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Así que había una tercera entidad conmigo en la habitación. Yo, Jase… y los Hipotéticos, que se lo estaban comiendo vivo.

—¿Pueden hacer eso? ¿Reprogramar tu sistema nervioso?

—No con éxito, no. Para ellos tengo el aspecto de un nodo más en la red de replicadores. La biotecnología que me inyecté es sensible a sus manipulaciones, pero no de la forma que ellos prevén. Como no me perciben como una entidad biológica, todo lo que pueden hacer es matarme.

—¿Hay alguna manera de apantallar la señal o interferiría?

—No que yo sepa. Si los marcianos tenían esa técnica, se olvidaron de incluirla en la información de sus archivos.

La ventana de la habitación de Jason daba al oeste. El resplandor rosáceo que penetraba en la habitación era el sol poniente, oscurecido por las nubes.

—Pero están contigo. Te hablan.

—Ellos. Ello. Necesitamos un pronombre mejor. Toda la ecología Von Neumann es una única entidad. Piensa sus lentos pensamientos y hace sus propios planes. Pero muchas de sus billones de partes también son individuos autónomos, que a menudo compiten entre ellos, actuando más rápidamente que la red en conjunto y muchísimo más inteligentes que cualquier ser humano aislado. La membrana del Spin, por ejemplo…

—¿La membrana del Spin es un individuo?

—En todos los sentidos relevantes, sí. Su objetivo definitivo se deriva de la red, pero evalúa acontecimientos y hace elecciones autónomamente. Es más complejo de lo que jamás soñamos. Suponíamos que la membrana estaba bien encendida o bien apagada, como el interruptor de una bombilla, como el código binario. No es cierto. Tiene múltiples estados. Múltiples propósitos. Múltiples grados de permeabilidad, por ejemplo. Hemos sabido desde hace años que puede dejar pasar una nave espacial y repeler un asteroide. Pero tiene facultades mucho más sutiles que eso. Por eso no nos hemos visto inundados de radiación solar en los últimos días. La membrana sigue dándonos un cierto grado de protección.

—No conozco las cifras de muertos, Jase, pero debe de haber miles de personas sólo en esta ciudad que han perdido familiares desde que el Spin se detuvo. Yo sería reacio a decirles que están «protegidos».

—Pero lo están. En general si no en particular. La membrana de Spin no es Dios, no puede ver el gorrión que cae. Sin embargo, sí que puede impedir que el gorrión se ase en luz ultravioleta letal.

—¿Con qué fin?

Ante eso frunció el ceño.

—No lo entiendo bien —empezó a decir—, o quizá lo que pasa es que no puedo traducirlo…

Llamaron a la puerta. Carol entró con un fardo de ropa de cama en los brazos. Apagué la grabadora y la puse a un lado. La expresión de Carol era lúgubre.

—¿Sábanas limpias? —pregunté.

—Sujeciones —dijo ella secamente. Las sábanas estaban cortadas en tiras—. Para cuando empiecen las convulsiones.

Carol hizo un gesto con la cabeza hacia las ventanas, hacia las sombras del día que se alargaban.

—Gracias —dijo Jason con amabilidad—. Tyler, si necesitas un descanso, ahora sería un buen momento. Pero no tardes demasiado.

Fui a ver a Diane, que se encontraba en un momento de descanso entre crisis, durmiendo. Pensé en la droga marciana que le había administrado (un paquete «Cuarto básico», como lo había llamado Jason), moléculas semiinteligentes a punto de batallar contra la abrumadora carga de bacterias del SDCV de su cuerpo, batallones microscópicos que se preparaban para repararla y reconstruirla, a menos que su cuerpo estuviera demasiado debilitado para aguantar el esfuerzo de la transformación.

La besé en la frente y le dije palabras de consuelo que probablemente no podía oír. Luego salí de su dormitorio y bajé al piso inferior, y salí al jardín de la Gran Casa, robando un momento para mí solo.

La lluvia había dejado de caer al fin de forma abrupta y por completo, y el aire era más fresco de lo que había sido en todo el día. El cielo era de un azul profundo en su cénit. Unas cuantas nubes de tormenta harapientas encapotaban al sol monstruoso allí donde tocaba el horizonte occidental. Los arcoíris se alzaban de cada hoja de hierba como diminutas perlas ambarinas.

Jason había admitido que se estaba muriendo. Ahora empecé a admitirlo yo.

Como médico, había visto más muerte de la que ve la mayoría de la gente. Sabía cómo moría la gente. Sabía que la conocida historia de cómo se enfrenta alguien a la muerte (negación, ira, aceptación) era en el mejor de los casos una burda generalización. Esas emociones podían evolucionar en segundos o no evolucionar para nada; la muerte podía triunfar sobre ellas en cualquier instante. Para muchas personas, enfrentarse a la muerte no era nunca un problema; sus muertes llegaban de improviso y sin anunciarse: la rotura de una aorta o una mala elección en un cruce de mucho tráfico.

Pero Jase sabía que se moría. Y me asombraba que pareciera aceptarlo con esa calma ultraterrena, hasta que me di cuenta de que su muerte también era el cumplimiento de sus ambiciones. Estaba a punto de entender aquello que llevaba toda su vida luchando por comprender: el significado del Spin y el lugar de la humanidad en él… su lugar, ya que él había sido un instrumento clave para el lanzamiento de los replicadores.

Era como si hubiera levantado la mano y tocado las estrellas.

Y ellas le habían tocado a su vez. Las estrellas lo estaban matando. Pero moriría en estado de gracia.

—Tenemos que apresurarnos. Ya casi es de noche, ¿no?

Carol se había marchado a encender velas por toda la casa.

—Casi —dije.

—Y la lluvia ha parado. O al menos no puedo oírla.

—La temperatura también está bajando. ¿Quieres que abra las ventanas?

—Por favor. ¿Y has encendido la grabadora?

—Está funcionando. —Levanté la hoja de la ventana unos centímetros y el aire fresco se infiltró en la habitación.

—Estábamos hablando de los Hipotéticos…

—Sí. —Silencio—. ¿Jase? ¿Sigues conmigo?

—Oigo el viento. Oigo tu voz. Oigo…

—¿Jason?

—Lo siento… no te preocupes por mí, Ty. Ahora me distraigo con facilidad… ¡Ah!

Sus brazos y piernas se tensaron violentamente contra las sujeciones que Carol había atado cruzando la cama. Su cabeza se alzó sobre la almohada. Parecía que sufría un ataque epiléptico, aunque fue breve: se había terminado antes de que pudiera acercarme a la cama. Jason jadeó y tomó aire profundamente.

—Lo siento, lo siento…

—No te disculpes.

—No puedo controlarlo, lo siento.

—Sé que no puedes. No tiene importancia, Jase.

—No les culpes por lo que me está ocurriendo.

—¿Culpar a quién? ¿A los Hipotéticos?

Intentó sonreír, aunque era evidente que sufría.

—Tendremos que buscarles un nuevo nombre, ¿no? Ya no son tan hipotéticos como solían ser. Pero no les culpes. No saben lo que me está ocurriendo. Estoy por debajo de su umbral de abstracción.

—No entiendo lo que quieres decir.

Habló rápidamente y con ansiedad, como si la charla fuera una afortunada distracción del sufrimiento físico. U otro síntoma de eso mismo.

—Tú y yo, Tyler, somos comunidades de células vivas, ¿no es así? Y si dañaras un número suficiente de mis células, moriría, me habrías asesinado. Pero si nos damos la mano y pierdo unas cuantas células epiteliales en el proceso ninguno de los dos se daría cuenta de la pérdida. Es invisible. Vivimos en un determinado nivel de abstracción; interactuamos como cuerpos, no como colonias celulares. Lo mismo sucede con los Hipotéticos. Habitan en un universo mayor que el nuestro.