– No-. Su respuesta negativa fue inmediata y enfática. Sus brazos se apretaron alrededor de ella como si tratara de impedir que se moviera.
– Pero si camino dormida…
– No lo harás. Voy a estar abrazándote toda la noche. No podrás salir de la cama sin despertarme-. La besó larga y lentamente. -Duérmete, corazón. Yo te cuidare.
Pero no pudo. Podía sentir como la tensión llegaba, invadiendo todos sus músculos. Un hábito de diez años de duración no podía ser erradicado en una noche sola, ni en dos. Web puede que entendiera el temor que sentía al pensar en si misma caminando por la noche tan indefensa, pero no podía sentir el pánico y la impotencia de no despertar en el mismo lugar donde se había dormido, sin saber cómo había llegado allí o que había pasado.
Él sintió la tensión que le impedía relajarse. La abrazó más estrechamente, tratando de calmarla con su consuelo, pero finalmente llegó a la conclusión que nada funcionaria excepto el completo agotamiento.
Ella creyó que se había hecho a su forma de hacer el amor, que ya había llegado a conocer la totalidad de su sensualidad. Y se encontró con que se equivocaba.
La llevó al climax con sus manos, con su boca. La puso a horcajadas sobre su firme, y dura erección y la meció sobre ella hasta que se corrió, por mucho que ella se aferrara a él y le rogara que la penetrara. Finalmente él lo hizo, tumbándola en la cama y girándola de modo que quedara sobre sus rodillas, inclinada con la cara sepultada en las sábanas. Se introdujo en ella desde atrás, golpeando repetidamente contra sus nalgas con la fuerza de sus embestidas, y alcanzando su sexo por delante para acariciarla al mismo tiempo. Ella lanzó un grito ronco y sofocó el sonido contra el colchón cuando se corrió por cuarta vez, y él todavía no había acabado. Se sentía deshecha, llevada más allá de los orgasmos a un estado donde el placer simplemente crecía y crecía, como las ondas de la marea. Otro más le sobrevino, veloz y se estiró para aferrarse a sus caderas y estrecharlo con fuerza contra ella mientras se contraía alrededor de él. Su acción lo agarró por sorpresa y con un ronco y salvaje grito se le unió, estremeciéndose y sacudiéndose mientras se derramaba.
Ambos temblaban violentamente, tan débiles que apenas pudieron dejarse caer sin fuerzas en la cama. El sudor goteaba de sus cuerpos, y se aferraron el uno al otro como supervivientes de un naufragio. Esta vez no hubo modo de rechazar el sueño que la reclamaba tal y como él pretendía.
Despertó una vez, apenas lo bastante como para ser consciente de que él continuaba abrazándola, tal como había prometido, y volvió a dormirse.
La siguiente vez que despertó estaba sentada en la cama, y los dedos de Webb se cerraban con firmeza sobre su muñeca. -No,- dijo suavemente e implacablemente.-No vas a ningún sitio.
Regresó entre sus brazos, y comenzó a creer.
Despertó por última vez al amanecer, cuando él salió de la cama. -¿Dónde vas? – le preguntó, bostezando y sentándose.
– A mi habitación-, contestó él, poniéndose los pantalones. Le sonrió, y sintió como se derretía por dentro una vez más. Tenía un aspecto duro y sexy, con su pelo oscuro revuelto y la mandíbula oscurecida por la incipiente barba. Su voz sonaba todavía áspera por el sueño, y sus párpados se veían un poco más gruesos por la hinchazón del sueño, confiriéndole una mirada de acabo-de-tener-sexo. -Tengo que coger una cosa-, dijo. -Quédate ahí, y quiero decir exactamente ahí. No salgas de la cama-.
– Vale, no lo haré-. Él salió por la puerta del pasillo, y ella se tumbó y se enroscó bajo la sabana. No estaba segura de poder escapar de la cama. Recordó la noche que acababan de pasar, lo que había ocurrido entre ellos. Se sentía dolorida por dentro, y sus muslos estaban débiles y temblorosos. No había sido simplemente hacer el amor, aquello había sido una unión que iba más allá de lo meramente físico. Existían niveles de intimidad más profundos de lo que ella había imaginado nunca, y aún supo que quedaban placeres que todavía no había saboreado.
El regresó en un momento, trayendo una bolsa de plástico con el nombre impreso de una farmacia. La colocó sobre la mesilla de noche.
– ¿Qué es eso?- le preguntó ella.
Él se deshizo de sus pantalones otra vez y se metió en la cama a su lado, atrayéndola contra él. -Una prueba de embarazo.
Ella se puso rígida. -Webb, no creo…
– Es posible-, la interrumpió él. -¿Por qué no quieres saber si es cierto? -Porque… -Se obligó a parar, y sus ojos eran sombríos cuando alzó la mirada hacia él. -Porque no quiero que te sientas obligado.
Él seguía inmóvil. -¿Obligado?- le preguntó cauteloso.
– Si estoy embarazada, te sentirás responsable.
Él resopló.-Pues claro. Sería responsable.
– Lo sé, pero no quiero… Quiero que me quieras por mí misma-, dijo suavemente, tratando de esconder el anhelo pero sabiendo que no lo había conseguido. -No porque hayamos sido descuidados y hayamos hecho un bebé.
– Te quiero por ti misma-, repitió él, suave como una caricia. -¿No te dado las dos últimas noches una idea sobre eso?
– Sé que me deseas físicamente.
– Te quiero-. Ahuecando su cara en sus manos, acarició con el pulgar la suave curva de su boca. Sus ojos estaban muy serios. -Te amo, Roanna Frances. ¿Te casarás conmigo?
Sus labios temblaron bajo su roce. Cuando tenía diecisiete años, lo había amado tan desesperadamente que no habría dejado pasar ninguna posibilidad de casarse con él, en cualquier circunstancia. Ahora tenía veintisiete años, y todavía lo amaba igual de desesperadamente, lo amaba tanto que no quería atraparlo en otro matrimonio en el que se sintiera desgraciado. Conocía a Webb, sabía lo profundo que era su sentido de la responsabilidad. Si estaba embarazada, él haría cualquier cosa por cuidar de su hijo, y eso incluiría mentir a la madre sobre sus sentimientos por ella.
– No-, dijo ella, con voz casi inaudible cuando se negó a lo que más quería en el mundo. Una lágrima resbaló por el rabillo de su ojo.
Él no insistió, no perdió los estribos, como ella medio esperaba. Su expresión permaneció seria, absorta, mientras atrapaba la lágrima con un suave pulgar.- ¿Por qué no?
– Porque sólo me lo pides por si estoy embarazada.
– Error. Te lo pregunto porque te amo.
– Eso dices tú-. Y deseó que dejara de decirlo. ¿En cuántos sueños lo había oído susurrar aquellas palabras? No era justo que las dijera ahora, justo ahora que ella no se atrevía a permitirse a si misma creerlas. Oh, Dios, lo amaba, pero merecía ser amada por si misma. Por fin había comprendido la verdad de esto, y no podía engañarse a si misma por ese final de ensueño.
– No es que lo diga yo. Te amo, Ro, y tienes que casarte conmigo.
Bajo la solemne expresión se vislumbraba una cierta satisfacción. Ella lo estudió, buscando bajo la superficie con su velada mirada marrón que tanto veía. Había un destello de autosatisfacción en lo profundo de sus ojos verdes, de feroz triunfo, el aspecto que siempre tenía cuando había logrado llevar a cabo un trato difícil.
– ¿Qué has hecho?- le preguntó, abriendo mucho los ojos, alarmada.
La diversión curvó las comisuras de su boca. -Cuando Lucinda y yo hablamos anoche, convinimos que sería lo mejor dejar los términos de su testamento tal y como están. Davencourt estará mejor en tus manos.