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– Por mi sobrino, Webb Tallant,- pronunció Lucinda con claridad, y levantó su copa de champaña hacia Webb. -Te eché de menos desesperadamente mientras estabas lejos, y soy la más feliz anciana del Condado de Colbert ahora que estás de vuelta.

Este era otro de sus golpes magistrales, obligando a la gente a brindar por él, a reconocerlo, a aceptarlo. Por todas partes las copas fueron alzadas hacia Webb, se bebió el champaña, y un coro de -Bienvenido a casa- resonó por las habitaciones. Roanna, cuyas manos estaban vacías, le dedicó una breve sonrisa de disculpa.

Número cuatro, pensó él. Iban dos en una noche.

Sus nervios acusaban la cruda tensión del silencioso y cargado intervalo que había ocurrido entre ellos. Ella se escabulló por entre la muchedumbre y continuó con su tarea de asegurarse de que todo estaba bien en el patio. Las parejas paseaban por los caminos, alumbradas por las miles de luces entretejidas en los árboles y arbustos, el laberinto de cables eléctricos cuidadosamente recogidos con tiras de espuma y apartados para que nadie tropezara y se cayera. La orquesta ya no tocaba viejos temas, habiendo calentado lo suficientemente a la gente para bailar, y ahora tocaba melodías más animadas, concretamente “Rock around the clock. Al menos cincuenta personas ejercitaban sus piernas sobre la pista de baile.

La melodía terminó entre aplausos y risas, y entonces se produjo uno de esos fugaces y cortos silencios en el que las palabras “mató a su esposa” fueron claramente audibles.

Roanna se detuvo, se le congeló la expresión. El silencio se alargaba mientras la gente miraba incómodamente hacia ella. Incluso los miembros de la orquesta se quedaron inmóviles, sin saber qué pasaba, pero conscientes que algo había pasado. La mujer que había estado hablando se volvió, con la cara ruborizándosele de vergüenza.

Roanna clavó la mirada fijamente en la mujer, quien era una Cofelt, miembro de una de las familias más antiguas del condado. Después miró alrededor hacia todos los otros rostros, congelados bajo las encantadoras luces de color melocotón que seguían contemplándola. Esta gente había acudido a casa de Webb, había disfrutado de su hospitalidad, y aún así continuaban hablando de él a sus espaldas. No era solo Cora Cofelt, quién había tenido la mala suerte de ser oída. Todas estas caras mostraban culpabilidad porque habían estado diciendo lo mismo que ella. Si hubiesen poseído el más mínimo atisbo de buen juicio para empezar, pensó con creciente furia, se habrían dado cuenta hace diez años de que era imposible que Webb hubiera matado a su esposa.

Era una cuestión de simple cortesía que la anfitriona no hiciera nada que avergonzara a uno sus invitados, pero Roanna sintió que la cólera la dominaba. Temblaba por la tormenta de emociones, de puro coraje. Fluyó por ella hasta que incluso las yemas de sus dedos hormigueaban.

Había soportado bastante por cuenta propia. Pero, por Dios, que no se iba a quedar allí de pie y dejarlos difamar a Webb. -Ustedes, las personas que se supone que habían sido amigos de Webb,- dijo con voz clara y fuerte. Nunca antes en su vida se había sentido más furiosa, excepto con Jessie, pero esa era una clase diferente de furia. Se sentía fría, perfectamente controlada. -Ustedes deberían haber sabido hace diez años que él jamás habría hecho daño a Jessie, deberían haberlo apoyado en vez de arrimar las cabezas y cuchichear sobre él. Ni uno de ustedes- ni uno sólo- expresasteis la menor compasión hacia él en el entierro de Jessie. Ni uno hablasteis en su favor. Pero habéis acudido a su casa esta noche, como sus invitados, os habéis comido su comida, habéis bailado… y seguís hablando a sus espaldas.

Hizo una pausa, mirando cara por cara y luego continuó. -Quizás deba aclarar la posición de mi familia a cada uno, por si ha habido el más mínimo malentendido. Apoyamos a Webb. Punto y final. Si alguien de los aquí presente siente que no puede relacionarse con él, entonces por favor que se marche ahora, y su relación con los Davenport y los Tallants se dará por finalizada.

El silencio sobre el patio era denso y embarazoso. Nadie se movió. Roanna se giró hacia la orquesta. -Toquen…

– …algo lento,- dijo Webb desde detrás de ella. Su mano, fuerte y calida, se cerró alrededor de su codo. -Quiero bailar con mi prima, y su cabeza está todavía demasiado dolorida para menear el esqueleto.

Un espolvoreo de risas nerviosas se extendió por el patio. La orquesta comenzó a tocar “Blue Moon,” y Webb giró con ella en sus brazos. Otras parejas se movieron hacia la pista, comenzaron a balancearse al ritmo de la música, y la crisis pasó.

La abrazaba como un primo, no con la intimidad de un hombre y una mujer que habían yacido desnudos juntos entre sabanas enredadas. Roanna tenía clavada la vista en su garganta mientras bailaban.

– ¿Cuánto has oído?- preguntó, con voz tranquila y controlada una vez más.

– Todo,- dijo él, en tono indiferente. -Sin embargo, te equivocaste en una cosa.

– ¿En qué?

Un estruendo de truenos sonó en la distancia, y él alzó la mirada hacia en el cielo oscuro cuando una repentina brisa fría sopló con una promesa de lluvia. Después de días de bochorno, parecía como si finalmente fuera a llegar la tormenta. Cuando volvió a mirarla, sus ojos verdes brillaban, -Hubo una persona que me ofreció su compasión en el funeral de Jessie.

Capítulo 19

La fiesta había acabado y los invitados se habían marchado a su casa. La orquesta había desconectado y recogido, y se había ido. El encargado del catering y su personal habían limpiado, lavado, y cargado eficientemente en dos furgonetas y también se habían marchado, cansados pero bien pagados.

Lucinda, agotada por el esfuerzo sobrehumano que había hecho esa noche, se había marchado inmediatamente a la cama, y todos los demás la habían seguido al poco tiempo.

La tormenta había cumplido su promesa, llegando con grandes relámpagos de luz, truenos que estremecían las ventanas, y torrentes de lluvia. Roanna contemplaba el dramatismo de la misma desde la oscura seguridad de su cuarto, cómodamente enroscada en su sillón. Las puertas de la galería estaban abiertas para poder apreciarla en su totalidad, aspirar la frescura de la lluvia y ver como las ráfagas de viento barrían la tierra. Se abrazaba a si misma bajo una ligera y suave manta afgana, deliciosamente estremecida por la humedad del ambiente. Se sentía relajada y un poco somnolienta e hipnotizada por la lluvia, su cuerpo se hundía en la confortable profundidad del sillón libre de toda tensión.

Lo peor de la tormenta había pasado ya, y la lluvia caía ahora como un denso y constante chaparrón acompañado por el ocasional destello de algún relámpago. Estaba encantada de permanecer allí sentada, recordando -no la escena del patio-, pero sí ese momento antes del brindis de Lucinda cuando ella y Webb habían quedado atrapados en una burbuja suspendida en el tiempo, con el deseo palpitando densamente entre ellos.

Eso había sido deseo, ¿verdad? Dulce, caliente. Su mirada había vagado, ardiente como una tea, hasta sus pechos. Estos le habían palpitado, sus pezones se irguieron para él. No se había equivocado con respecto a su intención, no podía haberlo hecho. Webb la había deseado.

En cuanto se había alejado de él, quedó ajena a todo excepto a su deseo de estar con él. Y ahora permanecía en su habitación, contemplando la lluvia. No lo iba a perseguir otra vez. Él sabía que lo amaba, que lo había amado toda su vida. La pelota estaba ahora en su campo, para devolverla o dejarla pasar. No sabía lo que iba a hacer o si no haría nada, pero estaba convencida de lo que le había dicho en la fiesta. Si no iba en serio con sus atenciones, entonces no las quería.

Se le fueron cerrando los ojos mientras escuchaba la lluvia. Era tan relajante, tan tranquilizador; se sentía muy descansada, durmiera esa noche o no.