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También tenía que comprarse un traje de novia. Si no encontraba nada que le gustara por la zona con tan poco tiempo, tendría que ir a Huntsville o Birmingham.

Por suerte, Yvonne se había mostrado extasiada con la perspectiva del segundo matrimonio de Webb. Había tolerado a Jessie, pero nunca le había gustado en realidad. Roanna se le ajustaba como un guante, e incluso dijo que siempre había deseado que Webb hubiera esperado a que Roanna creciera en vez de casarse con Jessie. Yvonne se había lanzado a los preparativos, asumiendo la onerosa tarea de redactar las invitaciones y ofreciéndose voluntaria para ocuparse de la logística de todo lo demás una vez que Roanna hubiese elegido lo que quería.

Roanna llego al cruce y se detuvo, esperando a que pasar un coche que venía en sentido contrario. Sintió los frenos un tanto blandos cuando los utilizó, y frunció el ceño, pisando experimentalmente el pedal de nuevo. Esta vez los sintió firmes. Quizás el nivel de líquido de frenos estaba bajo, aunque mantenía el coche en perfecto estado. Tomó nota mental de pararse en una estación de servicio y comprobarlos.

Giró a la derecha en el cruce, y se incorporó a la carretera. El coche que acababa de pasar estaba al menos a unos cien metros de ella. Roanna aceleró gradualmente, su pensamiento concentrado en el estilo de vestido que quería: algo sencillo, en color marfil mejor que blanco puro. Tenía unas perlas con un matiz dorado que quedarían magníficas con un vestido color marfil. Y con una falda recta, estilo Imperio, mejor que algo más pomposo, estilo reina-de-las-hadas.

La carretera hacia una curva, y a continuación había un Stop, donde el camino se cruzaba con la Autopista 43, que constaba de cuatro carriles ocupada continuamente con un tráfico incesante en ambos sentidos. Roanna tomó la curva y vio el coche que iba delante de ella detenido en el Stop, con el intermitente puesto, a la espera de un hueco en el tráfico para incorporarse a la autopista.

Un coche abandonó la autopista en el cruce, en dirección contraria a ellos, pero el tráfico era demasiado denso para que el coche detenido en el cruce pudiera incorporarse, así que Roanna pisó el pedal de freno para reducir la velocidad, y el pedal se hundió hasta el final sin resistencia alguna.

La alarma sonó en su interior. Pisó el pedal otra vez, pero no dio más resultado que la vez anterior. En todo caso, el coche pareció coger más velocidad. No tenía frenos, y ambos carriles estaban ocupados.

El tiempo se combó, estirándose como un elástico. La carretera se alargaba frente a ella, mientras el coche que venía en sentido contrario se iba ampliando a su tamaño normal. Los pensamientos destellaban en su mente, veloces como relámpagos: Webb, el bebé. A su derecha se abría una profunda zanja, y el arcén era estrecho; no había modo de que pudiera esquivar así el coche parado en el stop, aún si no se enfrentara al peligro de cruzar a través de cuatro carriles repletos de tráfico.

¡Webb! Santo Dios, Webb. Se agarró al volante, la angustia casi ahogándola mientras los segundos volaban y se quedaba sin tiempo. No podía morir ahora, no ahora que tenía a Webb, cuando su niño era tan solo una promesa de vida en su interior. Tenía que hacer algo…

Y sabía que hacer, comprendió de repente, los recuerdos destellando como una luminosa cuerda de salvación a través del terror que amenazaba con engullirla. Resultó ser una conductora tan mala que hizo un curso extra de conducción cuando estaba en la universidad. Sabía como reaccionar ante un patinazo y ante las malas condiciones de las carreteras; sabía qué hacer en caso de que fallaran los frenos.

¡Sabía qué hacer!

El coche avanzaba a toda velocidad, como si fuera cuesta abajo y la carretera estuviera engrasada.

La voz del instructor del curso sonó en su cabeza, calmada y prosaica: No golpee de frente, si puede evitarlo. Un golpe directo es el que peor daño causa. Gire el coche, ladearse en una colisión disipa la fuerza.

Asió el cambio de marchas. No trates de ponerlo en punto muerto, pensó, recordando aquellas lejanas lecciones. El instructor les había dicho que de todos modos probablemente no entraría. Podía oír su voz tan claramente como si estuviera sentado a su lado: Reduzca la marcha y tire del freno de mano. El freno de mano actúa sobre un cable, no sobre la presión neumática. Una pérdida de líquido de frenos no lo afectará.

El coche en el stop estaba sólo a cincuenta metros ahora. El coche que venía en sentido contrario a menos aún. Redujo una marcha y cogió el freno de mano, tirando de él con todas sus fuerzas. El metal chirrió cuando la transmisión del coche bajó de revoluciones, y los neumáticos desprendieron un humo negro. El hedor a caucho quemado llenó el coche.

La parte trasera del coche probablemente derrapará hacia un lado. Enderécelo si puede. Si no tiene espacio, y ve que va a golpear a alguien o a ser golpeado, trate de maniobrar para que sea una colisión indirecta. Ambos tienen así más posibilidades de salir ilesos.

La trasera del coche viró hacia el otro carril, delante del coche que venía en sentido contrario. Sonó un pitido, y Roanna vislumbró un furioso y aterrorizado rostro, apenas un borrón en el parabrisas. Se concentró en el derrape de la parte posterior, sintió que el coche comenzaba derrapar en la otra dirección, y rápidamente hizo girar el volante para corregir también ese deslizamiento.

El coche que venía en sentido contrario pasó a pulgadas del suyo, con el pito todavía sonando. Esto la dejaba sólo con el coche en su carril, todavía esperando pacientemente en el stop, con el intermitente izquierdo parpadeando.

Veinte metros. No había más espacio, ni más tiempo. Con el carril izquierdo ahora despejado, Roanna dirigió su coche en esa dirección, cruzándolo en diagonal. Un trigal se extendía al otro lado de la carretera, placentero y llano. Abandonó la carretera y se lanzó a través del arcén, con la parte trasera del coche aún derrapando de un lado a otro. Se estampó contra el cercado, la madera se astilló, y una sección completa de la valla se vino abajo. El coche se llevó por delante los altos tallos del cereal mientras rebotaba y caía con un ruido sordo a través de los surcos y montones de tierra salían disparados en todas direcciones. Salió disparada hacia delante, y el cinturón de seguridad se le clavó con fuerza en las caderas y el torso, tirando bruscamente de ella hacia atrás mientras el coche se estremecía hasta detenerse.

Se quedó allí sentada, con la cabeza apoyada sobre el volante, demasiado débil y mareada para salir del coche. Aturdida se examinó. Todo parecía estar bien. Se dio cuenta que temblaba sin control. ¡Lo había conseguido!

Oyó a alguien gritar, y a continuación sonó un golpecito sobre su ventanilla. -¿Señora? ¿Señora? ¿Está bien?

Roanna levantó la cabeza y se quedó mirando fijamente la cara asustada de una adolescente. Obligando a sus temblorosos miembros a obedecerla, se soltó el cinturón de seguridad y trató de salir. La puerta no quiso abrirse. Empujó, la chica tiró desde el exterior, y juntas consiguieron abrirla lo justo para que Roanna pudiera escapar hacia afuera.-Estoy bien-, logró decir.

– La vi salirse de la carretera. ¿Está segura de que está bien? Chocó contra el cercado muy fuerte.

– La cerca se llevó la peor parte-. Los dientes de Roanna comenzaron a castañetear, y tuvo que apoyarse contra el coche o se habría caído al suelo. -Me fallaron los frenos.

Los ojos de la muchacha se desorbitaron. -¡Oh, Dios mío! Se salió de la carretera para no golpearme, ¿verdad?

– Me pareció la mejor idea-, contestó, y se le doblaron las rodillas.

La chica saltó hacia adelante, deslizando un brazo alrededor de ella.- ¡Está herida!