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Entre su dolor de cabeza y el trabajo de él, simplemente no había habido tiempo para una conversación privada. Con el dramatismo de su herida, la mayor parte de su vergüenza se había desvanecido. Después de la visita a medianoche a su cuarto, el tema no había vuelto a surgir, como si ambos quisieran evitarlo.

– Caramba, estás muy guapo,- dijo Lucinda, mirando a Webb de arriba abajo.-Más que antes, si no te importa que lo diga. Lidiar con las vacas, o cualquier otra cosa que hicieras en Arizona, evidentemente te ha mantenido en forma.

– Guiar,- la corrigió él, los ojos le brillaban con diversión. Y, sí, luché con algunas de ellas.

– Has dicho que has tenido un problema con el coche,- dijo Yvonne.- ¿Qué le ha pasado?

– Se le salió la transmisión,- dijo él suavemente.-Tuve que llamar a una grúa.

– ¿Y qué conduces entonces?

– Una camioneta.- Sus ojos despedían un verde brillo cuando lo dijo, y Roanna notó la sutil tensión en él, una especie de incremento en su estado de vigilancia, como si se estuviera preparando para alguna clase de crisis que sólo él anticipaba. Al mismo tiempo había una obvia diversión en la curvatura de su boca, y lo vio echar un vistazo con expectación en dirección a Gloria.

– Una camioneta,- dijo Gloria, con desdén. Espero que no te lleve mucho tiempo reparar tu coche.

La diversión se hizo aún más pronunciada, aunque Roanna se preguntó si era ella la única que se había percatado.-No importa,- dijo él, y sonrió ampliamente con malvado entusiasmo. -La he comprado.

Si esperaba una diatriba, Gloria no lo decepcionó. Se lanzó a una sermón sobre “qué imagen daría que alguien de nuestra familia condujera un vehículo tan vulgar. “

Mientras insistía en la parte sobre la imagen que tenían que mantener, los ojos de Webb chispearon con más intensidad. Dijo, -Además, tiene tracción a las cuatro ruedas. Y unos neumáticos enormes, del tipo de los que usan los contrabandistas de licor para poder atravesar los bosques.- Gloria lo contempló, horrorizada y momentáneamente enmudecida, mientras su cara se iba congestionando.

Lucinda escondía una sonrisa detrás de su mano. Greg tosió y se giró para mirar por la ventana.

Corliss también miraba por la ventana. Dijo, -Dios mío, parece como aquella escena de Campo de Sueños.-

Lucinda, entendiendo exactamente lo que quería decir, se levantó y dijo con evidente satisfacción, -Por supuesto. Si yo doy una fiesta, ellos acuden.

Aquel comentario los hizo reír a todos excepto a Roanna, pero Webb notó que una sonrisa se dibujaba brevemente en sus labios. La tercera, pensó.

Pronto la casa rebosaba de risas y de gente charlando. Unos pocos hombres vestían de etiqueta, pero la mayor parte de ellos habían elegido traje de chaqueta oscuro. Las mujeres se habían arreglado en una gran variedad de estilos, desde trajes de cóctel por encima de la rodilla, hasta vestidos largos más formales. Todas las damas Davenport y Tallant lucían traje largo de noche, de nuevo siguiendo la directriz de Lucinda. Ella sabía exactamente cómo causar impresión y mantener el tono.

Lucinda tenía buen aspecto, mejor del que había tenido en mucho tiempo. Su blanco cabello estaba peinado en un regio recogido en su nuca, y el tono melocotón pálido del vestido, ayudado por una hábil aplicación de cosméticos, daba un delicado color a su rostro. Sabía lo que hacía insistiendo en poner luces de color melocotón.

Mientras Lucinda alternaba con sus amigos, Roanna se ocupo discretamente de que todo funcionara con fluidez. El proveedor era muy eficiente, pero los desastres ocurrían hasta en la más férreamente organizada de las fiestas. Los camareros contratados para esa noche se movían por entre la muchedumbre con bandejas repletas de pálidas copas de dorado champaña o de una deslumbrante selección de entremeses. Para aquellos que tenían un apetito mayor, se había preparado un enorme buffet. Fuera en el patio, la orquesta había comenzado ya a tocar viejos temas de siempre, atrayendo a la gente al exterior para bailar bajo las mágicas luces melocotón.

Roanna era consciente de Webb que se movía por entre la muchedumbre, hablando fluidamente con todo el mundo, deteniéndose para hacer un comentario divertido o algunas observaciones sobre política, y pasando a continuación a otro grupo. Parecía perfectamente relajado, como si no se le hubiera ocurrido que alguien pudiera mirarlo con recelo, pero ella aún podía detectar su tensión en el intenso y brillante destello de sus ojos. Nadie diría algo despectivo sobre él en su presencia, comprendió. Había un poder en él que lo hacía destacar incluso entre esta muchedumbre de la élite social, una autoconfianza que poca gente tenía. Realmente le importaba un comino lo que cualquiera de ellos pensara. No en lo que a él concernía, al menos. Se desplazaba tan relajado como seguro de sí pero preparado para actuar si fuera necesario.

Sobre las diez, cuando la fiesta ya llevaba más de dos horas, se situó a su espalda mientras ella contemplaba la mesa del buffet asegurándose de que no hiciera falta reponer nada. Se paró tan cerca que sentía el calor de su enorme cuerpo, y posó su mano derecha sobre su cintura. -¿Te encuentras bien? – le preguntó en voz baja.

– Sí, estoy bien,- dijo ella automáticamente al tiempo que se giraba para enfrentarlo, repitiendo las mismas palabras que había usado al menos cien veces esa noche en respuesta a la misma pregunta. Todo el mundo había oído hablar del ladrón, y de su conmoción cerebral, y había querido que le hablara sobre ello.

– Tienes buen aspecto,- le habían dicho todos, pero Webb no hizo. En cambio él miraba su pelo. Los puntos de la cabeza se los habían quitado hacía solo un día, cuando había ido a su médico de cabecera. Hoy, como preliminar para la fiesta, había acudido a su peluquero, quién le había recogido delicadamente el cabello en un sofisticado moño, que ocultaba la pequeña zona donde habían tenido que afeitarle el cabello.

– ¿Sabes algo? – le preguntó con inquietud.

Sabía a lo que se refería. -No, nada. ¿Te sigue doliendo la cabeza?

– Sólo un poco. Está más bien sensible que dolorida.

Él levantó su mano de su cintura y dio un golpecito a uno de sus pendientes, haciendo que la estrella de oro se balanceara. -Estás para comerte,- dijo tranquilamente.

Ella se sonrojó, porque esperaba estar atractiva esta noche. El cremoso dorado del color de su vestido se complementaba con el calido tono de su cutis y el castaño oscuro de su pelo.

Alzó la mirada hacia él, y la respiración se le atascó en el pecho. Él la miraba con una dura e intensa expresión de hambre en su cara. El tiempo pareció detenerse repentinamente alrededor de ellos, la gente desapareció de su consciencia, y el ruido y la música quedaron silenciados. La sangre palpitó por sus venas, despacio, poderosamente.

Era el mismo modo en que la había mirado el día que salieron a cabalgar juntos. Ella lo había confundido con lujuria… ¿o no se había equivocado?

Estaban completamente solos allí, en medio de la muchedumbre. Su cuerpo se avivó, su respiración se volvió rápida y superficial, sus pechos se hinchieron como si los hubiera tocado. El dolor de desearlo era tan intenso que pensó que moriría. -No,- susurró ella. -Si no tienes intención de… no.

Él no contestó. En cambio su mirada se desplazó, despacio, hacia abajo, a sus senos, demorándose, y ella sabía que sus pezones estaban visiblemente erectos. Un músculo palpitó en su mandíbula.

– Quiero hacer un brindis.

Lucinda sabía hacerse oír entre una multitud sin aparentemente levantar la voz. Despacio la conversación de cientos de voces fue remitiendo, y todo el mundo se giró hacia ella mientras permanecía de pie ligeramente apartada, frágil, pero todavía majestuosa.

El hechizo que había vinculado a Roanna y Webb quedó roto, y Roanna se estremeció en reacción cuando ambos se giraron para mirar a Lucinda.