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Perihelio abogaba por un enfoque completamente diferente.

—La metáfora más apropiada —dijo Jase—. No es una batalla, sino el judo. Usar el peso y la inercia de un oponente de mayor tamaño contra él mismo. Eso es lo que queremos hacer con el Spin.

Me lo contó lacónicamente mientras cortaba su chuleta a la parrilla. Comimos en la cocina, con la puerta abierta. Un enorme abejorro, tan gordo y amarillo que parecía un ovillo de lana volador, se estrelló repetidas veces contra el mosquitero de la puerta.

—Intenta pensar en el Spin —dijo—, más como en una oportunidad que como en un ataque.

—¿Una oportunidad de qué? ¿De morir prematuramente?

—Una oportunidad de usar el tiempo para nuestros propios fines, de una forma que jamás podríamos haber hecho antes.

—¿No es precisamente el tiempo lo que nos han quitado?

—Al contrario. Fuera de nuestra pequeña burbuja terrestre tenemos millones de años con los que jugar. Y tenemos una herramienta que funciona a la perfección precisamente en esos plazos de tiempo.

—Herramienta —dije, confuso, mientras Jason trinchaba otro trozo de carne. La carne estaba servida sin más. Una chuleta en el plato, botella de cerveza a un lado. Sin florituras, exceptuando la ensalada de judías, de la que se había servido una modesta ración.

—Sí, una herramienta, la más obvia: la evolución.

—Evolución.

—Tyler, así no se puede mantener una conversación, si sólo me repites lo que te digo.

—Vale, bueno, la evolución como herramienta… sigo sin ver cómo podríamos evolucionar lo suficiente en treinta o cuarenta años para que sirviera de algo.

—Nosotros no, por amor de Dios, y desde luego no en treinta o cuarenta años. Estoy hablando de formas de vida simples. Estoy hablando de Marte.

—Marte. —Ay. Lo había vuelto a hacer.

—No seas obtuso, piensa en ello.

Marte era un planeta muerto en todos sus aspectos, aunque una vez pudiera tener los precursores primitivos de la vida. Fuera de la burbuja del Spin, Marte había estado «evolucionando» durante millones de años desde el Suceso de Octubre, calentado por el sol en expansión. Seguía siendo, según las últimas fotografías orbitales, un planeta seco y muerto. Si hubiera poseído vida simple y un clima habitable, supuse que a estas alturas podría haberse convertido en un exuberante planeta de verdes selvas. Pero no tenía los requisitos y no se había convertido en un vergel.

—La gente solía hablar de la terraformación —dijo Jason—. ¿Recuerdas todas esas novelas especulativas que solías leer?

—Sigo leyéndolas, Jase.

—Más poder para ti. ¿Cómo intentarías tú la terraformación de Marte?

—Liberando una cantidad suficiente de gases de efecto invernadero en la atmósfera para calentarlo. Liberando el agua congelada. Sembrando el planeta con organismos simples. Pero incluso en las suposiciones más optimistas, eso llevaría…

Me sonrió.

—Me estás tomando el pelo —le dije.

—No. —La sonrisa desapareció—. Para nada. No, es completamente en serio.

—Pero ¿por dónde empezarías a…?

—Empezaríamos por una serie de lanzamientos coordinados con cargamentos de bacterias diseñadas genéticamente. Propulsores iónicos simples y un lento viaje hasta Marte. Impactos controlados, principalmente, a los que pueden sobrevivir los organismos unicelulares, y unos cuantos envíos de mayor tamaño con ojivas de penetración para liberar esos organismos bajo la superficie del planeta allí donde sospechemos que haya agua enterrada. Respalda las apuestas usando múltiples lanzamientos y un amplio espectro de organismos candidatos. La idea consiste en tener la suficiente actividad orgánica para liberar el carbono prisionero en la corteza y diseminarlo en la atmósfera. Dale un par de millones de años, meses de nuestro tiempo, y luego examina el planeta otra vez. Si es un sitio más cálido y con una atmósfera más densa, y quizá un par de charcos de agua semilíquida, entonces puede que comencemos el ciclo de nuevo, esta vez con plantas multicelulares diseñadas específicamente para ese entorno. Lo que pondrá algo de oxígeno en el aire y quizá consiga subir la presión atmosférica un par de milibares. Repetir según sea necesario. Añadir millones de años y remover. En un tiempo razonable, según miden el tiempo nuestros relojes, podrías cocinarte un planeta habitable.

Era una idea asombrosa. Me sentí como uno de esos personajes que acompañan al protagonista en las novelas victorianas de misterio.

«¡Había pergeñado un plan audaz, casi absurdo, pero por mucho que lo intentara, no conseguía encontrar un solo defecto en él!»

Excepto uno. Un defecto fundamental.

—Jason —dije—. Aunque fuera posible. ¿De qué nos serviría a nosotros?

—Si Marte es habitable, la gente podrá irse allí a vivir.

—¿Los siete u ocho mil millones de seres humanos que hay aquí?

—Ni de lejos —resopló—. No, sólo unos pocos pioneros. Material de crianza, si quieres tomártelo en plan cínico.

—¿Y qué se supone que tienen que hacer?

—Vivir, reproducirse y morir. Millones de generaciones por cada uno de nuestros años.

—¿Con qué fin?

—Si no sirve para nada más, al menos para darle a la especie humana una segunda oportunidad en el sistema solar. En el mejor de los casos… tendrán el conocimiento que les proporcionemos, más un par de millones de años para mejorarlo. Dentro de la burbuja del Spin no tendremos tiempo suficiente para preguntarnos quiénes son nuestros Hipotéticos o por qué nos están haciendo esto. Nuestros herederos marcianos puede que tengan una mejor oportunidad. Quizá puedan resolver el problema por nosotros.

¿O luchar por nosotros?

(Por cierto, ésa fue la primera vez que oí llamarlos los «Hipotéticos»… las hipotéticas inteligencias controladoras, las invisibles y teóricas criaturas que nos habían encerrado en la cripta temporal. El nombre no se puso de moda entre el público en general hasta varios años después. Y lo lamenté cuando se popularizó. La palabra era demasiado desapasionada, sugería algo abstracto y tenía una frialdad objetiva; la verdad, posiblemente;, resultaría ser mucho más compleja).

—¿Y hay un plan —dije— para hacer todo eso?

—Oh, sí. —Jason había terminado con tres cuartas partes de su chuleta. Apartó el plato—. Ni siquiera es prohibitivamente caro. Diseñar unicelulares extremadamente resistentes es la única parte problemática. La superficie de Marte es un sitio árido, frío, virtualmente carente de aire y que queda bañado en radiación esterilizante cada vez que sale el sol. Pero aun así, tenemos ingentes cantidades de organismos extremófilos con los que trabajar; bacterias que viven en las rocas antárticas, bacterias que viven en el agua de los reactores nucleares. Y todo lo demás es tecnología sobradamente comprobada. Sabemos que los cohetes funcionan. Sabemos que la evolución funciona. Lo único realmente nuevo es la perspectiva. El poder conseguir resultados a plazos de tiempo larguísimos en tan solo días o meses después del lanzamiento. Es… la gente lo llama «diseño teleológico».

—Casi parece —dije, probando la nueva palabra que me había dado— lo que nos están haciendo los Hipotéticos.

—Sí—dijo Jason, enarcando las cejas en una expresión que aún encontraba halagadora después de tantos años: sorpresa, respeto—. Sí, en cierta manera, supongo que sí.

Una vez leí en un libro un detalle interesante acerca del primer alunizaje tripulado, allá en 1969. En aquel entonces, decía el libro, algunas de las personas más ancianas, hombres y mujeres nacidos en el siglo XIX, lo suficientemente viejos para recordar el mundo antes de los automóviles y la televisión, se habían mostrado reacios a creerse las noticias. Las palabras que sólo tenían sentido como cuentos de hadas en su niñez («dos hombres han caminado por la luna esta noche») les estaban siendo ofrecidas como descripción de un hecho. Y no podían aceptarlo. Confundía su sentido de lo que era razonable y lo que era absurdo.