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—Has estado hablando con Jason —dijo con frialdad.

—Lo siento…

—¿Y cómo funciona el asunto exactamente? ¿Os sentáis los dos a reíros de mí?

—Por supuesto que no. Lo… lo que dijo fue bajo la influencia de la medicación.

Otra grotesca metedura de pata, y ella se abalanzó sobre mis palabras.

—¿Qué medicación?

—Soy su médico de cabecera. A veces le receto tratamientos. ¿Importa?

—¿ Qué medicación es esa que hace que rompa una promesa, Tyler? Me prometió que jamás te lo contaría. —E infirió otra conclusión—. ¿Jason está enfermo? ¿Es por eso por lo que no ha venido al funeral?

—Está ocupado. Estamos a un par de días de los primeros lanzamientos.

—Pero lo estás tratando de algo.

—Éticamente, no puedo discutir el historial médico de Jason —dije, sabiendo que eso sólo inflamaría sus sospechas, que en el fondo le había revelado el secreto de Jason al negarme a contarlo.

—Sería propio de él, ponerse enfermo y no contárselo a nadie. Está tan, tan herméticamente sellado…

—Quizá tú deberías tomar la iniciativa. Llámalo de vez en cuando.

—¿Crees que no lo hago? ¿Eso también te lo dijo? Solía llamarlo todas las semanas. Pero lo único que hacía era escudarse detrás de su encanto vacío y negarse a decir nada relevante de verdad. Qué tal estás, estoy bien, gracias, qué hay de nuevo, nada. No quiere saber de mí, Jase. Está completamente imbuido de E. D. Para él soy una vergüenza. —Hizo una pausa—. A menos que eso haya cambiado.

—No sé qué es lo que ha cambiado. Pero quizá deberías ir a verle. Hablar con él cara a cara.

—¿Y cómo lo hago?

Me encogí de hombros.

—Tómate otra semana libre. Vuelve conmigo en el avión.

—Dijiste que estaba ocupado.

—Una vez que los lanzamientos estén en marcha, todo consiste en sentarse y esperar. Puedes venir a Cañaveral con nosotros. Ver cómo se escribe la historia.

—Los lanzamientos son inútiles —dijo, pero sonaba a algo que le habían enseñado a decir; y añadió—: Me gustaría, pero no puedo permitírmelo. Simon y yo nos las apañamos bien. Pero no somos ricos. No somos Lawton.

—Yo te presto el dinero del billete de avión.

—Eres un borracho generoso.

—Lo digo en serio.

—Gracias, pero no —dijo—. No puedo aceptarlo.

—Piensa en ello.

—Pregúntamelo cuando estés sobrio. —Y añadió mientras remontábamos los peldaños del porche, con la luz amarillenta proyectando sombras sobre sus ojos—. Fuera lo que fuese lo que creyera en algún momento… sin importar qué le conté a Jason…

—No tienes por qué decirlo, Diane.

—Sé que E. D. no es tu padre.

Lo interesante de su afirmación era la forma de enunciarla. Con firmeza y decisión. Como si supiera algo más. Como si hubiera descubierto una verdad diferente, una clave alternativa a los misterios de los Lawton.

Diane volvió a la Gran Casa. Decidí que ya no podría aguantar más condolencias. Me fui a casa de mi madre, que me parecía falta de aire y recalentada.

Al día siguiente Carol me dijo que podía tomarme mi tiempo para reclamar las posesiones de mi madre, lo que llamó «arreglar las cosas». La Pequeña Casa no se iba a ir a ningún lado, dijo ella. Tómate un mes. Tómate un año. Podía «arreglar las cosas» cuando tuviera tiempo y tan pronto como me sintiera preparado para hacerlo.

El día en que estuviera preparado para eso me parecía lejanísimo, pero le di las gracias por su paciencia y pasé el resto del día haciendo las maletas para el vuelo de vuelta. Me venía a la cabeza la idea de que debería llevarme algo de mi madre conmigo, de que ella hubiese querido que me llevara un recordatorio. Pero ¿qué? ¿Una de sus figuritas Hummel, que siempre me habían parecido horteradas carísimas? ¿La mariposa de punto de cruz que estaba en la pared de la sala de estar, la copia de Los nenúfares de Monet con su marco para ensamblarlo uno mismo?

Diane apareció en la puerta mientras debatía conmigo mismo.

—¿La oferta sigue en pie? ¿El viaje a Florida? ¿Lo decías en serio?

—Por supuesto que sí.

—Porque he hablado con Simon. No está del todo contento con la idea, pero cree que estará bien aunque se quede solo unos cuantos días más.

Qué puñeteramente considerado por su parte, pensé.

—Así que… —dijo ella—, a menos que… quiero decir, ya sé que habías bebido…

—No seas tonta. Llamaré a la agencia de viajes.

Reservé una plaza a nombre de Diane en el primer vuelo del puente aéreo Washington D. C./Orlando del día siguiente.

Luego terminé de hacer las maletas. De las cosas de mi madre, al final me decidí por el par de budas sujetalibros de jade.

Miré por toda la casa, incluso miré debajo de las camas, pero la caja de RECUERDOS (carrera) parecía haber desaparecido permanentemente.

Instantáneas de la ecopoiesis

Jason sugirió que alquiláramos un apartamento en Cocoa Beach y que esperáramos un día hasta que él se reuniera con nosotros. Estaba haciendo su última ronda de preguntas y respuestas para los medios de comunicación en Perihelio, pero había dejado la agenda libre antes de los lanzamientos, que pretendía contemplar sin un equipo de la CNN martirizándolo con preguntas estúpidas.

—Genial —dijo Diane cuando le retransmití esa información—. Así yo misma podré hacer las preguntas estúpidas.

Había logrado calmar sus temores acerca del estado de Jason: no, no se estaba muriendo, y cualquier espacio en blanco en su historial médico era asunto suyo. Lo aceptó, o al menos pareció hacerlo, pero seguía queriendo verlo, aunque sólo fuera para sentirse más segura, como si la muerte de mi madre hubiera hecho tambalearse su fe en las estrellas fijas del universo Lawton.

Así que usé mi identificación de Perihelio y mis conexiones con Jason para alquilar dos suites vecinas en un Holiday Inn con vistas a Cañaveral. No mucho después de que el proyecto marciano hubiera sido concebido, y una vez que las objeciones de la Agencia de Protección Medioambiental hubieran sido debidamente anotadas e ignoradas, se habían construido una docena de plataformas de lanzamiento en aguas poco profundas y estaban ancladas cerca de la costa de Merritt Island. Esas estructuras eran las que se veían más claramente desde el hotel. El resto de la vista eran aparcamientos, playas invernales y aguas azules.

Estábamos en la terraza de su suite. Diane se había duchado y cambiado de ropa después del viaje en coche desde Orlando y estábamos a punto de bajar a enfrentarnos al restaurante de la planta baja. Todas las demás terrazas que podíamos ver estaban erizadas de cámaras y lentes: el Holiday Inn era el hotel favorito de los medios. (Simon puede que desconfiara de la prensa secular, pero Diane estaba repentinamente metida hasta las rodillas en ella.) No podíamos ver la puesta de sol pero sí la luz que se reflejaba en las distantes plataformas y cohetes, haciéndolos más etéreos que reales, un escuadrón de robots gigantes que marchaban a combatir en la fosa del Atlántico. Diane se apartó de la barandilla de la terraza como si la vista la asustara.

—¿Por qué hay tantos?

—Ecopoiesis a escopetazos.

Se rio, con algo de reproche en el tono.

—¿ Esa es una de las expresiones de Jason?

No lo era, no del todo. «Ecopoiesis» era una palabra acuñada por un hombre llamado Robert Haynes allá en los sesenta, cuando la terraformación era una ciencia puramente especulativa. Técnicamente, significaba la creación de una biosfera anaeróbica autorregulada allí donde antes no había ninguna, pero en el uso moderno quería decir cualquier modificación biológica de Marte. El crear un Marte verde requería dos tipos diferentes de ingeniería planetaria: terraformación burda, para elevar la temperatura de la superficie y la presión atmosférica hasta un umbral plausible para la vida, y ecopoiesis: usar vida microbiana y vegetal para acondicionar el suelo y oxigenar el aire.