El parabrisas se quebranto aún más, esta vez por el lado derecho. Parte del destrozado cristal se desprendió del marco, pequeños diamantes unidos por la mina de seguridad que impedía que el vidrio estallara. Piedras, y una mierda, pensó violentamente.
Alguien le había disparado.
Rápidamente se inclinó hacia delante y golpeó el parabrisas con el puño, derribándolo para poder ver frente a él, y pisó el acelerador a fondo. El coche salió disparado, la tracción lo lanzó contra el asiento. Si se parara y le daba al tirador un objetivo inmóvil, estaba muerto, pero era condenadamente difícil hacer blanco contra alguien que iba a ochenta y cinco kilómetros por hora.
Recordando el ardiente zumbido que había sentido junto a su oído derecho justo después del primer disparo, hizo una somera estimación de la trayectoria de la primera bala y mentalmente situó al pistolero sobre un alto montículo un poco más allá del desvió a la derecha de la carretera. Casi estaba llegando a él, y si giraba por allí, el tirador podría dispararle a un costado. Webb mantuvo pisado el acelerador saltándose el desvío a todo gas, y entonces se introdujo a través de la densa arboleda donde Beshears creía que el ladrón había escondido su coche.
Webb entrecerró los ojos protegiéndose contra el viento y pisó los frenos a fondo, girando el volante al mismo tiempo mientras hacía dar al coche un giro de ciento ochenta grados, maniobra que había dominado cuando era un engreído adolescente insensato que corría por esta misma carretera, con su larga y llana recta. Salía humo de los neumáticos ya que había dejado marcas de caucho en el pavimento. Otro coche pasó delante de él, haciendo sonar el claxon. El suyo se sacudió y patinó, después se enderezó con la capota echada hacia atrás, en la dirección de la que había venido. Era una carretera de cuatro carriles, dos en cada sentido, lo cual significaba que iba en dirección opuesta, en contra del tráfico. Dos coches se dirigían directamente hacia él. Pisó de nuevo el acelerador.
Alcanzo el camino del prado justo antes de chocar de frente con uno de esos coches, y tomó la curva sobre dos ruedas. Frenó inmediatamente y apagó el motor. Saltó del coche antes de que este dejara de estremecerse, escabulléndose hacia la tupida cobertura del lateral y dejando el coche para bloquear la salida del sendero, sólo por si acaso era aquí donde había dejado su coche el tirador. ¿Seria el mismo hombre que había entrado en la casa o una coincidencia? Cualquiera que transitara con regularidad por esta carretera, lo que hacían miles de personas, podría haberse dado cuenta de la senda. Parecía un camino de cazadores que se adentrara en los bosques, pero aproximadamente a un cuarto de milla había sido limpiado de árboles y arbustos y se abría en un amplio terreno que lindaba con las tierras de Davencourt.
“Jodida coincidencia,” susurró para si mismo mientras se deslizaba silenciosamente por entre los árboles, aprovechando la cobertura natural para evitar que nadie le pegara un tiro.
No sabía lo que iba a hacer si se encontraba de frente con alguien que llevara un rifle mientras que él iba desarmado, pero no tenía intención de dejar que eso pasara. Había recibido la bastante de la típica educación rural a pesar de, o quizás debido, a la ventaja de vivir en Davencourt. Lucinda e Yvonne se habían asegurado de que encajara con sus compañeros de clase, y con la demás gente con la que trataría el resto de su vida. Había cazado ardillas, ciervos y zarigüeyas, aprendió pronto cómo moverse sigilosamente por los tupidos bosques sin hacer un ruido, cómo acechar presas que tenían ojos y oídos mucho mejores que los suyos. Los ladrones que se habían llevado su ganado y tratado de revenderlo en México averiguaron lo bueno que era siguiendo el rastro y no dejándose ver si no quería. Si el pistolero estaba aquí, lo encontraría, y el tipo no sabría que estaba acechándolo hasta que fuera demasiado tarde.
No había ningún otro vehículo aparcado en la senda. Una vez establecido esto, Webb se tumbó bocabajo y escuchó los sonidos a su alrededor. Cinco minutos más tarde, sabía qué acechaba al viento. Allí no había nadie. Si había calculado la trayectoria correctamente, entonces el tirador había seguido otra ruta para marcharse del altozano.
Se levantó y caminó de vuelta al coche. Miró el destrozado parabrisas, con aquellos dos pequeños agujeros atravesándolo, y se agarró un buen cabreo. Habían sido dos buenos disparos; uno o ambos podrían haberlo matado si el ángulo hubiera sido corregido solo un centímetro. Abrió la puerta y se inclinó hacia dentro, examinando los asientos. Había un agujero desigual atravesando el reposacabezas del conductor, más o menos a un centímetro de donde había estado su oreja derecha. La bala había tenido bastante fuerza para poder, después de atravesar el parabrisas delantero, perforar completamente el asiento y hacer un agujero de salida en el parabrisas trasero. La segunda bala había dejado un agujero en el asiento de atrás donde se había incrustado.
Cogió el móvil, lo abrió, y llamó a Carl Beshears.
Carl llegó sin luces o sirenas, a petición de Webb. Ni siquiera trajo un ayudante con él. -No digas una palabra a nadie,- le había dicho Webb. -Cuanta menos gente sepa de esto, mejor.
Ahora Carl caminaba alrededor del coche, observando cada detalle. -Maldición, Webb,- dijo finalmente.-Alguien te tenía verdaderas ganas.
– Que se aguante. No estoy de humor para que me jodan.
Carl echó un rápido vistazo Webb. Había una fría y peligrosa expresión en su cara, una que no presagiaba nada bueno para quien se cruzara en su camino. Todo el mundo sabía que Webb Tallant tenía genio, pero esto no era temperamento: esto era algo más, algo deliberado y despiadado.
– ¿Alguna idea? – le preguntó. -Llevas de vuelta en la ciudad ¿qué, una semana y media? Tienes enemigos rápidos y letales.
– Creo que es el mismo hombre que entró en la casa,- dijo Webb,
– Interesante teoría.- Carl pensó en ello, acariciándose la mandíbula. -¿Entonces no crees que sólo fuera un ladrón?
– No, ya no. No ha ocurrido nada en Davencourt durante los diez últimos años, hasta que he regresado a casa.
Carl gruñó, y se frotó la mandíbula un poco más mientras estudiaba a Webb.- ¿Estás diciendo lo que creo que dices?
– Yo no maté a Jessie,- masculló Webb. -Eso significa que otro lo hizo, alguien que estaba en nuestras habitaciones. Normalmente, debería haber estado allí. Nunca salía de bares por la noche para una última copa, y tonteaba con otras mujeres. Tal vez Jessie lo sorprendió, como le pasó a Roanna. Roanna se tropezó con él en el rellano de delante; mi habitación y la de Jessie estaban en el ala izquierda delantera, ¿te acuerdas? Ahora es donde Corliss tiene su habitación, yo duermo en un dormitorio de la parte de atrás. Pero el supuesto ladrón no tenía por qué saberlo, ¿verdad?
Carl silbó suavemente entre dientes. -Eso te convertiría en víctima intencionada desde el principio, lo que significa que esta es la tercera tentativa de matarte. Me siento inclinado a creerte, hijo, principalmente porque no tenías ninguna razón para matar a la señorita Jessie. Esto es lo que nos tenía tan jodidos hace diez años. Quienquiera que lo hizo debió pensar que era verdaderamente gracioso, tú culpado de matarla. Mejor que el que la hubieras matado tú mismo. Ahora, ¿quién te odiaba lo suficiente para tratar de matarte hace diez años, y mantener esa locura durante tanto tiempo?
– Maldita sea si lo sé,- dijo Webb, quedamente. Durante años había creído que el amante secreto de Jessie la había matado, pero con este nuevo giro, eso no tenía sentido. Habría tenido sentido que el asesino tratara de matarlo a él, pero no que matara a Jessie. Incluso hasta habría sido razonable, si quería pensar en el asesinato como algo razonable, que los dos conspiraran para matarlo. Eso lo quitaría a él de en medio, y Jessie habría heredado una parte mayor de la fortuna Davenport. Si simplemente se hubiese divorciado de él, su herencia habría sido menor, porque a pesar de las amenazas de Jessie ella tenía que saber perfectamente que Lucinda no lo habría desheredado solo porque se hubiesen divorciado. En su favor, tenía que reconocer que no creía que Jessie hubiera estado implicada en un complot para asesinarlo. Como Roanna, simplemente estaba en el lugar incorrecto en el momento equivocado, pero para Jessie eso había resultado fatal.