Un débil aroma al humo de un cigarrillo llegó hasta ella. Abrió los ojos, y él estaba allí, parado de pie bajo las puertas abiertas, mirándola. Su mirada se paseaba por la oscuridad del cuarto. Los esporádicos relámpagos le revelaron su posición, sus ojos adormecidos y tranquilos, su cuerpo relajado y esperando… esperando.
En un breve momento de claridad pudo ver la forma que se vislumbraba allí con un hombro recostado contra el marco de la puerta, una negligente postura que de ninguna manera ocultaba la tensión de sus rígidos músculos, la intensidad con la que la miraba, como un depredador concentrado en su presa.
Se había desnudado parcialmente. Su chaqueta había desaparecido y también la pajarita. La nívea camisa estaba desabotonada y por fuera del pantalón, y colgaba abierta a través de su amplio pecho. Un cigarrillo a medio consumir humeaba en su mano. Él dio media vuelta y lo lanzó sobre el pasamanos de la galería, fuera, hacia la lluvia, y después cruzó silenciosamente el cuarto, con paso ágil y felino.
Roanna no se movió, no dijo nada ni de bienvenida ni de rechazo. Este movimiento era de él.
Se arrodilló delante del sillón y posó sus manos sobre sus piernas, estirando la manta sobre sus rodillas. El calor de su roce la abrasó de la cabeza a los pies.
– Sabe Dios que he tratado de mantenerme lejos de ti,- refunfuñó él.
– ¿Por qué?-” preguntó ella, en voz baja, una pregunta sencilla.
Él dejo escapar una áspera carcajada. -Sabe Dios,- repitió.
Entonces tiró suavemente de la manta, apartándola de ella y dejándola caer al suelo junto al sillón. Con la misma suavidad deslizó sus manos bajo el dobladillo de su camisón y asió sus tobillos. Le sacó las piernas de su posición escondida, estirándoselas y extendiéndolas de modo que él quedara entre ellas.
Roanna tomó una profunda y estremecida inspiración.
– ¿Tienes los pezones duros? – susurró él.
Ella apenas podía hablar. -No lo sé…
– Déjame ver. – Y deslizó sus manos a lo largo de todo su cuerpo, bajo el camisón, y cerró sus dedos sobre sus pechos. Hasta que no los tocó, ella no se había dado cuenta de lo desesperadamente que había anhelado esto. Gimió en voz alta de alivio, de placer. Sus pezones se le clavaron en las palmas. Él frotó sus pulgares sobre ellos y rió suavemente. Creo que sí lo están, susurró. Recuerdo el modo en que saben, el modo que los siento en mi boca.
Sus senos se elevaron en sus manos con cada una de sus rápidas y superficiales inspiraciones. El deseo se enroscaba abrasadoramente en sus costados, dejándola laxa, volviendo su carne ardiente y flexible a su tacto.
Él le levanto el camisón por encima de la cabeza, y se lo quitó, dejándolo caer al suelo junto a la manta. Ella permanecía sentada, desnuda frente a él en el enorme sillón, su esbelto cuerpo empequeñecido por sus dimensiones. Un relámpago destelló otra vez, revelando brevemente los detalles de su torso y sus pechos, los pezones fruncidos en dos picos y los muslos abiertos. El aliento de él siseó por entre sus dientes, su amplio pecho se expandió. Despacio pasó las manos por sus piernas, abriéndole los muslos más y más hasta que ella quedó totalmente expuesta a él.
El aire húmedo de la noche la bañó, la brisa refrescó la acalorada carne entre sus piernas. La sensación de exposición, de vulnerabilidad, era demasiado aguda para soportarla, y con un suave sonido de pánico trató de cerrar las piernas.
Sus manos hicieron fuerza sobre sus muslos. -No,- dijo él. Despacio se inclinó hacia delante, dejando que su cuerpo la rozara, que ejerciera un ligera presión sobre ella, y su boca se cerró sobre la suya con un dulzor, una ternura, que resultó devastadora. El beso era tan suave como las alas de una mariposa, tan ocioso como el verano. Con suma delicadeza atesoró su boca, se demoró en el beso. Al mismo tiempo sus malvados dedos se adentraron audaces entre sus piernas, entreabriendo los pliegues secretos que protegían la suave entrada a su cuerpo. Un gran dedo la sondó, haciéndola retorcerse, y a continuación la penetró profundamente. Roanna se arqueó impotente, gimiendo en su boca, subyugada por la inesperada sensación de ser penetrada.
Él continuó besándola, la dulzura de su boca suavizaba el acecharte avance de sus dedos. Era casi diabólico, ese contraste de intensidades, despertando todos los matices de su sensualidad. Estaba siendo al mismo tiempo seducida y violada, tentada y tomada.
Sus labios abandonaron su boca, y se deslizaron con pasión hacia abajo, por su garganta, hasta detenerse en sus senos. Él los sorbió delicadamente primero y los succionó con fuerza después. Roanna se hundió en una oscura y vertiginosa tormenta de puro placer, temblando de necesidad. Puso sus manos sobre su cabeza, sintiendo la espesa y fresca seda de su cabello entre sus dedos. Se sentía aturdida, borracha de excitación por la calida esencia almizclada de su piel. Él estaba caliente, muy caliente, su calor corporal quemaba a través de su camisa.
Su boca se movió hacia abajo, sobre los temblorosos músculos de su estómago. Su lengua investigó su ombligo, haciendo que sus músculos se estremecieran salvajemente mientras una oleada de placer la recorría como un rayo. Bajando, bajando…
Él agarró sus nalgas con fuerza, tirando de ella de modo que su trasero quedara justo sobre el borde del sillón y luego puso sus piernas sobre sus hombros. Ella dejó escapar un inarticulado gemido de pánico, de desvalida anticipación.
– Ya te lo dije,- dijo él, entre dientes. -Estas para comerte.
Y entonces la besó allí, con su boca caliente y húmeda, y su lengua arremolinándose alrededor de su tenso y ansioso clítoris. Sus caderas se elevaron sin control, y le clavó los talones en la espalda. Lanzó un grito, amortiguando el sonido con su propia mano. No podía evitarlo, era demasiado intenso, era el paraíso y el infierno al mismo tiempo, y sus caderas se retorcían tratando de escapar de esa sensación. Él sujetó su trasero con más fuerza, apretándola más contra su boca, y su lengua se clavó profundamente en ella. Ella se corrió violentamente, estremeciéndose y mordiéndose la mano para evitar gritar ante la intensidad de su orgasmo.
Cuando las sensaciones finalmente disminuyeron y la liberaron de su oscuro torbellino, quedó tendida sin fuerzas en el sillón con sus piernas todavía extendidas sobre sus amplios hombros. No podía moverse. No le quedaban fuerzas ni para abrir los ojos. Cualquier cosa que él quisiera hacerle ahora, ella estaba abierta, dócil, completamente vulnerable a su deseo.
Él bajó sus muslos de sus hombros y ella lo sintió moverse, sintió la caricia de su piel desnuda contra ella cuando él se deshizo de la camisa. Obligó a sus pesados párpados a abrirse mientras él se desabrochaba los pantalones y se los quitaba. Su apremio era algo ardiente y salvaje. Él pasó un brazo alrededor de su trasero y tiró de ella acercándola aún, alejándola completamente del sillón y posándola sobre sus muslos, sobre su grueso y pulsante pene. Penetró en ella, tan duro que se sintió magullada, tan caliente que se sintió arder. Su peso ayudaba a su propia penetración, clavándola hacia abajo de modo que lo sintió llegar hasta lo más profundo, y se le escapó una ahogada exclamación.
Webb gimió, apoyándose hacia atrás sobre las manos de modo que su cuerpo se arqueara poderosamente bajo ella. – Sabes que hacer,- dijo él, con los dientes apretados. -Móntame.
Ella lo hizo. Su cuerpo respondió automáticamente, elevándose y cayendo, sus muslos aferrándose a sus caderas, flexionándose cuando ella se elevaba casi por completo sobre él sólo para dejarse caer de nuevo. Ella lo montó despacio, tanto que lo tomaba centímetro a centímetro. Su cuerpo era mágico, moviéndose con la fluida elegancia que siempre lo había cautivado; lo envolvió con un giro deslizante hacia abajo, y después lo atormentó con la amenaza de liberarlo cuando se deslizó hacia arriba otra vez, casi fuera de él… no, no… y entonces volvió a dejarse caer, y él gimió ante el húmedo y cálido alivio de ser rodeado por el acariciante abrazo de su carne. Lo sentía engrosar dentro de ella, y finalmente ella lo montó con fuerza, moviéndose con rapidez, dejándose caer con fuerza sobre él. La tensión aumentaba insoportablemente, y él empujó hacia arriba, fuerte. Ella lanzó un grito impotente, y sus tiernas carnes interiores latieron y se estremeció alrededor de él cuando le sobrevino un nuevo climax.