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Lucinda flaqueó. -Tunante desagradecida,- refunfuñó. Su color era incluso más cerúleo que antes. -¿Están bien los caballos? – le preguntó a Roanna.

– Ninguno salió herido y ahora están tranquilos.

– Bien.- Lucinda se pasó una temblorosa mano por los ojos y después, tomando una honda bocanada de aire enderezó los hombros una vez más. -¿Webb, puedo hablar contigo un momento, por favor? Debemos revisar unos detalles.

– Por supuesto.- Le pasó una mano de apoyo bajo el brazo para ayudarla mientras se dirigían al estudio. Echó un vistazo por encima del hombro a Roanna, y sus ojos se encontraron. La mirada de Webb era firme y cálida, y contenía una promesa.-Ve a terminar de cenar,- le dijo.

Cuando él y Lucinda estuvieron solos en el estudio, ella se dejó caer pesadamente en el sofá. Respiraba trabajosamente y sudaba. -El doctor ha dicho que mi corazón esta fallando también, carajo,- murmuró.-Mira, se me ha escapado una palabrota. – Echó un vistazo a Webb para ver su reacción.

Él no pudo evitar sonreírle ampliamente. -Las has usado antes, Lucinda. Te he oído maldecir a la yegua ruana que solías montar hasta que era un milagro que sus orejas no ardieran y se le cayeran al suelo carbonizadas.

– Era un mal bicho, ¿verdad?- Las palabras sonaron afectuosas. A pesar de lo indómita que la yegua había sido, Lucinda conseguía sacar siempre lo mejor de ella. Hasta sólo unos pocos años antes, Lucinda había estado lo bastante fuerte para manejar a casi cualquier caballo sobre el que se montara.

– Bueno, ¿de qué querías hablarme?

– De mi testamento,- dijo ella, con franqueza. -He quedado con el abogado mañana. Más vale que me ocupe de esa tarea, porque parece que me queda menos tiempo del que esperaba.

Webb se sentó a su lado y tomó su frágil y débil mano en la suya. Ella era demasiado inteligente y fuerte mentalmente para que intentara siquiera tratar de consolarla con tópicos, pero, caramba, realmente le dolía dejarla marchar. -Te quiero,- le dijo él. -Estuve malditamente enfadado contigo por no defenderme cuando mataron a Jessie. Me hirió como el infierno que creyeras que yo podría haberlo hecho. Todavía te guardo rencor por esto, pero de todas formas te quiero.

Las lágrimas inundaron por un momento sus ojos, pero ella parpadeó para alejarlas. -Por supuesto que todavía sientes rencor. Nunca pensé que me perdonaría totalmente, Dios sabe que no merezco esa consideración. Pero yo también te quiero, Webb. Siempre supe que tú eras la mejor opción para Davencourt.

– Déjaselo a Roanna,- dijo él. Sus propias palabras lo sorprendieron. Siempre había pensado en Davencourt como suyo, siempre había esperado tenerlo. Había trabajado mucho para ello. Pero tan pronto como las palabras salieron de su boca supo que eran las correctas. Davencourt debía ser de Roanna. A pesar de lo que creyera Lucinda, e incluso a pesar de lo que creyera Roanna, ella era más que capaz de hacerse cargo de ello.

Roanna era más resistente y más inteligente de lo que cualquiera de ellos creía, incluso más de lo que creía ella misma. Sólo ahora comenzaba Webb a entender la fuerza de su carácter. Durante años todos habían pensado en ella como en alguien frágil, dañada emocionalmente de forma irreparable por el trauma de la muerte de Jessie, pero en lugar de ello, Roanna había estado protegiéndose a si misma, y resistiendo. Hacia falta poseer una clase de fuerza interior muy especial para aguantar, para aceptar lo que no podía ser cambiado y sencillamente seguir a la espera de que pasara. Cada vez más últimamente Roanna salía de su caparazón, mostrando su fuerza, defendiéndose a si misma con una serena madurez que no era llamativa, pero si imposible de ignorar.

Sorprendida, Lucinda parpadeó varias veces. -¿A Roanna? ¿Crees que no he discutido esto con ella? No lo quiere. -

– Lo que no quiere es pasarse la vida leyendo declaraciones financieras y estudiando informes de activos,- la corrigió él. -Pero ama Davencourt. Dáselo.

– ¿Te refieres a partir la herencia? – le preguntó Lucinda, aturdida. -¿Dejarle a ella la casa y a ti los negocios?- sonaba sobresaltada; eso no se había hecho nunca. Davencourt y todo lo que ello implicaba siempre había ido junto.

– No, me refiero a dejárselo todo a ella. Debería ser suyo de todos modos.- Roanna necesitaba un hogar. Ella misma se lo había dicho; necesitaba algo que fuera suyo, que nunca le pudiera ser arrebatado. -Nunca ha sentido que realmente perteneciera a ningún sitio, y si me lo dejas todo a mí, se sentirá como si no fuera lo bastante buena para poseer Davencourt, incluso aunque verdaderamente esté de acuerdo con los términos de tu testamento. Ella necesita una casa suya, Lucinda. Davencourt debería tener Davenports viviendo aquí, y ella es la última.

– Pero… por supuesto que ella viviría aquí. – Lucinda lo miró confundida. -Nunca he creído que la fueras a echar. Oh, querido. Eso sería gracioso, ¿verdad? La gente hablaría.

– Me dijo que planea comprar un lugar propio.

– ¿Abandonar Davencourt? – La misma idea impresionó a Lucinda. -Pero este es su hogar.

– Exactamente,- dijo Webb, suavemente.

– Bien.- Lucinda se recostó, reflexionando sobre este cambio en sus planees excepto que no era un cambio, comprendió. Era simplemente dejarlo todo exactamente como ya estaba, pero con Roanna como su heredera. -Pero… ¿y qué harás tú?

Él sonrió, una lenta sonrisa que iluminó todo su rostro. -Puede contratarme para ocuparme de la parte financiera por ella,- dijo, despreocupadamente. De repente supo exactamente lo que quería, y fue como si una luz se encendiera en su interior. -Mejor aún, voy a casarme con ella.

Lucinda se quedó completamente muda. Le llevó un minuto entero poder articular un chirriante -¿Qué?

– Voy a casarme con ella,- repitió Webb, con creciente determinación. -No se lo he pedido aún, así que estate tranquila. – Sí, iba a casarse con ella, de una forma u otra. Lo sintió como si una pieza del rompecabezas hubiera encajado repentinamente en su lugar. Como lo perfecto. Ninguna otra cosa sería tan perfecta. Roanna sería siempre suya – y él sería siempre de Roanna.

– Webb, ¿estás seguro? – le preguntó Lucinda, con inquietud. -Roanna te ama, pero merece ser amada tamb…-

La miró directamente, sus ojos muy verdes, y ella quedó muda de asombro. -Bien,- dijo otra vez.

Él trató de explicarlo. -Jessie…estaba obsesionado con ella, supongo, y de alguna forma, la amaba porque crecimos juntos, pero era más bien ego por mi parte. No debería haberme casado con ella, pero estaba tan obcecado con la idea de heredar Davencourt y casarme con la princesa heredera que no comprendí el desastre que nuestro matrimonio sería. Roanna, en fin… la he amado casi desde que nació, calculo. Cuando era pequeña, la amaba como un hermano, pero ahora que ha crecido, estoy condenadamente seguro de no querer ser su hermano.- Suspiró, mirando hacia atrás, a los años en los que su relación había estado enmarañada con las herencias. -Si Jessie no hubiera sido asesinada, nos habríamos divorciado. Era en serio lo que dije esa noche. Estaba completamente harto de ella. Y si nos hubiésemos divorciado, en vez de suceder las cosas como sucedieron, ahora llevaría mucho tiempo casado con Roanna. La forma en cómo Jessie murió nos separó, y he desperdiciado diez años a causa del rencor.

Lucinda lo miró directamente a la cara, buscando la verdad, y lo que vio la hizo suspirar con alivio. -Realmente la amas.

– Tanto que duele. – Suavemente tomo los dedos de Lucinda cuidando de no hacerle daño. -Me ha sonreído seis veces,- le confió. -Y se ha reído una vez.

– ¡Se ha reído! – Las lágrimas inundaron de nuevo los ojos de Lucinda, y esta vez las dejó caer. Sus labios temblaron. -Me encantaría oírla reír otra vez, solo una vez más.

– Voy a intentar con todas mis fuerzas hacerla feliz,- dijo Webb.

– ¿Cuándo planeas casarte?

– Lo antes posible, en cuanto pueda pedírselo.- Sabía que Roanna lo amaba, pero convencerla de que él también la amaba puede que le costara un poco. En otro momento ella se hubiera casado con él en cualquier circunstancia, pero ahora se mostraría imperturbablemente obstinada si creyera que algo no era correcto. Por otra parte, él quería que Lucinda asistiera a su boda, lo que significaba que tendría que celebrarse rápidamente, mientras ella todavía podía. Y puede que hubiera otra razón, más privada para una boda rápida.