– ¡Oh, carajo!- se burló Lucinda. -¡Sabes que ella caminaría sobre brasas ardientes para casarse contigo!
– Sé que me ama, pero he aprendido a no dar por sentando que va a hacer automáticamente lo que le pida. Aquellos días hace mucho que quedaron atrás. De todas formas no quiero una esposa felpudo. Quiero que tenga seguridad en si misma para defender lo que ella quiere. “
– De la misma forma en que te defendió.
– De la misma forma en la que siempre me ha defendido.- Cuando nadie más lo había apoyado, Roanna había estado a su lado, deslizando su pequeña mano en suya y ofreciéndole todo el consuelo del que era capaz. Había sido mucho más fuerte que él, lo bastante fuerte para hacer el primer movimiento, para extender la mano. -Merece la herencia,- dijo él. -Pero además de eso, es que no quiero que nunca sienta que tuvo que decirme que sí para poder permanecer en su casa.
– Puede que ella sienta lo mismo respecto a ti,- apuntó Lucinda. -Siempre que seas agradable con ella, podría pensar que es sólo porque es ella quién tira de las cuerdas del monedero. Yo he estado en esa situación,- añadió con sequedad, sin duda pensando en Corliss.
Webb se encogió de hombros. -No soy un indigente, Lucinda, como condenadamente bien sabes, ya que me investigaste. Tengo mis propiedades de Arizona, y valdrán una considerable fortuna antes de que termine con ellas. Asumo que Roanna leyó el mismo informe que tú, así que está al tanto de mi situación financiera. Estaremos iguales, y sabrá que estoy con ella porque la amo. Me ocuparé de la parte financiera si a ella realmente no le interesa; no sé si querrá implicarse en ello o no. Dice que no le gusta eso, pero tiene la habilidad de los Davenport, ¿verdad?
– De forma diferente. – Lucinda sonrió. -Presta más atención a la gente que a los números sobre el papel.
– Sabes lo que verdaderamente quiere hacer, ¿verdad?
– No, ¿qué?
– Entrenar caballos.
Ella se rió suavemente. -¡Debería haberlo sabido! Loyal ha estado usando varias de sus ideas sobre el adiestramiento durante años, y tengo que decir que tenemos algunos de los caballos con el mejor comportamiento que jamás se han visto por los alrededores.
– Es mágica con un caballo. Ahí es donde pone su corazón, así que esto es a lo que quiero que se dedique. Siempre has tenido caballos por el placer de tenerlos, porque los adoras, pero Roanna quiere dedicarse a ello como negocio. -
– Lo tienes todo planeado, ¿verdad? – Le sonrió afectuosamente, porque incluso cuando era un muchacho Webb planeaba por adelantado su estrategia, y luego la ponía en práctica. -Nadie por aquí sabe de tus propiedades en el oeste. La gente hablará, ya sabes.
– ¿Qué me caso con Roanna por su dinero? ¿Qué estoy determinado a hacerme con Davencourt a cualquier precio? ¿Qué me casé con Jessie para ello y luego, cuando murió, me lancé sobre Roanna? -
– Veo que has considerado todos los ángulos.
Él se encogió de hombros. -Me importa una mierda el que dirán mientras Roanna no crea nada de ello.
– No lo hará. Te ha amado durante veinte años, y te amará otros veinte más.
– Más tiempo aún, espero.
– ¿Sabes lo afortunado que eres?
– Oh, me hago una idea,- dijo él suavemente. Sin embargo, estaba sorprendido por el tiempo que le había llevado llegar a esa idea. Incluso aún consciente de que amaba a Roanna, no había pensado en ello como en un amor romántico, erótico; se había instalado en el papel de hermano mayor hasta después de que se besaran por primera vez y casi perdiera el control. No se había dado cuenta de ello hasta que se le acercó caminando en aquella barra de bar en Nogales, una mujer, con un intervalo de diez años desde su último encuentro, así que no la había visto crecer. Aquella noche quedo grabada a fuego en su memoria, y encima había batallado con la equivocada impresión de que tenía que proteger a Roanna de su propia lujuria. Dios, qué estúpido. Definitivamente ella disfrutaba con su lujuria, lo que lo convertía en el más afortunado de los hombres.
Ahora, lo único que tenía que hacer era convencerla de casarse con él, y aclarar el pequeño detalle del intento de asesinato; el suyo.
Roanna estaba de pie en la galería mirando la puesta del sol cuando él entró en su habitación. Se giró a medias y echó un vistazo por encima de su hombro cuando oyó la puerta abrirse. Estaba bañada por los últimos rayos del sol, que hacían que su piel pareciera de oro y que su pelo destellara dorado y carmesí. Cruzó la habitación y salió afuera, a la galería con ella, volviéndose para recostarse contra el pasamanos de modo que quedara de cara a la casa, y a ella. Quedarse así mirándola era malditamente fácil. Disfrutaba redescubriendo los ángulos de aquellos esculpidos pómulos, viendo de nuevo las pintitas doradas en sus ojos del color del whisky añejo. El cuello abierto de su camisa le permitía entrever lo bastante de su suave piel para recordarle lo sedosa que era por todas partes.
Sintió las primeras punzadas de lujuria en su ingle, pero, sin embargo, hizo una pregunta completamente prosaica. -¿Te acabaste la cena?
Ella arrugó la nariz. -No, se había quedado fría, así que me comí un trozo de tarta de limón helada a cambio.
Él frunció el ceño. -¿Tansy ha hecho otra tarta? No me lo dijo.-
– Estoy segura de que ha quedado algo,- le contestó, consoladoramente. Alzó la vista hacia el cielo cruzado de líneas color bermellón. -¿De verdad vas a echar a Corliss?
– Oh, sí. – Dejó que tanto su satisfacción como su determinación se revelaran en aquellas dos palabras.
Ella comenzó a hablar y después vaciló. -Continúa,- la animó. -Dilo, aunque sea que crees que me equivoco.
– No creo que te equivoques. Lucinda necesita paz ahora, no un constante alboroto.- Su expresión era distante, sombría. -Es solo que recuerdo qué se siente al estar aterrorizados por no tener ningún sitio en que vivir.
Él extendió la mano y agarró un mechón de su pelo, enroscándoselo en un dedo. -¿Cuándo tus padres murieron?
– Entonces, y después, hasta… hasta que cumplí los diecisiete. -Hasta que Jessie murió, se refería, aunque no lo dijo. -sentía siempre el temor de que si no estaba a la altura, me echarían.
– Eso no habría pasado jamás,- dijo él, con firmeza. -Esta es tu casa. Lucinda no te habría hecho irte.
Ella se encogió de hombros. -Hablaban de ello. Lucinda y Jessie, quiero decir. Querían enviarme a un internado. No sólo a Tuscaloosa; querían que fuera a algún internado femenino, en Virginia, creo. Era un lugar lo bastante lejano para que no pudiera venir a casa con regularidad.
– No fue así.- Sonaba sorprendido. Recordaba los argumentos. Lucinda pensó que podía ser beneficioso para Roanna el estar lejos de ellos, obligarla a madurar, y Jessie, por supuesto, la habría animado. Ahora veía que, a Roanna, debía haberle parecido que no la querían allí.
– Eso es lo que a mi me parecía,- dijo ella.
– ¿Por qué cambió eso cuando cumpliste diecisiete? ¿Fue porque Jessie había muerto y ya no podía seguir insistiendo en ello?
– No.- Aquella mirada remota permanecía aún en sus ojos. -Fue porque ya no me importaba. Marcharme me parecía lo mejor que podía hacer. Quise escapar de Davencourt, de la gente que me conocía y me compadecía porque no era guapa, porque era torpe, porque carecía de desenvoltura en el plano social. – Su tono era indiferente, como si hablara de un menú.