—Normalmente. Pero sin un estudio neurológico…
—Tyler, tengo que decírtelo. Aprecio lo que has hecho por mí, pero puedo comprarme un médico más cooperador si lo necesito. Trátame ahora y veré a un especialista, haré lo que creas que se debe hacer. Pero si te imaginas que voy a aparecer en el trabajo en silla de ruedas y con un catéter en la polla, estás completamente equivocado.
—Aunque te haga las recetas, Jase, no mejorarás de la noche a la mañana. Hace falta un par de días.
—Quizá pueda disponer de ese par de días —dijo. Se lo pensó—: Vale —dijo al fin —. Quiero los fármacos y quiero que tú me saques de aquí sin despertar sospechas. Si puedes hacerlo, me pongo en tus manos. Sin discusión.
—Los médicos no regateamos, Jase.
—Tómalo o déjalo, Hipócrates.
No le di todo el cóctel para empezar, nuestra farmacia no tenía todos los fármacos en stock, pero sí le di un estimulante del sistema nervioso central que al menos le devolvería el control sobre su vejiga y la capacidad de andar sin ayuda durante unos pocos días. La parte mala era un estado mental irritable y frío, parecido, según me han contado, al final de un fin de semana de abuso de cocaína. Le elevaba la tensión y le ponía bolsas oscuras bajo los ojos.
Esperamos hasta que la mayor parte del personal se hubiera marchado a casa y sólo quedara el turno de noche en el complejo. Jase caminaba con rigidez, pero de manera creíble, cuando pasó junto al mostrador de la recepción hasta el aparcamiento, saludó amigablemente con la mano a un par de colegas que se marchaban tarde y se derrumbó en el asiento del pasajero de mi coche. Lo llevé a su casa.
Jason había visitado mi casa de alquiler varias veces, pero yo no había estado en la suya. Esperaba algo que reflejara su estatus en Perihelio. De hecho, el lugar donde dormía, porque era evidente que poca cosa más hacía allí, era un modesto apartamento en propiedad con una pequeña franja de vista al mar. Lo había amueblado con un sofá, una televisión, un escritorio, un par de estantes de libros y una conexión de internet de banda ancha. Las paredes estaban desnudas excepto el espacio de encima del escritorio, donde había pegado con cinta adhesiva un diagrama hecho a mano que describía la historia lineal del sistema solar desde el nacimiento del sol hasta su colapso final en una ardiente enana blanca, con la historia humana divergiendo de la línea en un punto, marcado como EL SPIN. Los estantes estaban abarrotados de publicaciones especializadas y textos académicos, decorados con tres fotografías enmarcadas: E. D. Lawton, Carol Lawton y una recatada imagen de Diane que debió de ser tomada hacía ya algunos años.
Jase se estiró en el sofá. Parecía un estudio en paradoja, su cuerpo en reposo, ojos brillantes con la hipervigilancia inducida por las drogas. Fui a la pequeña cocina adyacente e hice unos huevos revueltos (ninguno de los dos había comido nada desde el desayuno) mientras Jason hablaba. Y sí que habló. Y habló más todavía.
—Por supuesto —dijo llegado cierto momento—. Sé perfectamente que tengo una verborrea excesiva, soy consciente de ello, pero no puedo ni pensar en dormir… ¿esto se pasa?
—Si te pusiéramos el cóctel de fármacos a largo plazo, pues sí, el efecto estimulante obvio desaparecería con el tiempo. —Le llevé un plato al sofá.
—Es muy acelerado. Como esas pastillas que la peña se tomaba para empollarse los exámenes finales. Pero físicamente el efecto es calmante. Me siento como un cartel de neón en un edificio abandonado. Todo encendido pero básicamente vacío. Los huevos, los huevos están muy buenos. Gracias. —Puso el plato a un lado. Había comido como mucho una cucharada.
Me senté en su escritorio, examinando el gráfico del Spin en la pared de enfrente, preguntándome cómo sería vivir con esta lúgubre descripción del origen y destino de la humanidad, la especie humana descrita como un acontecimiento finito en la vida de una estrella ordinaria. Lo había dibujado con un rotulador sobre un papel de embalar corriente.
Jason siguió la dirección de mi mirada.
—Obviamente —dijo—, quieren que hagamos algo.
—¿Quiénes?
—Los Hipotéticos. Si debemos llamarlos así. Y supongo que sí. Todo el mundo lo hace. Esperan algo de nosotros. No sé el qué. Un don, una señal, un sacrificio aceptable.
—¿Cómo lo sabes?
—No es una observación muy original. ¿Por qué la barrera del Spin es permeable a los artefactos humanos, pero no a los meteoros o a las partículas de Brownlee. Obviamente no es una barrera. Ésa nunca fue la palabra adecuada. —Bajo la influencia del estimulante, Jason parecía haberle cogido cariño a la palabra obviamente—. Obviamente —dijo—, es un filtro selectivo. Sabemos que filtra la energía que llega a la superficie de la Tierra. Así que los Hipotéticos pretenden mantenernos, o al menos a la ecología terrestre, intactos y vivos. Pero entonces, ¿por qué concedernos el acceso al espacio? ¿Incluso después de haber intentado volar los dos únicos artefactos relacionados con el Spin que hemos encontrado? ¿A qué están esperando, Ty? ¿Cuál es el premio?
—Quizá no sea un premio. Quizá sea un rescate. Paga y nos dejarán en paz.
Negó con la cabeza.
—Es demasiado tarde para que nos dejen en paz. Ahora los necesitamos. Y seguimos sin poder descartar la posibilidad de que sean benevolentes, o al menos benignos. Quiero decir, suponte que no hubieran llegado cuando lo hicieron. ¿Hacia dónde nos dirigíamos? Un montón de personas creen que estábamos enfrentándonos a nuestro último siglo como civilización viable, quizá incluso como especie. Calentamiento global, sobrepoblación, la muerte de los mares, la pérdida de tierra cultivable, la proliferación de las enfermedades, la amenaza de guerra nuclear o biológica…
—Nos hubiéramos destruido a nosotros mismos, pero al menos hubiera sido solamente culpa nuestra.
—¿De verdad? ¿Culpa de quién, exactamente? ¿Tuya? ¿Mía? No, hubiera sido resultado de varios miles de millones de seres humanos haciendo elecciones relativamente inocuas: tener niños, ir en coche al trabajo, seguir en el mismo trabajo, resolver primero los problemas a corto plazo. Cuando llegas al punto en el que incluso los actos más triviales son punibles con la muerte de la especie, entonces obviamente, obviamente, estás en una coyuntura crítica, una especie de punto de no retorno diferente.
—¿Es mejor ser consumidos por el sol?
—Eso todavía no ha ocurrido. Y no somos la primera estrella que se quema. La galaxia está sembrada de enanas blancas que una vez pudieron tener sistemas habitables. ¿Alguna vez te has preguntado qué les ocurrió a ellos?
—No muy a menudo.
Caminé sobre el suelo de parqué hacia los estantes de libros, hacia las fotos de la familia. Ahí estaba E. D. sonriendo a la cámara… un hombre cuyas sonrisas jamás eran del todo convincentes. Su parecido físico con Jason era marcado (Obvio, hubiera dicho Jason). Máquina similar, diferente piloto.
—¿Cómo podría la vida sobrevivir a una catástrofe estelar? Pero obviamente depende de qué es la «vida». ¿Estamos hablando de vida orgánica, o de cualquier especie de bucle de retroalimentación catalítica generalizado? ¿Los Hipotéticos son orgánicos? Esa es una pregunta interesante en sí misma…
—Deberías intentar dormir algo.
Ya era más de medianoche. Jason estaba usando palabras que yo no comprendía. Cogí la foto de Carol. Aquí el parecido era más sutil. El fotógrafo había pillado a Carol en un buen día: tenía los ojos abiertos, no a media asta, y aunque su sonrisa era renuente, una curvatura apenas perceptible de los labios, no era del todo falsa.