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El seguía sudando bastante tiempo después, cuando se apartó de los brazos de ella y salió de la cama. -Tenemos que parar antes de que alguien venga buscarnos,- refunfuñó. Rápidamente se vistió, con los arrugados pantalones negros y recogió su camisa igualmente arrugada. Se inclinó para besarla. -Volveré esta noche. – La besó otra vez, y después enderezándose, le hizo un guiño y se encaminó hacia la galería con desenvoltura como si fuera algo completamente normal para él salir de la habitación de ella, medio desnudo, a las ocho de la mañana. Ella no se enteró si alguien lo vio o no porque salió de un salto de la cama, agarró su camisón, y entró corriendo en el cuarto de baño.

Todavía temblaba de entusiasmo y placer cuando se duchó. Su piel estaba tan sensible por las veces que habían hecho el amor que hasta el simple acto de enjabonarse le resultaba sexual. Ella no podía creer la cruda sexualidad de la noche, pero su cuerpo no tenía esa dificultad.

Sus manos se movieron sobre su abdomen mojado. ¿Estaría embarazada? Había pasado tres semanas desde Nogales. No sentía ninguna diferencia, no conscientemente, pero habían sido tres semanas bastante accidentadas y su atención no había estado en su menstruación. De todos modos sus períodos eran tan irregulares que nunca prestaba demasiada atención al calendario o a cómo se sentía. Él parecía extrañamente seguro, sin embargo, y ella cerró los ojos cuando una dulce debilidad la hizo temblar.

Resplandecía cuando bajó a desayunar. Webb ya estaba allí, a medio terminar con su habitualmente ingente desayuno, pero hizo una pausa con el tenedor en aire cuando ella entró en el comedor. Vio que su mirada se demoraba sobre su cara, y luego descendía a lo largo de su cuerpo. Esta noche, pensó ella. Esta noche, había prometido él. Se llenó el plato con más comida de la que normalmente tomaba e hizo un esfuerzo para comerse la mayor parte de ello.

Era sábado, pero todavía había trabajo por hacer. Webb ya estaba en el estudio, y Roanna se demoraba con su segunda taza de café cuando Gloria bajó. -Lucinda no se encuentra bien,- dijo irritada mientras comenzaba a servirse huevos revueltos en un plato. -Lo de anoche fue demasiado esfuerzo para ella.

– Quería hacerlo,- dijo Roanna.-Era importante para ella.

Gloria alzó la vista, y sus ojos brillaban con lágrimas. Su barbilla tembló levemente antes de que ella lo controlara. -Fue una tontería,- se quejó. -Tantos problemas por una fiesta.

Pero Gloria lo sabía, al igual que todos ellos: esta había sido la última fiesta de Lucinda, y quiso que fuera memorable. Fue su esfuerzo para tratar de reparar el daño que sentía que le había causado a Webb hacía diez años al no defenderlo.

Lucinda había mantenido a raya su declive a pura fuerza de voluntad, porque todavía había cabos que quería atar. Eso ya había concluido, y ahora no tenía más razones por las que seguir luchando. La bola de nieve rodaba colina abajo ahora, tomando velocidad directa hacia su inevitable final. Por las largas y tranquilas conversaciones con Lucinda, Roanna sabía que esto era lo que ella quería, pero no era fácil dejar ir a la mujer que había sido el baluarte familiar durante tantísimo tiempo.

Booley Watts llamó a Webb esa tarde. -Carl me ha contado lo que pasó,- dijo, con su arrastrado acento del Sur. -Interesante como el infierno.

– Gracias,- dijo Webb.

Booley se rió entre dientes, un sonido que acabó en un resuello. -Carl y yo observamos la muchedumbre anoche, pero no vimos nada extraño excepto aquella pequeña escena en el patio. Roanna tiene fibra, ¿verdad?

– Me dejó sin aliento,- murmuró Webb, y no pensando solamente en cuando hicieron el amor más tarde. Ella había permanecido de pie en medio de la muchedumbre como una llama pura y dorada, con la cabeza erguida y la voz alta y clara. No había vacilado en lanzarse a la batalla para defender su nombre, y el último resquicio de él que se agarraba a la imagen de “la pequeña Roanna” se había desvanecido. Era una mujer, más fuerte de lo que ella creía y quizás estaba comenzando a darse cuenta de esa fuerza. Era una Davenport y, a su manera, tan regia toda ella como Lucinda.

La voz de Booley se inmiscuyó en sus pensamientos. -¿Has pensado en alguien que pudiera odiarte durante tanto tiempo, un odio lo bastante profundo como para que matara a Jessie a causa de ello? -

Webb suspiró cansado. -No, y me he estrujado el cerebro pensando en ello. Incluso he revisado viejos archivos, tratando se encontrar algún detalle, de recordar algo que dé sentido a todo esto. -

– Bien, sigue pensando. Eso es lo que me incomodó sobre el asesinato de Jessie desde el principio: no parecía haber ninguna razón, ninguna que yo pudiera ver. Infiernos, si incluso hay una razón para los disparos que te hicieron conduciendo. Quienquiera que matara a Jessie-y te estoy diciendo que no creo que lo hicieras tú- lo hizo por una razón que nadie más conoce. Y si tu teoría es correcta, entonces la razón no tiene que ver con ella. Alguien iba tras de ti, y ella se interpuso en el camino.

– Encuentra el motivo,- dijo Webb, -y daremos con el asesino.

– Esa es la manera en la que siempre he trabajado.

– Entonces esperemos dar con ello antes de que me dispare de nuevo… o alguien más se interponga en su camino. – Colgó y se frotó los ojos, tratando de unir las piezas del rompecabezas pero simplemente se negaban a encajar. Se desperezó y se levantó. Tenía que ir a la ciudad a hacer un recado, así que tenía que tomar una decisión: ir sobre seguro y dar un rodeo, o tomar su ruta habitual y esperar que le dispararan y así tener otra oportunidad de atrapar al tirador, contando con que fallara el tiro. Menuda elección.

Lucinda bajó a cenar esa noche, era la primera vez en todo el día que salía de su habitación. Su rostro estaba macilento, y la parálisis de sus manos había empeorado, pero estaba radiante de alegría por el éxito de la fiesta. Varios de sus amigos la habían llamado a lo largo del día y le habían dicho que fue una fiesta sencillamente maravillosa, lo que significaba que había conseguido su objetivo.

Estaban todos a la mesa excepto Corliss, quien se había marchado por la mañana temprano y no había vuelto aún. Después de charlar animadamente durante varios minutos, Lucinda miró a Roanna y dijo, -Querida, estoy tan orgullosa de ti. Lo que dijiste anoche marcó una verdadera diferencia.

Todos, excepto Webb y Roanna, parecieron aturdidos. Lucinda nunca perdía detalle de lo que ocurría, aunque probablemente fueron uno o más de sus amigos quienes la habían informado sobre lo sucedido en el patio.

– ¿Qué?- preguntó Gloria, mirando de Lucinda a Roanna y viceversa.

– Oh, Cora Cofelt hizo un comentario venenoso sobre Webb, y Roanna hizo de ello algo personal. Consiguió que todos se sintieran avergonzados de si mismos.

– ¿Cora Cofelt?- Lanette estaba horrorizada. -¡Oh, no! Nunca perdonará a Roanna por avergonzarla en público.

– Al contrario, Cora en persona me ha llamado hoy y se disculpó por su comportamiento. Admitir cuando estás equivocada es un gesto distintivo de ser una señora.

Roanna no estaba segura de si era o no una indirecta hacia Gloria, ya que esta jamás admitiría estar equivocada en nada. Lucinda y Gloria se querían, y antes una crisis confiaban en poder apoyarse una en otra, pero su relación de hermanas era tormentosa.

Los ojos de Webb encontraron los suyos, y le sonrió. Despacio y sonrojándose un poco, ella le devolvió la sonrisa.

Número seis, pensó él triunfalmente.

La puerta de la calle se cerró de un portazo y se escuchó el vacilante repiqueteo de unos tacones a través de las baldosas del vestíbulo. – Yuhuuu – gritó Corliss. -¿Dónde está todo el mundo? Yuu…