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– Mierda,- dijo cansadamente. -Jessie convirtió en un arte el hacerte sentir desgraciada, ¿verdad? Maldita sea esa mujer. Debería ser ilegal casarse para los menores de veinticinco. Me creía el rey de la montaña cuando acababa de cumplir los veinte, condenadamente seguro de que podría domar a Jessie y convertirla en una esposa adecuada; mi idea de lo adecuado, por supuesto. Pero había algo que fallaba en Jessie, tal vez la capacidad de amar, porque no amaba a nadie. No a mí, ni a Lucinda, ni siquiera a ella misma. Aunque era demasiado joven para darme cuenta.- Se frotó la frente, recordando aquellos horribles días posteriores a su asesinato. -Tal vez si amó realmente a alguien, sin embargo. Tal vez ella amaba al hombre cuyo bebé llevaba dentro. No lo sabré nunca.

Roanna jadeó, sintiendo que la conmoción la recorría de la cabeza a los pies. Se giró para mirarlo de frente. -¿Sabías eso? – le preguntó incrédula.

Webb se enderezó, apartándose del pasamanos, su mirada se hizo más aguda. -Lo averigüé después de que la mataran. – La agarró por los hombros, en un apretón urgente. -¿Cómo lo sabías tú?

– Los…los vi juntos en el bosque.- Lamentaba no haber controlado su reacción al averiguar que él sabía lo del amante de Jessie, pero se había quedado estupefacta. Había guardado aquel secreto todos estos años, y de todos modos él ya lo sabía. Pero lo que ella no sabía es que Jessie estaba embarazada cuando la mataron, y eso la hizo sentir nauseas.

– ¿Quién era?- Su tono era duro.

– No lo sé, no lo había visto nunca antes.

– ¿Puedes describirlo?

– No. – Se mordió el labio, recordando ese día. -Sólo lo vi una vez, la tarde del día que mataron a Jessie, y no lo pude ver bien. No te lo dije entonces porque me daba miedo… – hizo una pausa y una mirada de indecible tristeza cruzó por su cara. -Tenía miedo de que te pusieras furioso e hicieras alguna tontería y te metieras en problemas. Así que me callé.

– Y después de que mataran a Jessie, no dijiste nada porque pensaste que me detendrían, que dirían que la maté porque había averiguado que me ponía los cuernos.- Él había guardado silencio por la misma razón y casi había explotado de amargura. Le dolió en el corazón saber que Roanna había guardado el mismo secreto y por la misma razón. Era tan joven, estaba traumatizada por el hecho de haber encontrando el cuerpo de Jessie y por haber sido sospechosa del asesinato ella misma por poco tiempo, herida por su rechazo, y aún así había callado.

Roanna asintió, buscando su rostro. La luz del sol se desvanecía rápidamente, y las sombras del crepúsculo los cubrían de un misterioso velo de azules y púrpuras, atrapándolos en aquel breve momento cuando la tierra se cernía entre día y noche, cuando el tiempo aparentaba detenerse y todo parecía más intenso, más dulce. Su expresión era reservada, y no pudo adivinar lo que pensaba o sentía.

– Entonces te lo guardaste para ti,- dijo suavemente. -Para protegerme. Apuesto a que casi te ahogas con ello, cuando Jessie nos acusó de dormir juntos cuando tú acababas de verla a ella con otro hombre.

– Sí,- dijo, con voz forzada mientras recordaba aquel horrible día y la noche.

– ¿Sabía que tú la habías visto?

– No, permanecí inmóvil. En aquellos días era muy buena escabulléndome.- La mirada que ella le lanzó estaba repleta de la irónica aceptación de lo indisciplinada que había sido.

– Lo sé,- dijo él, en un tono tan irónico como su mirada. -¿Recuerdas dónde se encontraban?

– Era sólo un claro en el bosque. Podría llevarte a la zona, pero no al lugar exacto. Han pasado diez años; probablemente se haya repoblado.

– ¿Si era un claro, por qué no pudiste ver al hombre?

– No dije que no pudiera verlo.- Sintiéndose incómoda, Roanna se removió bajo sus manos. -Dije que no podía describirlo.

Webb frunció el ceño. -¿Pero si lo viste, por qué no puedes describirlo?

– ¡Porque estaban teniendo sexo!- dijo exasperada y llena de sofoco. -Estaba desnudo. Yo nunca había visto a un hombre desnudo antes. ¡Francamente, no le miré la cara!

Webb asombrado dejó caer las manos, escudriñándola a la desvaída luz del crepúsculo. Entonces comenzó a reírse. No reía entre dientes, se carcajeaba con un rugido que sacudía todo su cuerpo. Trató de detenerse, la miró de reojo, y comenzó otra vez.

Ella le dio un puñetazo en el hombro. -Cállate,- refunfuñó.

– Puedo imaginarte contándoselo a Booley,- se burló, casi ahogándose de risa. -Lo…lo siento, Sheriff, no puedo describirle su ca…cara, porque estaba mirando su… ¡verga!- Esta vez le dio el puñetazo en el vientre. Lo dejó sin aliento y se dobló, agarrándose el estómago y riendo todavía.

Roanna alzó la barbilla. -No estaba,- dijo, con dignidad, -mirando su verga.- Entró a zancadas en su habitación y comenzó a cerrarle las puertaventanas en la cara. Él apenas tuvo tiempo de deslizarse por la apertura que velozmente encogía. Roanna activó la alarma de las puertas, y después corrió las cortinas sobre ellas. Él deslizó los brazos alrededor de ella antes de que pudiera alejarse, estrechándola cómodamente de un tirón hacia atrás, contra él.

– Lo siento,- se disculpó. -Sé que te disgustó. -

– Me hizo sentir nauseas – replicó ella, ferozmente. La odié por serte infiel.

Él se inclinó para frotar su mejilla contra su pelo. -Creo que planeaba tener al bebé y fingir que era mío. Pero primero tenía que conseguir que tuviera sexo con ella, y no la había tocado en cuatro meses. No había ni una maldita posibilidad de que pudiera hacerlo pasar como mío tal y como estaban las cosas. Cuando nos pilló besándonos, probablemente pensó que todos sus planes habían volado como el humo. Sabía condenadamente bien que yo no fingiría que el bebé era mío sólo para evitar un escándalo. Me habría divorciado de ella tan rápido que la cabeza le daría vueltas. De todos modos estaba locamente celosa de ti. No se habría puesto así de furiosa si me hubiera pillado con otra persona.

– ¿De mi? – preguntó incrédula Roanna, girando la cabeza para mirarlo. -¿Estaba celosa de mí? ¿Por qué? Ella lo tenía todo.

– Pero era ti a quien yo protegía… de ella, la mayor parte del tiempo. Me puse de tu lado, y ella no podía soportarlo. Tenía que ser la primera en todo y con todos.

– ¡No es extraño que tratara siempre de convencer a Lucinda de que me enviara a un internado!

– Te quería fuera de su camino.- Le apartó el pelo a un lado y le dio un ligero beso en el cuello. ¿Estás segura de no poder describir al hombre con el que la viste?

– ”No lo había visto nunca antes. Y como estaban acostados, no pude ver su cara. Tuve la impresión de que él era bastante más mayor, pero tenía sólo diecisiete años. Alguien de treinta me parecía viejo entonces.- Sus dientes le mordisquearon el cuello, y tembló. Podía sentir como perdía el interés por preguntar; bastante literalmente, de hecho. Su creciente erección empujaba contra su trasero, y ella se recostó contra él, cerrando los ojos cuando el cálido placer comenzó a llenarla.

Despacio él deslizó sus manos por su cuerpo hasta posar las palmas sobre sus pechos. -Justo lo que pensaba,- murmuró él, trasladando sus mordiscos de amor al lóbulo de su oreja.

– ¿Qué?- jadeó ella, estirándose hacia atrás para posar sus manos sobre sus muslos.

– Tus pezones están duros otra vez.

– ¿Estás obsesionado con mis pechos?

– Debe ser,- murmuró él. -Y con otras diversas partes de tu cuerpo, también.

Estaba muy duro ahora. Roanna se dio la vuelta en sus brazos, y él caminó con ella hacia atrás hasta la cama. Cayeron encima, Webb apoyó su peso sobre sus brazos para evitar aplastarla, y en la fría oscuridad sus cuerpos se entrelazaron con un fuego y una intensidad que la dejó débil y estremecida en sus brazos.

Él la mantuvo pegada a su costado, con la cabeza recostada sobre su hombro. Así tumbada, sin fuerzas y laxa, completamente relajada, Roanna sintió que la somnolencia comenzaba a invadirla. Evidentemente él tenía razón sobre su insomnio: la tensión la había mantenido insomne durante diez años, pero después de hacer el amor estaba demasiado relajada para oponerse. Pero el sueño era una cosa y el sonambulismo otra completamente distinta y la perturbaba a un nivel mucho más profundo. Le dijo: -Tengo que ponerme el camisón.