya le han pedido a un arquitecto que empiece con los planos.

Webb se quedó mirando su boca, encantado por aquella sonrisa diminuta y espontánea. No había tenido que engatusarla para sonsacársela. -Bueno, al menos eso es un plan,- refunfuñó para esconder su reacción. -Gloria y Harlan tienen setenta años; no voy a hacer que se muden. Pueden vivir aquí el resto de sus vidas si quieren. -