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Jason tenía razón, por supuesto: era difícil creer en ello. O más bien no, no «creer en ello»; la gente cree en todo tipo de cosas de lo más inverosímiles; sin aceptar la verdad fundamental sobre el mundo. Me senté en el porche de la casa, en el lado más alejado del rugiente cortacésped, y el aire era fresco y el sol era agradable sobre mi rostro cuando lo volví hacia él, aunque supiera lo que era, radiación filtrada de una estrella en pleno Spin, donde los siglos se malgastaban en segundos.

No podía ser cierto. Es cierto.

Volví a pensar en la facultad de medicina, en la clase de anatomía que le había contado a Jason. Candice Boone, mi casi prometida de antaño, había estado en esa clase conmigo. Se había mostrado estoica durante la disección, pero no después. Un cuerpo humano, me dijo, debería contener amor, odio, valor, cobardía, alma, espíritu… no ese conjunto de gelatinosos imponderables azules y rojos. Sí. Y tampoco deberíamos vernos arrastrados a un futuro cruel y letal.

Pero el mundo es como es, y no se puede regatear con él. Eso fue lo que le dije a Candice.

Ella me dijo que yo era «frío». Pero seguía siendo lo más cercano a la sabiduría que había conseguido reunir.

La mañana continuó su curso. Mike terminó con el césped y se fue, dejando el aire lleno de un silencio húmedo. Pasado un rato conseguí levantarme para llamar a mi madre en Virginia, donde el tiempo, según me contó, era menos invitador que en Massachusetts: todavía seguía nublado tras una tormenta la noche pasada que había derribado unos pocos árboles y un par de líneas de alta tensión. Le conté que había llegado sin contratiempos a la casa de veraneo de alquiler de E. D. Me preguntó qué tal estaba Jason, aunque probablemente lo hubiera visto ella más recientemente que yo durante alguna de sus visitas a la Gran Casa.

—Mayor —dije—. Pero sigue siendo Jase.

—¿Está preocupado por lo de China?

Mi madre se había convertido en una adicta a las noticias desde el Suceso de Octubre, mirando la CNN no por placer, sino para asegurarse, de la misma manera que un aldeano mexicano podía mantener un ojo puesto en el volcán que tenía al lado, con la esperanza de no verlo humear. Lo de China era sólo una crisis diplomática por ahora, dijo ella, pero se había oído un leve ruido de sables. Algo acerca de un lanzamiento de satélite controvertido.

—Deberías preguntarle a Jason al respecto.

—¿Ha sido E. D. el que ha hecho que te preocupes por eso?

—Qué va. Carol cuenta cosas de vez en cuando.

—No sé si puedes confiar en lo que diga.

—Vamos, Ty. Carol bebe, pero no es idiota. Ni yo tampoco, si vamos a eso.

—No quería insinuar eso.

—La mayor parte de lo que oigo acerca de Jason y Diane en estos días lo oigo de boca de Carol.

—¿Te ha dicho si Diane va a venir a las Berkshires? No puedo sacarle una respuesta directa a Jase.

Mi madre titubeó.

—Diane ha sido un poco impredecible en los últimos años. Supongo que eso es lo que le pasa a Jason.

—¿Qué significa «impredecible» exactamente?

—Oh, ya sabes. No mucho éxito en los estudios. Un par de problemas con la ley…

—¿Con la ley?

—No, quiero decir, no ha robado un banco ni nada de eso, pero la detuvieron un par de veces cuando las manifestaciones del NR se salieron de madre.

—¿Qué demonios hacía ella en las manifestaciones del NR?

Otra pausa.

—Creo que eso deberías preguntárselo a Jason.

Ésa era mi intención.

Tosió, y me la imaginé con una mano sobre el auricular y la cabeza delicadamente vuelta a un lado.

—¿Qué tal te sientes?

—Cansada.

—¿Algo nuevo en el médico? —Estaba en tratamiento para la anemia. Montones de pastillas de hierro.

—No. Simplemente me hago vieja, Ty. A todo el mundo le pasa, tarde o temprano. —Y añadió—: Estoy pensando en retirarme. Si es que se puede llamar trabajo a lo que hago. Ahora que los gemelos se han marchado, sólo quedan Carol y E. D., y E. D. no está mucho por aquí desde que empezó ese asunto de Washington.

—¿Les has dicho que estás pensando en dejarlo?

—Todavía no.

—No sería la Gran Casa sin ti.

Se rio sin alegría.

—Creo que he tenido suficiente de la Gran Casa para toda una vida, gracias.

Pero jamás volvió a mencionar que se iba. Creo que fue Carol la que la convenció para que se quedara.

Jason apareció por la puerta a media tarde.

—¿Ty? —Sus pantalones, un par de tallas excesivamente grandes, le colgaban de la cintura como el velamen de un barco atrapado en calma chicha, y tenía la camiseta sucia con los fantasmas de manchas de salsa—. Échame una mano con la barbacoa, ¿quieres?

Fui con él a la parte de atrás de la casa. La barbacoa era una parrilla normal y corriente de propano. Jase nunca había usado una. Abrió la válvula de la bombona, pulsó el botón de encendido y retrocedió cuando florecieron las llamas. Entonces me sonrió.

—Tenemos filetes. Y tenemos ensalada de tres tipos de judía procedente de la tienda de delicatesen del pueblo.

—Y apenas tenemos mosquitos —dije.

—En primavera rociaron algo para tenerlos controlados. ¿Tienes hambre?

La tenía. De alguna manera, pasarme la tarde dormitando me había abierto el apetito.

—¿Vamos a cocinar para dos o para tres?

—Sigo esperando noticias de Diane. Probablemente no sabremos nada hasta esta noche. Sólo nosotros para cenar, creo.

—Suponiendo que los chinos no nos desintegren primero.

Era un cebo.

Y Jason lo mordió.

—¿Te preocupa lo de los chinos, Ty? Ya ni siquiera es una crisis. Ya está solucionado.

—Qué alivio. —Había aprendido la existencia de una crisis y su resolución en el mismo día—. Mi madre me lo mencionó. Algo que salía en las noticias.

—Los militares chinos querían volar los artefactos polares con armas nucleares. Tienen misiles con cabeza nuclear preparados para salir en sus rampas en Jiuquan. El razonamiento que hacen es que si pueden dañar artefactos polares puede que puedan desactivar el escudo de Octubre por completo. ¿Qué probabilidades crees que hay que una tecnología capaz de manipular el tiempo y la gravedad sea vulnerable a nuestras armas?

—¿Así que amenazamos a los chinos y éstos se han retirado?

—Algo de eso hubo, sí. Pero también les ofrecimos una zanahoria. Les ofrecimos una plaza a bordo.

—No entiendo.

—Que se unieran a nuestro pequeño proyecto para salvar el mundo.

—Me estás asustando un poco, Jason.

—Alcánzame las pinzas para la carne. Lo siento. Sé que suena críptico. No debería hablar de esto. Con nadie.

—¿Estás haciendo una excepción en mi caso?

—Siempre hago una excepción en tu caso. —Sonrió—. Hablaremos durante la cena, ¿vale?

Lo dejé ante la parrilla, envuelto en humo y calor.

Dos gobiernos consecutivos habían sido regañados por la prensa por «no hacer nada» acerca del Spin. Pero una crítica sin demasiado fundamento. Si había algo práctico que se pudiera hacer, nadie sabía lo que era. Y cualquier represalia evidente, como lo que los chinos habían propuesto, podría ser increíblemente peligrosa.